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29/05/2020

¿Podrá la Presidenta mantener su candidatura?

Janine Añez no buscó la presidencia. La presidencia la buscó a ella. Cuando quedó posesionada, amplios sectores del país sintieron alivio. Casi 14 años de gobierno, un referéndum burlado y un grotesco fraude electoral fueron suficientes. Se frenó la escalada impulsada por Evo Morales que buscaba resolver las diferencias en las calles y carreteras, con la movilización, el bloqueo, los explosivos y el manejo selecto de armas; es decir que Morales escogió el campo militar. Por ello los muertos de Sacaba y Senkata, innecesarios, son su responsabilidad.

La estrategia de pacificación conducida por el exministro Jertes Justiniano se apoyó en dividir al enemigo, aprovechó de los descontentos/marginados, como era el caso de la presidenta del Senado, Eva Copa, de los corruptos, y también de los dirigentes de base como de varios distritos de El Alto que sentían que ya era demasiado, que ellos ponían los muertos en beneficio de Morales.

La salida de Justiniano generó un bache inesperado (además de los primeros hechos de corrupción, como ENTEL, protagonizados por funcionarios de la corriente del exministro.) Añez, con un equipo improvisado, tenía poco margen para asumir la gestión en un escenario complejo. A pesar de ello, la Presidenta enfrentó las acciones desestabilizadoras del MAS, lo que la fortaleció. En ese contexto, lanzó su candidatura a la presidencia, con lo que debilitó su mandato y le quitó legitimidad.

Para colmo, apareció después el coronavirus. El gobierno vendió una imagen de eficiencia ficticia, que contrastaba con la precariedad del sistema de salud heredado de la gestión de Morales. No se sinceraron, prometieron demasiado y no fueron transparentes. Los números de contagios y muertes por el COVID-19 son bajos frente a las estadísticas de países vecinos; pero más allá de la ineficiencia en la gestión o los esfuerzos de algunos ministros, especialmente en occidente, existe un factor que tiene que ver con el bajo número de contagios, y es la altura. En diferentes lugares del planeta, en los centros poblados que están por encima de los 3.000 metros de altura, la enfermedad tuvo un impacto limitado.

Paradójicamente el daño más grave a la candidatura de Añez no ha sido provocado por sus contrincantes sino por sus propios demonios: corrupción, ausencia de gestión política y de un cerebro que coordine estratégicamente el accionar del gobierno.

El caso de los respiradores la dejó sin oxígeno, por el volumen de la transacción y porque mostró un entramado delincuencial en el que no se siguieron los protocolos correspondientes. Y más allá de la presencia de un dirigente masista entre los implicados, hay autoridades responsables y no se podrá tapar el escandalo señalando que es parte de la conspiración de Morales.

Su estrategia política se reduce a repetir que “la vida es lo primero”, cuando la propia vida depende de un mínimo de consenso, que es política; y de alimento. Hasta ahora no hubo un pronunciamiento claro por parte del gobierno respecto a las elecciones. Sus representantes no señalaron si estaban de acuerdo con la propuesta del presidente del TSE sobre el rango de fechas entre junio y septiembre para llevar a cabo las elecciones, y más bien, se dedicaron a hostigar al TSE.

El ahora ministro Oscar Ortiz sabe del precario equilibrio que existe en el TSE, que fue producto de una dura negociación con el MAS, que tiene los dos tercios en la Asamblea. No hablar de las elecciones y oponerse al debate sobre la fecha de las mismas deja sospechas que se quieren perpetuarse en el poder. Eso sería es hacerse el haraquiri porque es justamente lo que intentó Morales. Que las autoridades piensen que postergando los comicios vayan a ganar las elecciones es jugar a la ruleta rusa. Además, las declaraciones altisonantes del ministro de gobierno, Arturo Murillo, para quien el mundo se reduce a amenazar, debilitan la imagen democrática del gobierno y fortalecen la versión de que un golpe echó a Morales del poder.

Pero el problema de fondo es otro. Está alrededor de la presidente Añez y solo ella lo puede resolver. No puede tener a su hija para manejo de bienes del Estado, es un riesgo extraordinario sin beneficio alguno. No debió crear para Mostajo un Ministerio, que solamente ha traído gastos al Estado y dolores de cabeza a la Presidenta. Finalmente, el problema es la ausencia de un centro de conducción estratégica que debiera ser el Ministerio de la Presidencia. Se trata de un articulador de la gobernabilidad y de gestión. Una política burocratizada, cuando el factor tiempo es fundamental, no sirve para enfrentar un escenario de crisis.

Tomar medidas de fondo, que permitan cumplir sus promesas de rectificación, está en manos de la Presidenta; y con ello está jugando su candidatura y el destino del país.

Gregorio Lanza es economista, con maestrías en políticas públicas.



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