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Patria es el título de una serie de HBO, basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, que aborda algunos aspectos de la temática de Euskadi (país vasco) durante y al final de los “años de plomo”.

Más que la historia del insano camino que tomó la lucha de esa singular nación, con su correlato de represión estatal, Patria es la descripción de los desencuentros de dos familias de un pequeño pueblo azotado por ETA.

En efecto, la narración explota las relaciones de dos familias amigas (una obrera y otra empresarial), enfrentadas a partir de la extorsión de ETA al empresario, tachado de “traidor” por resistirse a pagar.

Los lazos entre las dos familias se deterioran aún más luego del asesinato del empresario, en el cual participó un hijo de la familia obrera, quien, finalmente, termina arrestado, torturado y condenado como autor del crimen.

El drama se centra en dos poderosas figuras femeninas: la viuda del empresario y la madre del joven terrorista. La viuda, obligada a dejar el pueblo ante la hostilidad del entorno y aquejada por un mal terminal, regresa, una vez que ETA abandona la lucha armada, con la obsesión de buscar (para otorgarlo) el perdón de la familia obrera. Sin embargo, encuentra una barrera infranqueable en el fanatismo de la madre del terrorista que se resiste a reconocer la responsabilidad de su hijo (que en el fondo es la suya) en el crimen. El desenlace, largo y complejo, es la victoria del amor y del perdón sobre el fanatismo y el resentimiento, gracias también a la fe religiosa, sólida, aunque diferente, que comparten las dos mujeres.

La visión de la serie me ha dejado varias enseñanzas cuya descripción no cabe en una columna de opinión. Por eso me limitaré a dos aplicaciones, una general y otra para la casa.

En general, la historia narrada es una denuncia del poder destructor del fanatismo (más allá de justificaciones subjetivas y objetivas) cuando desemboca en el terrorismo y la muerte. Es una fuerza ciega que ataca no solo instituciones, deja no solo víctimas inocentes, profundiza no solo las divisiones sociales, sino que destruye familias, amistades y sueños. Ese fanatismo, en nombre de un resentimiento nacionalista, devasta valores éticos y políticos, familiares y religiosos. La respuesta no es la violencia, que solo logra alimentar la espiral del mal, sino el poder sanador del amor, cimentado en la fe en la bondad del hombre.

Pensando en Bolivia, las muestras públicas, incluso de las más altas autoridades políticas, de glorificación del pasado guerrillero, violento y terrorista de algunos personajes recientemente fallecidos, por cierto no ayudan a crear esa cultura de paz, tolerancia y convivencia mutua que el país necesita. Indudablemente, el ser consecuente con sus ideales es una virtud, excepto cuando se vuelve pretexto para seguir en el camino equivocado.

Lo mismo se puede decir de la “nueva justicia” en la cual muchos pusimos ingenuamente nuestra esperanza. En los hechos, renunciando al camino de la rectificación de las causas que, por la insana ambición de dos individuos, originaron dolor y luto en la población boliviana, se exasperan las divisiones, los resentimientos y el odio, transmitiendo una sensación de impunidad de los crímenes del “bando vencedor”. Como si una victoria electoral pudiera otorgar privilegios éticos. ¿Acaso no lo denunció hace 2700 años el profeta Isaías?:

“¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,

que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!”

En fin, ¡cuánto nos cuesta aceptar que la Patria, antes que un territorio para dominar y explotar es un conjunto de lazos que nos atan, en un destino común, a la tierra, a la gente y a las diferentes culturas que la habitan! 

Francesco Zaratti es físico y analista.



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