La respuesta más probable y fehaciente es que sí sepa, pero se hace el desentendido por muchas razones. Todas ellas absurdas, desde luego. Todas ellas torpes e ideologizadas. Todas ellas extraviadas por su firme torpeza de optar por la cobardía antes del coraje que se requiere –en momentos de crisis–, para liderar un camino que brinde, al menos, un sendero, ya no un camino, de certidumbre. Sólo hay confusión, retórica y, lo más denostable, burdas mentiras.
Para todos los bolivianos que tenemos un emprendimiento legal y formal, la cuesta ya no es empinada: es imposible. La persecución impositiva, la carencia de créditos bancarios, la ausencia de divisas y el incremento de insumos para la producción básica ya son prácticamente inviables. Y, para los contrabandistas, comerciantes informales y gremialistas, incluso para los narcococaleros del Chapare, la crisis les pegó en pleno estómago. Se creyeron imbatibles. Inalcanzables. Casi intocables. Ahora ya saben lo que es vivir en una economía destruida. La crisis es transversal. Es integral. Es total. No hay distinciones. No hay diferencias. Todos nos estamos ahogando.
Lo patético es que como principal funcionario público –masista por supuesto–, prefiere introducir su cabeza en un hoyo en lugar de ser proactivo y valiente para resolver la severa crisis económica en la que estamos sumidos. Su elección es patética. Prefiere negar el precio de un tomate y vender tomates abstractos.
Los jóvenes bolivianos viven deprimidos, precarizados y empobrecidos. Aquella generación llamada evista, ahora sabe que su dinero no vale nada y deben optar por un tomate real o por uno imaginario. La revolución nunca fue revolución. Fue un timo. Un burdo engaño de feria. Un sorteo con muchas blancas. Con gorritas rojas y su estrellita al medio. Pasarán a la historia como el mayor bulo de la política boliviana.
Y lo que no termina de entender estos dinosaurios de la política, burócratas socialistas es que estamos en el momento de mayor desafección política. Los jóvenes ya no creen en los políticos: concejales, asambleístas, diputados, senadores, dirigentes, sindicalistas. Se acabó la fiesta. No hay plata. Hay deudas por pagar y una enorme pesadilla económica: la hiperinflación.
Los estudios, varios, no sólo un par, advierten que el 80% de los menores de 25 años no se siente escuchado por los políticos, un porcentaje que sitúa a Bolivia en la lista negra de los países con el mayor recelo juvenil hacia los representantes de funcionarios públicos. Y, ojo, son ellos los que decidirán quién será el próximo presidente de Bolivia. Y, además, son mujeres jóvenes de estratos populares. Muchas de ellas hijas de comerciantes que ya no tienen como sostener sus negocios familiares. Cuándo no hay dinero, se acaba la ideología. Y hay una peligrosísima lectura de estos puertos: la mayoría piensa que la democracia no es la mejor forma de gobierno. Por la sencilla razón de que no resuelve sus problemas. Y lo más patético, es que estos operadores políticos –viejos y en desuso– insisten en creer que sus liderazgos todavía tienen algo de fuerza.
Esta desafección de los jóvenes, que corre en paralelo a la de los adultos y a un proceso de polarización en la sociedad, puede explicarse por tres causas: La primera es el fracaso del burdo proceso de cambio, que al final siempre fue una confrontación partidista y sectarista, en lugar de buscar el bien común. La segunda razón es que el supuesto pacto intergeneracional está desequilibrado hacia los dirigentes políticos en lugar del llamado “pueblo” y; tercero, la precariedad creciente, la inestabilidad y la tremenda incertidumbre que sufren los jóvenes, unida al enorme costo inasumible de la vivienda, que hace que muchos jóvenes piensen que la política no sirve para nada. Y no les falta razón
Por todo ello, qué importante es saber, en tiempos de crisis, cuánto –realmente– vale un tomate, porque al final, sea como sea, en las próximas elecciones, recibirán su tomatazo: oficialismo y oposición. Todos por igual.