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20/03/2021
El Satélite de la Luna

Pecados públicos y reconciliación

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Cuenta la historia que el año 390 el obispo de Milán, Ambrosio, negó el ingreso al culto al emperador Teodosio I, debido a que éste había masacrado a miles de tesalonicenses, en represalia a un motín provocado por un escándalo homosexual y deportivo. El deporte suele mover multitudes en toda época y la homosexualidad, por entonces, había sido declarada delito público. Ambrosio no se dejó distraer por las justificaciones morales y políticas del emperador, sino que, ante el delito mayor, exigió a Teodosio el arrepentimiento y una severa penitencia para acceder al perdón; sin que se reportara la salida de espuma de la boca de algún amanuense.

Los tiempos han cambiado: hoy la fe de los políticos suele ostentarse solo para ganar votos y a la autoridad moral del obispo se ha sumado la de la prensa, cuando es libre e independiente, y de la opinión pública cuando está bien formada. Por eso, en esta época de Cuaresma, sin menospreciar el camino penitencial individual, quisiera reflexionar sobre el alcance de los pecados públicos.

Para caracterizar los pecados públicos de las metáforas bíblicas (caída, extravío y deuda) me quedo con la deuda y entre los “ama” ancestrales (no seas flojo, no seas ladrón y no seas mentiroso) la que más califica es la mentira. En efecto, la flojera en el poder no se espanta con levantarse a las 5 de la mañana y recorrer miles de kilómetros al día por aire y tierra, sino que se identifica con la omisión, la inoperancia, la falta de previsión de las consecuencias de un acto de gobierno y el resguardo del dirigente detrás de las masas sindicalizadas. Asimismo, los ladrones públicos son por supuesto los corruptos, los que roban al Estado y al pueblo, pero también los que destruyen vidas de hermanos, bienes de la naturaleza, paz de las familias y esperanzas de los niños.

Sin embargo, el pecado público más común es la mentira, en sus dos vertientes bíblicas de idolatría y de falso testimonio. Me explico: creerse dioses y hacerse rendir culto incondicional; erguirse a medida del bien y del mal; ejercer un cargo sin tener las más mínimas destrezas; todo eso es vivir en la mentira, engañar al pueblo y extraviarse uno mismo. La otra vertiente es la calumnia, incluso bajo las formas hoy de moda de bulos y posverdades, que buscan aniquilar al adversario, sin considerar que la verdad de los hechos queda registrada de mil maneras.

Estos tiempos que vivimos en Bolivia nos dan innumerables ejemplos de mentiras públicas, con falsas acusaciones, falsos testimonios, falsas historias, que parecen ser piezas de un plan perverso de limpiar la cara de ídolos de barro y coca, a costa de impedir la reconciliación nacional. No necesito explicitarlos: están en las noticias, a cada hora.

Es notable que la Iglesia use diferentes denominaciones para el sacramento del perdón: penitencia (con énfasis en la reparación), confesión (que resalta el arrepentimiento) y, la que más me gusta, reconciliación (con Dios, con el hermano y con la creación). Lo cierto es que el perdón es tan necesario que las sociedades laicas le han encontrado sucedáneos, como la “autocrítica” de soviética memoria. 

Los actuales gobernantes, al incumplir hasta los simples y oportunos “ama” ancestrales, están condenados a seguir abultando la deuda contraida con el pueblo y con la historia, desde el momento en que abusan de una justicia servil, vengativa y manipulada; esa misma justicia que en vano prometieron transfigurar.

Como hizo hace 1630 años el obispo Ambrosio, hoy, ante la tentación de la espiral irrefrenable del odio y la venganza, los obispos de Bolivia nos instan a escoger el camino de la reconciliación y la paz, pavimentado por la justicia y la verdad.

Francesco Zaratti es físico y analista.



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