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Raíces y antenas | 21/12/2025

Pactar para desmontar el populismo cleptómano

Gonzalo Chávez
Gonzalo Chávez
El populismo tiene una forma muy particular de relacionarse con la sociedad: no conversa, no persuade, no construye instituciones; reparte rentas económicas. Es, por decirlo, sin rodeos, una política basada en la billetera.  Mientras haya plata hay amor. Cuando la plata se acaba comienza el divorcio. Este es el caso del populismo cleptómano implementado en Bolivia por MAS, tanto por Morales como Arce.

Durante casi 20 años, el gobierno del MAS construyó en Bolivia una sociedad rentista bastante amplia usando varios instrumentos de política económica para transferir ingresos a distintos grupos. 

El primero fue el tipo de cambio fijo y artificialmente barato. El dólar barato no fue un detalle técnico: fue una gigantesca máquina de repartir renta comercial. Importar se volvió un gran negocio y, entre lo legal, lo informal y lo directamente pirata. Millones de personas encontraron ahí trabajo y sustento. No por casualidad, las importaciones pasaron de unos $US 3.000 millones en 2005 a más de 15.000 millones en el auge del modelo. Fue una fiesta larga… pero no para todos por igual.

El segundo gran pilar fue la renta del gas y el petróleo. Esa plata bajó como lluvia mansa –a veces tormenta– hacia gobernaciones, municipios y universidades. Con ella se pavimentaron calles, se inflaron presupuestos y se aprendió una lección peligrosa: gastar es fácil cuando alguien más paga la cuenta.El tercer pilar fue el subsidio a los combustibles. Gasolina y diésel baratos para todos, ricos y pobres, eficientes e ineficientes. Un regalo caro pero políticamente rentable. Cada litro subvencionado era un pequeño recordatorio de que el Estado “cuida”, aunque la factura quedara escondida bajo la alfombra fiscal.

Y no olvidemos el cuarto componente: impuestos bajos o inexistentes, regímenes especiales y guiños generosos para grupos bien organizados. Cooperativistas mineros, cocaleros, grandes propietarios rurales y otros sectores recibieron rentas directas o indirectas. El mensaje era claro: si estás dentro del club hay beneficios.

Así funciona el Estado rentista: crea clientelas. No ciudadanos exigentes, sino beneficiarios agradecidos. Este modelo puede funcionar mientras dura la bonanza, como ocurrió en Bolivia entre 2006 y 2014, cuando el gas natural era el maná que caía del cielo, pero cuando el maná se acaba comienzan los problemas.En lugar de ajustar a tiempo, cuando la renta gasífera se termino, el Estado populista decidió estirar la cuerda y gastar más de lo que tenía: usar las reservas del Banco Central y patear el problema hacia adelante. Es como seguir pagando la tarjeta con otra tarjeta. Funciona un rato, pero no es magia financiera, es solo aplazamiento.Cuando finalmente las rentas empiezan a desaparecer, también desaparecen las lealtades. La sociedad rentista descubre que el bienestar no era eterno y que el modelo dependía de recursos que ya no están. Por eso, el retiro del subsidio a los combustibles no es solo una medida económica; es un golpe directo al corazón del populismo. Y, claro, genera reacción. A nadie le gusta que le quiten lo que cree que es un derecho adquirido, aunque en realidad era una renta financiada por una bonanza irrepetible.En Bolivia, esta relación entre rentas y apoyo político se conoció como el bloque “nacional–popular”. No era solo plata, también eran relatos, símbolos y una épica política que justificaba el reparto. Salir de ahí no es fácil. Duele. Molesta. Genera conflicto.Y aquí está el punto clave: desmontar una sociedad rentista no es solo un problema técnico, no se resuelve con Excel ni con decretos; es un problema político y social. Requiere un nuevo acuerdo, un nuevo bloque histórico, una nueva idea de país basada menos en repartir rentas y más en producir riqueza.Si el ajuste se hace solo como cirugía económica, sin anestesia política ni horizonte de futuro, el riesgo es alto.

El verdadero desafío de Bolivia no es solo cerrar la billetera del populismo, sino abrir una conversación honesta sobre cómo vivir sin rentas fáciles y con instituciones fuertes. Esa es la transición difícil, pero inevitable, que tenemos por delante.

Por lo tanto, desmontar el modelo populista no es simplemente apagar la perilla de los subsidios y esperar que todo funcione por arte de magia. Es, en realidad, un desafío de alta ingeniería política. Hay que desmontar una sociedad acostumbrada a vivir de la renta y transformarla en una sociedad democrática, emprendedora y productiva que apueste a generar riqueza en lugar de repartir escasez. No es un ajuste contable; es un cambio cultural, económico y político de gran calado.

Y esta tarea no puede hacerla un iluminado solitario ni un tecnócrata heroico con calculadora en mano. Requiere un nuevo bloque histórico, construido sobre un acuerdo político explícito entre las fuerzas que recibieron el mayor respaldo ciudadano en las últimas elecciones en Bolivia.

La gente votó, con paciencia democrática y sin romper vitrinas, por dejar atrás el populismo cleptómano. Ahora la pelota está en la cancha de la política. Corresponde a liderazgos como Tuto Quiroga, Doria Medina, Paz Pereira, Lara  o Manfred Reyes Villa demostrar si están a la altura del momento histórico y comprender que recuperar la estabilidad y el crecimiento exige pactar, ceder y cooperar. 

Porque ni la estabilidad ni el desarrollo son obras individuales, son construcciones colectivas. La salida de la crisis que vive Bolivia no está solamente en economía; está, sobre todo, en la política entendida con grandes letras.

El verdadero patriotismo y la auténtica inteligencia estratégica para detener y desmontar al populismo cleptómano –que no está muerto sino apenas agazapado como gato viejo esperando descuido– está hoy en manos de la política. Son los liderazgos democráticos los llamados a reanimar una sociedad productiva, emprendedora y responsable, capaz de generar riqueza, innovar y competir para sustituir de una vez a la cómoda, pero frágil sociedad rentista. 

No es una tarea épica de discursos ni un acto de nostalgia heroica; es una construcción colectiva, paciente y profundamente política. Ahí se juega el futuro.

Gonzalo Chávez es economista.


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