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09/11/2020
Vuelta

Primeras horas

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

No hubo referencia al proceso de cambio ni se mencionó el nombre de Evo Morales en los discursos de toma de posesión del vicepresidente David Choquehuanca y del presidente Luis Arce Catacora. La imagen del exmandatario sobrevivió en pancartas y en los carteles que portaron algunos movimientos sociales durante el desfile de homenaje a las nuevas autoridades, pero parece que no será factor determinante en la continuidad de una historia que él comenzó hace 14 años, en otras condiciones y con desafíos muy diferentes.

Choquehuanca sedujo con un discurso fiel a su estilo y a sus creencias. Es el líder de la re-vuelta indígena, el que quiere volver al edén originario donde todo era equilibrio y bienestar, el que busca mantener viva la llama de las culturas ancestrales y el ejemplo de quienes dicen que “todos vayamos juntos, que nadie se quede atrás, que todos tengan todo y a nadie falte nada”.

El Vicepresidente, como lo hizo en los tiempos en que fue canciller, es el que nutre con discurso y fundamentación histórica el componente indígena del proyecto masista y, en esa medida, uno de los artífices de las victorias electorales de Morales antes y ahora de Arce, cuyo voto en gran medida corresponde o es consecuencia de esa autoidentificación. No es solo un tema de color de piel, sino de reflexión, de pensamiento y aporte. El indígena no es más furgón de cola de proyectos de “izquierda”: se quiere protagonista de una transformación con raíces y filosofía propia, aunque para ello deba encontrar un atajo casi imposible en el devenir del mundo.

Arce representa al MAS urbano, la organización que no logra marcar diferencia con los adversarios, la que gana en El Alto, pero pierde en La Paz y Santa Cruz, la que sufre reveses sucesivos en las ciudades de Tarija, Sucre, Potosí y Trinidad. Es el movimiento que no consigue recuperar la confianza de las clases medias, que no engancha con los que se dicen “mestizos”, que no descifra a los jóvenes y reitera fórmulas que fracasaron en Cuba, Venezuela, Argentina y Nicaragua.

Es el líder de los “impacientes”, de los que esperan para mañana una revolución que fue ayer y se van haciendo mayores en el intento. Tal vez por eso el discurso de Arce hoy cayó en esas mismas trampas, en la polarización, el ataque, la revancha, la criminalización del adversario político, el adjetivo por encima de las ideas, la incapacidad autocrítica, el descargo de las responsabilidades sobre la espalda de los otros, el que, por si las dudas, abre el “paraguas” en un día soleado de noviembre, para decir que el punto de partida es más complejo de lo que esperaba.

Fue un día de esperanza y victoria para la mitad de los bolivianos, y de angustiosa incertidumbre para la otra mitad, la mitad que vio extinguirse aceleradamente la indignada euforia de su presencia decisiva en las calles hace solo un año.

¿Quién falló, qué hicimos mal, cómo ser parte del nuevo momento y de dónde sacar las fuerzas para construir la esperanza? La generación “pitita” dispersa, desorientada y en busca de un liderazgo propio, ante el fracaso rotundo de los caudillos desgastados – esos que no dejan que el poder circule– tendrá que encontrar un discurso de convergencia regional, de urgente aproximación al otro, que trascienda fronteras étnicas e insinúe una propuesta que podría comenzar a proyectarse en las elecciones sub nacionales y locales de marzo. Es un largo camino, pero alguien debe dar el primer paso.

Mientras tanto, sobran las tareas para el nuevo gobierno. No basta con decir que todo está mal ni de echar la culpa al que se fue. Eso puede servir durante algunas semanas, quizá meses, pero el gobierno no gozará del nivel de tolerancia que acompaña a una nueva gestión, entre otras cosas porque no ha transcurrido ni siquiera un año del tránsito entre el MAS de Morales y el MAS ¿de quién?

En la agenda, con luz de alarma, figura el tema del COVID. Si la suerte acompaña al nuevo Presidente es posible que no llegue la segunda oleada de contagios, pero por lo que se ve en el mundo ésta podría ser inevitable. Y entonces no bastarán los diagnósticos ni las acusaciones y la gestión de Añez habrá quedado irremediablemente atrás como para ensayar nuevos contrastes.

De la economía, ni hablar. Como muchos países, Bolivia también se quedó sin plata por la pandemia y otras razones. El populismo, como lo demuestran Venezuela y de manera lacerante Argentina, no tiene la varita mágica que haga aparecer conejos de la galera y mucho menos cuando las fuentes principales de ingreso no están, ni son como antes. Hay menos gas, menor demanda y una acelerada diversificación de las fuentes de energía que podría dejarnos rápidamente como un país marginal en la geografía de los proveedores. Aunque interesantes, las posibilidades del litio todavía son remotas y en ese campo existe también el riesgo de que otros competidores mantengan su ventaja e incluso que aparezcan alternativas que hagan menos relevantes nuestras reservas.

El presidente Arce sabe que no hay populismo austero y esa debe ser una de sus mayores preocupaciones. Los bonos son un salvavidas apenas temporal, una inyección de plata en la economía de la gente para generar un circuito virtuoso que dinamice la economía, pero son soluciones de muy corto plazo para problemas que no pasarán pronto.

Los sectores sociales están acostumbrados al “buen trato” que caracterizó la época de bonanza, pero cambian mucho en otras circunstancias. En octubre de 1982, el doctor Hernán Siles llegó con el mayor respaldo que político alguno tuvo en la historia reciente de Bolivia –no registrado por encuestas– y tres años después desaparecieron los hombros que lo sostuvieron al principio.

El nuevo mandatario no es Morales ni Bolivia la misma que hace 14 años. El modelo económico, social, comunitario y productivo –que el presidente anunció como un elemento central de su gestión– tendrá que ajustarse a una realidad menos dócil y eso puede ser crítico. En el arsenal del discurso no hay mucho más que decir u ofrecer. Por ahora, más filosofía que acción, más Choquehuanca que Arce.

Hernán Terrazas es periodista.



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