En 2019 publiqué en el extinto periódico Página Siete el texto “Partidos y enteros”. En él compartí la convicción de que la recuperación de la democracia requería “hacer partidos para estar enteros”, asumiendo que los partidos cumplen funciones indispensables para la vida social y la existencia del estado desde una perspectiva opuesta a toda forma de autocracia. Una de tales funciones es la intermediación de la sociedad y el Estado en procura de la consideración de las expectativas de aquélla dentro de la estructura decisional de éste, lo cual es fuente de la legitimación del Estado. Otra, la cohesión social a través de la articulación de los intereses sectoriales emergentes de la diversidad en propuestas globales compartidas por encima de las diferencias, diseñadas, discutidas y aprobadas con amplia participación ciudadana, fundamento de su cumplimiento y aplicación efectiva. Esto se llama democracia y estado de derecho.
Cinco años después, vuelvo a la carga. Con la misma fuerza de entonces. Con mayor impaciencia. Con un enfado de grado superlativo por las demostraciones de la incompetencia para hacer política de quienes se dicen políticos demócratas y vienen luciendo su vocación para la reincidencia en los errores cometidos desde hace dos décadas. Por la ceguera que demuestran pese a sus indiscutibles méritos en cualquier otro ámbito de su existencia: número de libros leídos y/o escritos, títulos y reconocimientos logrados, inteligencia y talento retórico, simpatía personal, fama y fortuna…
Su inconducta ha favorecido a la estrategia de dominación masista que usurpó la democracia para vaciarla de su contenido convirtiéndola en un mamarracho reducido a elecciones desiguales, injustas, oscuras y manipuladas, garantía de la reproducción del poder de los autócratas desde 2006 cuyo resultado es el hundimiento sostenido del país en el pozo profundo de una debacle sistémica de proporciones mayores. Todo con el blindaje ofrecido por la subordinación judicial al poder que incluye actualmente, como dice Roberto Laserna en su artículo publicado en El Deber de Santa Cruz hace unos días: un “tribunal constituyente de facto” al cual “nadie lo eligió para tal fin y su mandato, limitado a resguardar el cumplimiento de la Constitución, ya caducó hace más de 10 meses”. Corolario del derrumbe del Estado. Del llamado “proceso de cambio” que ha convertido a Bolivia en un sitio donde pasa todo y nada pasa.
Reclamo contra los “llaneros solitarios”, esos que evitan, se oponen, sabotean e impiden la formación de partidos para emprender la actividad política. Se quedan rodeados de sus estrechos círculos de parentesco y amistad para tomar allí decisiones e imponerlas verticalmente, a dedazo limpio, a los demás. A los otros. A los “afuereados”. Esos que, aunque hayan llegado a asentar sus posaderas en algunos curules, les importan un bledo a los caudillos.
Reclamo contra los “propietarios” de unas extrañas organizaciones políticas con personería jurídica, contando con siglas para disfrazarse de partidos cuando en realidad son emprendimientos privados donde las decisiones provienen de la cantidad de acciones que se tienen en el patrimonio empresarial. Aunque se identifiquen con la izquierda democrática.
Reclamo contra los “herederos” de siglas vacías de contenido y propuestas, activos del caudal hereditario abierto a sucesión con la muerte de su fundador; junto con inmuebles y muebles sujetos a registro, proveen beneficios por tiempo indefinido en favor de los arreglados sucesores hasta la octava generación a costa de los intereses públicos.
Reclamo contra los “desmemoriados”, “holgazanes” y “charlatanes” que dejaron de tejer militancia real alrededor de valores y principios, de producir visión y acción estratégica. Unos reprodujeron las mesas chicas de los “jefazos”. Ellos también lo son o se sienten jefazos, en menor escala. Otros, ni eso. Hasta sus nombres han sido olvidados porque en la práctica no existen.
Hay que recordar que hay condiciones de éxito que deben ser cumplidas por quienes encabezan o pretenden encabezar alternativas políticas: la conformación del sujeto institucional con habilitación legal para participar de la actividad política, dejando el expediente del préstamo de uso, alquiler o anticrético de siglas patrimonializadas por familias o amigos; el desarrollo de visión estratégica que incluye el conocimiento y la comprensión del pasado y del presente, tanto en el plano interno como en el internacional; la disposición para incomodarse pisando tierra y relacionarse con los otros, en actitud de servicio y aprendizaje; el compromiso para trabajar sin excusa, a dedicación exclusiva, en las tareas políticas.
A todos quienes se sienten “llamados” les reclamo que construyan partidos para tener opción a ser “elegidos”. Antes de que sea tarde, antes de que la usurpación de la democracia sea completada, antes de que la violencia destierre definitivamente al poder y antes de que los fascistas nos saquen del mapa llamándonos fascistas a nosotros.
Gisela Derpic es abogada.