Estamos entrando a una carrera frenética entre la paz y la violencia. El precario equilibrio de paz social que se ha logrado preservar luego de la caída del régimen de Evo Morales, la pacificación, “la pax boliviana” está en peligro de desaparecer, no sólo asediada por la pandemia del coronavirus que ha venido difiriendo la urgente realización de elecciones, sino por el asalto de hordas vinculadas al MAS.
Estamos ante una arremetida vandálica de “movimientos sociales” afines al MAS que bajo una careta política-electoral se han dado a la tarea de sembrar la violencia para delinquir, que ni sus máximos dirigentes ya pueden controlar. En efecto, el bloqueo de caminos y el pillaje en medio de la más grave crisis humanitaria de salud es un crimen imperdonable que va arrasar con las posibilidades electorales del MAS. Pero también puede arrasar con el precario equilibrio social que aún sobrevive.
La política, la democracia y el deporte son, entre otros, los instrumentos que ha inventado la humanidad para conducir la guerra por otros medios. La renuncia a la política, al diálogo y a la competencia democrática es una invitación directa a la violencia en todas sus formas. La dictadura de Evo Morales fue una forma de violencia sobre la sociedad y una paz impuesta por la fuerza. La recuperación de la libertad para elegir en democracia es lo que ahora perseguimos.
Pero el tránsito de la paz social, de la incipiente democracia liberal, hacia la violencia se está viendo acelerada por el vertiginoso empobrecimiento que provoca el derrumbe de la salud y la economía. La pandemia está acelerando la historia, decía ya Yuval Noah Harari. Depende en gran parte de nosotros si esa aceleración es ascendente hacia la democracia y la paz o es descendente en un espiral de violencia hacia la dictadura. Bolivia se debate hoy ante esa disyuntiva.
La famélica debilidad del gobierno de transición, que persiste en ser juez y parte del proceso electoral, ha paralogizado a la Presidenta, impidiéndole ver lo obvio, lo necesario y lo urgente que es la renuncia a su candidatura para recuperar el equilibrio político, distensionar al país y poder llegar a las elecciones del 18 de octubre. Ya ha empezado la movilización pidiendo su renuncia, a escasas diez semanas de la elección, con el ridículo pretexto de mantener el 6 de septiembre, en pleno pico de la pandemia, como la fecha para realizar las elecciones. Hoy más que nunca necesitamos un gobierno y presidenta imparcial que garantice la legitimidad de la elección.
Ya conocemos también el libreto de la insurrección masista, sólo que ahora éste conspira no únicamente contra la recuperación de la democracia, sino también contra el proyecto electoral del propio MAS. Ahora, más que nunca debemos acelerar hacia delante y ganarle la carrera a la violencia, que una vez que se impone, tiene una salvaje capacidad para retroalimentarse. Debemos avanzar con fuerza en impulsar el proceso electoral para cerrarle el paso a la insurrección que tiene motivos inconfesables para oponerse a que se llegue a elecciones y se elija un gobierno legítimo.
La combinación de la pandemia con el encierro obligatorio y el mayor control del desplazamiento, incluyendo el tráfico aéreo, han afectado negativamente no sólo a la economía, sino principalmente al tráfico de drogas hacia el exterior, deprimiendo los ingresos de los cocaleros que ahora se han dado al asalto de las carreteras, el bloqueo de las ciudades y pronto pudiera convertirse en el asalto sobre las mismas, disfrazado de revuelta popular.
Si hasta ayer la disyuntiva era entre la democracia y la dictadura, hoy ésta se está dando entre la democracia a través de las elecciones y la dictadura a través de la violencia. Es la hora de apostar por el triunfo de las palomas de la paz sobre las escopetas de la insurrección violenta. Es la hora de cerrar filas por la democracia por parte de todos los actores políticos que apuestan por la paz, la estabilidad y la unidad que necesita Bolivia para superar uno de los trances más graves de su historia. ¿Estaremos los bolivianos, y especialmente los políticos, a la altura de este gran desafío?Ronald MacLean-Abaroa fue Alcalde de La Paz y Ministro de Estado