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20/08/2023
La curva recta

Milei, el Estado y los impuestos

Agustín Echalar
Agustín Echalar

El que aproximadamente un 30% de electores argentinos hayan apostado por Milei en las primarias es un éxito extraordinario para el pretendiente a la presidencia de su país y está haciendo que se hable de él no solo dentro de las fronteras del Río de la Plata, sino en las más distintas geografías.

Un triunfo electoral de Milei en las elecciones generales de diciembre sería seguramente muy costoso y desagradable para el gobierno de Bolivia y podría (sin que eso signifique que se sienta simpatía por el del peinado al estilo de “Lo que el viento se llevó”), implicar un empujoncito para poder retomar una democracia menos defectuosa en la patria.

Dicho de otra manera, es posible que el triunfo de Milei ayude a una derrota del masismo en las elecciones del año 25, y eso son solo buenas noticias. Bolivia va a poder encaminarse hacia mejores días cuando no esté gobernada por un partido que reniega de aspectos fundamentales de la democracia como la alternancia y la independencia de poderes.

Dicho esto, es obvio que no le deseo a Bolivia un Milei, y mucho menos al mundo. El libre mercado es el factor más importante para el progreso, y para el enriquecimiento de los países, y aunque parezca paradójico, también para la distribución de esa riqueza. Pero eso sí, esa riqueza se puede redistribuir fundamentalmente con un buen sistema de impuestos, de esa forma se puede estructurar una sociedad solidaria. El bienestar de las personas menos afortunadas, de las personas de escasos ingresos, con deficiencias en su formación, no debe estar supeditado a la generosidad de quienes tienen la capacidad de comerse el mundo sino a que los que tienen más compartan esa fortuna, en forma ordenada, y no exagerada.

Decir que los impuestos son un robo o una forma de esclavitud, es un exabrupto mayor y para eso no necesitamos imaginarnos como sería el mundo o un país donde no se pagan impuestos, basta con ver a Bolivia, país que recauda muy poco en ese campo, donde la inmensa mayoría no tributa, unos por muy pobres, otros por muy vivos y otros porque se sienten desincentivados a pagarlos viendo a los muy vivos no pagar, o viendo a los del poder tomar whisky Etiqueta Azul. Los impuestos deben ser justos, no muy altos y genuinamente equitativos, pero deben existir, es parte de un contrato social necesario.

Uno de los problemas serios de este país, que termina en un círculo vicioso, es precisamente esa especie de “mileísmo” practicante a la andina: un Estado pobre y débil, que no puede integrar a la mayoría de la gente porque es tan pobre que no puede pagar impuestos, lo que podría ayudar a lograr un Estado más fuerte.

En lo que tiene razón Milei es en que se puede ver al Estado como un enemigo. Doy un caso, pedestre, pero de enorme importancia, como es la prohibición en Bolivia de importar coches usados. Esto condena a los pobres a no tener carro, vale decir, casi a vivir como en el siglo XIX, o a comprar uno ilegal, pero al hacerlo, su propiedad no tiene las protecciones que le da la norma.

No porque el Estado esté siendo mal manejado, no porque hay formas de Estado aberrantes que convierten a sus ciudadanos en prisioneros, se debe acabar con él. Se lo debe modificar, se lo debe achicar, se lo debe hacer racional y se deben insertar las salvaguardas necesarias; para eso es una Constitución, para que los que detentan el poder no abusen de este ni quieran quedarse para siempre montados en él.

Milei, haciendo campaña para ser Presidente no deja de creer en el Estado, aunque reniegue totalmente del Estado K; es posible que el despeinado candidato se haya convertido en una caricatura de sí mismo: su extremo histrionismo lo hace ver en algunos aspectos como extremadamente irracional.

Milei debe ser combatido no porque esté en contra del aborto ni porque quiera dolarizar la economía de Argentina, sino porque no ha dado muestras de empatía hacia nadie. El mundo actual y, sí, el mundo occidental en primera línea, es mejor que antes y posiblemente mejor que el resto, debido a que precisamente estructura una cadena de solidaridad con los más pobres, con los menos afortunados y de eso no se la ha escuchado una sola palabra al campeón libertario.



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