Según la ONU, la población mundial en 1950 era de 2.500 millones de habitantes y pasó a 6.000 millones, cincuenta años más tarde. En 2022 llegó a 8.000 y para el 2050 se acercará a 10.000 millones de personas. El problema es, cómo alimentar tanta gente sin afectar al planeta, siendo que el vertiginoso incremento poblacional ejerce ya una fuerte presión sobre los recursos naturales. Lo grave es que, quien no come o no come bien, se enferma o muere. La alimentación, es vital.
Con un recurso “tierra” muy limitado, ya que menos del 3% del globo tiene vocación agrícola, y con cada vez más bocas por alimentar, urge incrementar la producción sostenible de más alimentos. Frente a la imposibilidad de ampliar infinitamente la frontera agrícola, la ciencia y la tecnología -la biotecnología- es una ayuda eficaz para aumentar la productividad y la producción, a fin de evitar una futura crisis social derivada de una previsible escasez y la subida de precios de los alimentos.
El uso de la biotecnología en el agro puede ser de gran beneficio para la Humanidad, por el menor consumo de agua y diésel utilizados para rociar productos que combaten las plagas y hierbas, que al tornarse resistentes a los plaguicidas y herbicidas, provocan su uso excesivo, cuyos residuos pueden llegar a contaminar los alimentos. Frente a este problema, la biotecnología, como aseveran abiertamente 168 Premios Nobel, puede ayudar a producir alimentos más sanos. ¿Clarito, no?
Sequías, inundaciones, erosión eólica e hídrica, es la tónica. Crecen los desiertos, cambian los patrones de producción, aumentan las plagas, aparecen nuevas enfermedades, bajan las cosechas y suben los precios de los alimentos. Si se suma a ello el alza del consumo mundial ¡se viene una “tormenta perfecta”!
Cuando no hay alimentos suficientes y estos se encarecen, se produce una crisis alimentaria. ¿Cómo se soluciona? Aumentando la oferta a precios razonables y mejorando la capacidad de acceso a los alimentos. Pero, su mayor producción enfrenta limitantes, como la escasez de agua dulce, la disponibilidad y calidad de la tierra, y el cambio climático que, con las plagas, medran los cultivos.
Frente a tan lóbrego panorama, en Bolivia deberíamos dar gracias a Dios por nuestros productores del agro, por llevarnos de la “seguridad alimentaria” a la “soberanía alimentaria” con su esfuerzo; asimismo, por las condiciones objetivas y la capacidad humana que tenemos, para exportar alimentos.
Gran parte del camino ya está recorrido, somos autosuficientes en casi todos los rubros básicos, pero, como seres humanos preocupados por millones de seres humanos en el mundo, bien podríamos ayudar, generando más alimentos para ellos.
Un país que produce sus propios alimentos y sustituye su importación, generando importantes saldos para exportar, se beneficia a sí mismo y beneficia al mundo. El Departamento de Santa Cruz, en el Oriente boliviano, es un paradigma de ello. Su desarrollo productivo y la alta generación de empleo están asociados a la agropecuaria con orientación industrial y comercial, mirando siempre al mercado.
Los productores agropecuarios entienden que, si a su propio esfuerzo -conscientes de su rol, como actores del desarrollo que invierten, arriesgan, cultivan la tierra y producen carnes, generando alimentos por encima de las necesidades del país- se sumaran políticas públicas inteligentes para garantizar su labor, se lograría una actividad económicamente viable, ambientalmente sostenible y socialmente responsable, bajo la ecuación “esfuerzo privado + esfuerzo público = soberanía alimentaria”, llevándonos a ser un gran país agroexportador.
Bolivia tiene un enorme potencial agroproductivo dormido, pese a ello, genera más de 20 millones de toneladas de alimentos básicos cada año y exporta más de 3,5 millones de toneladas de soya y derivados, girasol y derivados, carne bovina, azúcar, quinua, bananas, alcohol, lácteos, chía, sésamo, frejol, maní, palmitos y café, por citar algunos ejemplos, superando de lejos su valor exportado al de los hidrocarburos, y, sin mucho esfuerzo, podría rebasar igualmente a los minerales, dejando de depender de recursos extractivos no renovables.
Mucho de esto tiene que ver con Santa Cruz, donde bolivianos de todo lado, forjan cada día la seguridad con soberanía alimentaria del país.
Dados los pisos ecológicos y climas con que contamos, bien podríamos producir más granos, cereales, legumbres, tubérculos, forrajes, superalimentos como la quinua, kañawua, tarwi, amaranto; verduras y hortalizas de contraestación; frutas, incluso nativas; carnes rojas, blancas y magras; flores, hierbas medicinales, aceites esenciales y, con un aprovechamiento forestal/maderero sostenible, llegar a exportar 10.000 millones de dólares/año. ¿Está clarito, verdad?
Pero, con tamaño potencial desaprovechado -y tantos pobres que aún tenemos- tal parece que somos un país no desarrollado porque no se entiende lo que se debe hacer; no se lo quiere hacer o, como dijo alguien, porque lo merecemos…
Gary Antonio Rodríguez es Economista y Magíster en Comercio Internacional