Como ocurrió con otros oficios y profesiones, la de maestro se ha devaluado con el paso de los años. Los bolivianos debemos lamentar que ese fenómeno esté más acentuado en nuestro país.
En el pasado, los maestros eran eruditos que no se limitaban a repetir lo que decían los libros, o sus apuntes en carpetas, sino que investigaban y exponían los resultados de esa labor en sus clases. Eventualmente, muchos publicaban sus propios libros y pasaban a convertirse en fuentes de referencia.
Yo tuve un maestro así en el colegio Pichincha, Mario Chacón Torres. Era un investigador incansable que reveló muchos de los secretos del Archivo Histórico de la Casa de Moneda y dejó un legado disperso que rescatamos recién en un libro recopilatorio. Murió en 1985 y, desde entonces, no conozco que ningún otro profesor de historia haya publicado por lo menos un artículo académico con sus investigaciones.
Menciono el caso de Chacón porque este año, cuando presenté al Pichincha el proyecto para publicar la obra dispersa de Chacón, no encontré ningún respaldo entre los maestros de ciencias sociales del colegio. Tampoco vi que hayan asistido al acto en el que presentamos la publicación.
Los maestros no investigan: esa es una verdad de Perogrullo que ninguna norma ha podido resolver. La Ley 070 de 20 de diciembre de 2010, a la que le pusieron los nombres de dos insignes educadores del pasado, ha traído más problemas que soluciones y una de sus defectos es su inocultable ideologización. Más que un instrumento técnico-pedagógico, es una línea de conducta y sus herramientas son los programas, cargados de marxismo e interpretaciones cuestionables.
La Ley Avelino Siñani Elizardo Pérez no despertó la vocación investigadora de los maestros, como no lo hizo la Ley de Reforma Educativa del gonismo. Una y otra corriente sectaria no buscaban mejorar la educación, sino ponerla al servicio de sus fines políticos. Ese es un hecho que tendría que ser considerado en el Congreso Plurinacional de la Educación recientemente convocado.
La educación está en crisis y, consiguientemente sus actores, como maestros y estudiantes, son las principales víctimas de sus efectos. Si los políticos entienden esto, ese congreso podría, realmente, analizar las causas y consecuencias de esa crisis y encontrarían la forma de resolverlo. Para eso, empero, es necesario que entiendan que la prioridad es salvar a la educación, no al partido, o al instrumento político.
Si así lo entienden, quizás el próximo Día del Maestro Boliviano podríamos estar hablando de avances, sin necesidad de ironizar recurriendo al “magister dixit”.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.