Mi exposición en el coloquio organizado por la
UMSA sobre cómo superar el extractivismo partió del hecho que la explotación de
los Recursos Naturales No Renovables (RNNR), la riqueza que “se extrae” de la
tierra, es conceptualmente una actividad insostenible: después de un período de
tiempo que puede ser corto o largo, dependiendo de su abundancia, todo RNNR se
agotará o dejará de ser rentable.
Normalmente, la explotación de un RNNR sigue un ciclo de crecimiento hasta llegar a un auge y luego empieza a declinar. Pasó en Bolivia con la plata, durante 300 años; con el estaño (100 años) y con los hidrocarburos (60 años). Los ciclos terminan por agotamiento de las reservas (parece ser el caso del gas), por caída de precios (sucedió con el estaño) o por sustitución tecnológica.
Esta simple constatación pone en duda la sostenibilidad económica de Estados, como Bolivia, que suelen cimentar su economía sobre un solo recurso agotable. Afortunadamente, hasta ahora, terminado un ciclo empezó otro. Sin embargo, sería mejor aprovechar una variedad de recursos naturales para no depender de los avatares de uno solo.
De hecho, en Bolivia el fin del ciclo económico del gas puede ser mitigado no por uno sino por varios sectores extractivos: el oro, el litio, la minería tradicional y la nueva de las “tierras raras”. Sin embargo, queda claro que ninguno de esos rubros proporciona las ingentes rentas que ha aportado el gas en los últimos 20 años, ni tiene el carácter nacional de esos ingresos, gracias al IDH que beneficia a todos los departamentos y alcaldías. Por tanto, es posible afirmar que el fin del ciclo económico del gas implica, si no el fin, el redimensionamiento del Estado rentista y populista, restringido, de aquí en adelante, de seguir distribuyendo bonos y dádivas clientelares a manos llenas.
Pero hay más. El gas protagoniza no sólo un ciclo económico, sino también un ciclo energético. Sucede que el 90% de la energía primaria de Bolivia viene de los hidrocarburos, incluso el 70% de la potencia eléctrica instalada. La energía, según una metáfora, es el alimento de la economía, de modo que el “alimento gas” necesita un sustituto que, desde ya, no es el litio, que es sal y no alimento.
El candidato principal para complementar primero, y reemplazar después, el gas es la electricidad generada con base en energías renovables. Este relevo, con todas sus implicaciones financieras, tecnológicas y de infraestructura, recibe el nombre de Transición Energética, la cual exige una planificación de largo plazo e ingentes recursos que el gobierno ya no tiene para que la haga solo.
Recientemente se ha conocido una importante iniciativa de la Unión Europea, llamada Global Gateway, que ha sido presentada en dos cumbres de alto nivel: de jefes de Estado y de ministros de Economía. En síntesis, la UE ha creado un fondo de casi 50 mil M$ para inversiones en tres áreas, o “agendas”, (social, digital y verde) destinadas a América Latina y el Caribe.
Es posible que la iniciativa nazca del deseo de la UE de recuperar presencia en Latinoamérica ante el avance furtivo del imperialismo económico chino (y, en menor medida, ruso), pero es a toda vista el programa ideal para impulsar nuestra ineludible transición energética y financiar la construcción de plantas fotovoltaicas, eólicas e hidroeléctricas.
Para que esa iniciativa prospere en Bolivia hace falta que la Cancillería despierte de su letargo, que el gobierno convoque a todos los actores para diseñar y consensuar planes y proyectos capaces de atraer esas inversiones hacia el país y que todos ayudemos a crear un ambiente propicio de negocios para que haya inversiones constructivas nacionales, internacionales o mixtas.