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En voz alta | 31/03/2025

Originarios a más no poder

Gisela Derpic
Gisela Derpic

En las elecciones de diciembre de 2005, cuando la institucionalidad democrática todavía estaba de pie en Bolivia y la Corte Electoral tenía independencia del poder político por decisión de los partidos “tradicionales”, el MAS ganó las elecciones generales con un histórico porcentaje de votos, casi 54%. Con ese caudal electoral, en aplicación de la Constitución y las leyes vigentes entonces, esa mayoría absoluta descartó la elección indirecta vía Congreso y, por tanto, cualquier negociación con fuerzas políticas minoritarias para conformar gobierno. Esto es: contribuyó de entrada al debilitamiento de la democracia.

Fue un cheque en blanco extendido gracias al apoyo de las clases medias urbanas a esa alternativa política del movimiento sindical cocalero del Chapare. Un movimiento de corte sindical bloqueador sistemático del país en defensa de la hoja de coca bajo un discurso agresivo de reclamos, quejas y acusaciones contra “el modelo neoliberal” y el sistema político, calificándolo como aliado del imperialismo norteamericano y las empresas transnacionales.

Tal adhesión tuvo diversas fuentes. Por un lado, el éxito del discurso antipolítico y antisistema difundido como parte de una campaña destinada a que en Hispanoamérica se erija un bloque “socialista del siglo XXI”. Por otro, el hartazgo por los conflictos provocados por el masismo, con la ilusión de que estando en el poder llegara la estabilidad. Lo que llegó fue el autoritarismo populista con vocación dictatorial.

Hasta la posesión del binomio masista en 2006, el MAS ignoraba la cuestión indígena. Por primera vez ese 22 de enero, el cocalero Evo Morales la incluyó en su discurso pues ya se había construido de él la imagen del “primer presidente indígena”, falseando la historia. A partir de ese momento, “lo indígena” fue parte de la impostura del régimen para ganar –como lo hizo– la babosa adhesión de la Unión Europea y los organismos internacionales, ejemplos imbatibles de su complicidad con los regímenes autoritarios del socialismo del siglo XXI.

Poco después del inicio del “proceso de cambio” o “revolución democrática y cultural”, un amigo cercano me preguntó qué preveía para el futuro tomando en cuenta tales antecedentes. “Vendrá la comprobación del grado de sentido de pertenencia del país de quienes se reclaman “excluidos” desde hace más de 500 años”, le dije. “Ellos, los proclamados dueños del territorio por considerarse “originarios”, ahora tienen en sus manos el poder. Habrá que ver cuán grande hacen a SU país”, añadí con sinceridad y escepticismo.

Han pasado más de dos décadas desde entonces. Con un corto intervalo en el cual el MAS-IPSP dejó el órgano ejecutivo – manteniendo bajo su dominio los demás –, lo que se llamó “revolución democrática y cultural” y/o “proceso de cambio” siguió su curso ininterrumpido.

Sus resultados son:

La conversión de Bolivia en un sitio, sin Estado ni derecho, producto del experimento colonialista inventado por un españolito de apellido Errejón;

La instalación de una casta de funcionarios y dirigentes prebendarios, corruptos y criminales enriquecidos ilícita e ilegalmente con impunidad;

La anomia creciente, con una constitución ampulosa e incoherente manchada con la sangre de los muertos de La Calancha, servilleta de los dueños del poder; acompañada de una montaña deforme de leyes incumplidas, inaplicadas o mal aplicadas por la burocracia ignorante medrando del poder;

La liquidación del patrimonio público por la improvisación, la corrupción y el despilfarro; con entrega de los recursos aun existentes a la voracidad imperialista rusa, china e iraní.

La depredación de la naturaleza, con los bosques incendiados y los ríos envenenados.  

La descomposición de un sistema de salud que enferma y mata y de otro de educación que desinforma y maleduca.  

La perversión de las organizaciones de la sociedad civil, cooptadas por la casta en el poder, al servicio de ésta.

El broche de oro del desastre: los pueblos “originarios” entregando sus territorios bajo convenios, piezas dignas del museo de la vergüenza de Orinoca, a estados fantasma, con el auspicio y la participación de los principales representantes del “pluri estado”, un sitio de nadie.

Algunos académicos de clase media alta ya han salido a lavar la imagen de los dirigentes, representantes o autoridades de los pueblos indígenas involucrados en estos actos delincuenciales, con su condescendencia ya conocida. Dicen que “han sido manipulados”. Los manipulados – o cínicos manipuladores- son ellos, siempre listos para defender lo indefendible. Después de casi un cuarto de siglo del comienzo de esta farsa infame, queda en evidencia la impostura. Para llorar y vomitar.

Queda claro también que a los únicos que Bolivia les importa es a los bolivianos sin complejos de su herencia recibida de dos mundos que en 1492 se encontraron y que están decididos a ser originales en la construcción de su identidad y su futuro.

Gisela Derpic es abogada.



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