Dice Enric Corbera que la Navidad no es real sino sólo un concepto y que la esencia de su espíritu, lo más importante, es un profundo reconocimiento y agradecimiento a la Madre Tierra. Agrega que se debe tomar la Navidad como una oportunidad de hacer un reset, como un empezar de nuevo, que es la celebración del solsticio de invierno y que los paganos lo vivían como un día de agradecimiento por lo que la naturaleza les había ofrecido, para añadir que se trata de un día como cualquier otro. “No hay días especiales”, afirma, “cada día es especial, cada día es una experiencia importante (…), la Navidad es un día más donde la tradición la ha puesto como un día especial (…), cada día es único”, concluye.
No le falta razón si se toman las cosas desde un punto de vista meramente físico. Todos los días son iguales, amén de que alguno tengan más luz que otros en función a la estación de que se trate. Pero no se puede olvidar que el planeta Tierra está habitado por seres humanos que, como dice Leonardo Boff, son la expresión consciente e inteligente de la vida y que, por ello mismo, si bien son parte de la naturaleza por su enraizamiento cósmico y biológico, se elevan sobre ella e intervienen en ella, creando cosas que la evolución nunca crearía sin ellos.
De ahí por qué existan, entre muchas otras cosas buenas y malas creadas por el género humano, las más diversas celebraciones: cumpleaños, matrimonios, aniversario de la muerte de un ser querido, profesionalización de los hijos u otros parientes, etc.
Los no cristianos se ufanan declarando que la actual Navidad era una antigua fiesta del imperio romano, y no les falta razón. En diciembre se celebraba dos fiestas paganas: las “Saturnales” (festejo a Saturno, dios de la agricultura y de la cosecha, entre el 17 y el 23 del indicado mes) y el “Sol invicto”, el 25 de diciembre (celebración del solsticio de invierno, a partir del cual el sol empezaba a ganar tiempo en los días). El emperador Constantino (convertido al cristianismo) y el papa Julio I, decidieron en 337 celebrar la Navidad el 25 de diciembre; no en vano Jesucristo era el nuevo sol que brillaba en el universo.
Se celebra en casi todo el mundo, pero en algunos países hay la prohibición de hacerlo: Corea del Norte (la considera amenaza ideológica); Somalia (de mayoría musulmana, no quiere que se celebre para evitar tensiones religiosas); Brunéi (los no musulmanes pueden celebrarla en privado); Tayikistán (prohíbe su celebración pública, para preservar las tradiciones culturales del país) y Arabia Saudí (desalienta su celebración pública). En otros países (Japón y China) no está prohibida, pero su celebración no es común. Países en los que se intentó suprimirla la pasaron mal, como en Inglaterra en 1647, en la cual estallaron protestas que revirtieron la decisión del Parlamento inglés; o como está sucediendo ahora en Siria después de la quema de un árbol de Navidad por parte de los fundamentalistas que tomaron el poder.
Ahora bien, la celebración de la Navidad en la actualidad se ha centrado en dos cosas: reunión de familias e intercambio de regalos, siendo esto último lo que impera y parece darle sentido. Son muy pocos los casos en los que se rememora el nacimiento de Jesús, con prescindencia de los bienes materiales. Santa Claus parece más importante que Jesús. Y es que el sistema socioeconómico que impera en el mundo, que nos induce a consumir más y más a costa de lo que sea, está más que presente en esta festividad, actuando “mágicamente” para obtener más y más ganancias.
Por otro lado, en el mundo se ha enseñoreado la muerte, como lo demuestra el genocidio que se está perpetrando en Gaza, incluido el asesinato de miles de niños inocentes. La crueldad, el odio y la venganza también imperan como se ve, por ejemplo, con los centenares de presos políticos, perseguidos y exiliados que hay en Bolivia. La desigualdad del mismo modo, como se evidencia de los más de 200 millones de pobres en América Latina, 100 millones de los cuales se encuentran en situación de extrema pobreza. En fin, por donde se mire, las cosas no andan bien.
¿Será por esto que la humanidad busca un día para dedicarlo a la paz, el amor, la solidaridad y cree que con eso los males del mundo desaparecen, y que ese día es el de Navidad? Es muy probable.
Pero, junto con este panorama desolador, es necesario también ver la luz al final del túnel, a propósito de lo cual es ilustrativa la obra del filósofo marxista Ernst Bloch, “El principio esperanza”, en la cual plantea que la historia no está predeterminada ni tiene un destino fatal, con lo que recupera la importancia de las utopías, aquellos sueños inalcanzables que, sin embargo, permiten al género humano caminar hacia adelante, moverse y dejar atrás lo malo que existe en la realidad. Utopías que no están, en modo alguno, predeterminadas en sus características, sino que se van construyendo de acuerdo a las circunstancias históricas y a las necesidades de las sociedades.
Y también es ilustrativo el pensamiento del gran Teilhard de Chardin, que creó el concepto de “noosfera” para referirse a la ya denominada biocivilización o la Tierra de la Buena Esperanza. Una esfera nueva en la cual mentes y corazones convergen en una consciencia colectiva de especie, habitando la única Tierra que tenemos.
La Navidad nos invita a no perder la esperanza, pese a todo lo malo que pasa en el mundo y en Bolivia. A confiar en que nos esperan días mejores. Sin olvidar, claro está, que para conseguirlos hay que trabajar, hay que aportar y enfrentar día a día, minuto a minuto, el mal que está presente en la historia y en la realidad. Trabajemos, pues, porque nada viene por generación espontánea.
Que la celebración del nacimiento de Jesús nos llene de alegría y determinación para construir un nuevo mundo, una nueva sociedad. ¡Feliz Navidad!
Carlos Derpic es abogado.