Estoy harto de… Haga usted la lista y verá que es parecida. ¿De los políticos? ¿De la justicia corrupta? ¿De las promesas incumplidas? ¿De los servicios ineficientes? No es necesario ir muy lejos – el primer taxi tal vez – para darse cuenta que la mayoría de la gente piensa y siente igual. Los defraudados suman millones en América Latina y la orientación imprevisible de su voto representa más de un riesgo.
“No sé por quién voy a votar, pero seguro que por ninguno de estos”. “Ojalá llegara un presidente como el salvadoreño que ponga a todos en su lugar”. “Me gusta el candidato argentino ese que anda con una sierra con la que destruirá a todos los políticos”. La narrativa de la bronca ya tiene temas y nuevos ídolos/líderes a los que seguir. Las banderas de la derecha tradicional y de la izquierda populista han sido arriadas en varios lugares e izadas las de una perspectiva paradójicamente anárquica y conservadora. Así nos va en la región, entre locos e iluminados.
La victoria de Javier Milei en las primarias argentinas fue todo, menos inesperada. Y es que si hay una sociedad cansada es esa. Llevan años golpeados por la crisis económica y no hay cuándo vean la luz al final del túnel. No importa quién conduzca la locomotora, si son liberales y populistas de izquierda, las cosas de todas maneras no funcionan y el peso de los problemas cae sobre las espaldas de las clases medias y los más pobres.
¿A dónde mirar entonces, si todos y todas las que probamos hasta ahora no pudieron hacer nada? La respuesta fue Milei. No se identifican precisamente con una ideología. No es que sean de derecha o izquierda. Qué más da. La cosa es ser partícipes del encendido de la mecha para que vuele de una vez todo por los aires y se pueda comenzar de nuevo. Si no cambian las cosas, por lo menos habrá nuevas caras.
El voto de Milei es el de los frustrados, pero también el de los acorralados. De los que atisban indignados desde las ventanas todos los cambios que se han dado en las relaciones sociales. De los que no quieren saber de las reivindicaciones del colectivo LGBT, el matrimonio gay y otros derechos que han comenzado a ejercerse de un extremo a otro del planeta. Ahora son ellos, los más conservadores, quienes no se sienten respetados y creen llegado el momento de que venga alguien que, como Milei, por lo menos les ofrezca erradicar ese tipo de debates en las escuelas.
Es un poco lo que ocurría a fines de la década de los años sesenta del siglo pasado, cuando irrumpieron en el mundo movimientos pacifistas y de izquierda, hippies y militantes, que afirmaron en las calles su derecho a vivir una vida fuera de las prohibiciones, los hábitos y la cultura de los que habían definido las reglas del juego antes que ellos. Entonces, como ocurre ahora, también hubo la reacción conservadora, en muchos casos cruel y autoritaria, y no a través de las urnas como pasó recién en Argentina y antes en el Brasil de Bolsonaro.
Y en Bolivia no estamos muy lejos. No en vano más del 50% de la población expresa en las encuestas su rechazo a los políticos y partidos tradicionales. Incluso el MAS y sus líderes, que fue el partido que capitalizó el descontento en los primeros años del nuevo milenio forma parte del mismo grupo.
La gente no sabe por quién votar, pero su narrativa es prácticamente la misma que la de los argentinos en la mayoría de los temas. Y aquí también hay “acorralados”, de esos que quisieran volver a los tiempos de las “abuelas”, cuando, ¡Jesús di!, se respetaba a los mayores y había todas y todos, pero no “todes” como hoy.
El fenómeno Milei en realidad es involución en muchos aspectos y es que detrás de la máscara de los “libertarios”, que arman su discurso sobre la ola narrativa de los defraudados, hay una lógica posiblemente más oscura y reaccionaria, adversa a la tolerancia, la no discriminación, el respeto a la diversidad y otras conquistas que la humanidad en su progreso ha conseguido en las últimas décadas.
La bronca es una suma de comprensibles desencantos, de estados de ánimo crispados y gente cansada de esperar respuestas a las preguntas de siempre, pero hay que distinguir entre la frustración y el deseo de revancha de quienes piensan que basta con votar para automáticamente volver al pasado, a la edad de oro del manual de las “buenas costumbres” y del respeto, cómo no, a las ideas y arrebatos de los mayores.
@brjula.digital.bo