Algo anda mal. O lo que se conoce como las fuerzas democráticas de América Latina no tiene la menor idea de hacer política y desconoce cuál es la verdadera realidad de sus países, o es que la sensación térmica digital que generan las redes sociales sobre los malestares que aquejan a la izquierda no son evidentes y los supuestos enfermos terminales gozan de muy buena salud.
Estamos todos confundidos. En Ecuador, por ejemplo, el partido del expresidente Rafael Correa, hoy prófugo, volvió y ganó las elecciones municipales en las dos ciudades más importantes del país: Quito y Guayaquil.
En Guayaquil, una región que podría identificarse con Santa Cruz, y que durante los últimos 30 años fue gobernada por los Social Cristianos conservadores, el “correismo” se anotó una victoria que podría ser clave para sus aspiraciones en los comicios presidenciales de 2025. Lo que ocurrió, para graficarlo mejor, es como si Santa Cruz se convirtiera en una plaza política favorable al Movimiento al Socialismo.
No son buenos tiempos para el presidente Guillermo Lasso, quien no solo ve cómo su principal adversario recupera terreno, sino que su agenda política, reflejada en las preguntas del referéndum que se realizó junto a las elecciones fue rechazada en su totalidad por la mayoría de los ecuatorianos, al menos en lo que del hasta ahora lento escrutinio.
El “éxito” electoral del correismo aparentemente tiene que ver con la renovación de algunos cuadros, sobre todo en plazas donde nunca le fue bien, como Guayaquil, una lección que otras organizaciones populistas podrían asimilar a la hora de identificar los perfil de futuros candidatos.
En Perú las noticias no son diferentes. La controversial salida del expresidente Pedro Castillo parecería que en modo alguno significó una derrota para el movimiento político que lo respalda y que tiene paralizado a ese país desde hace varias semanas. Por primera vez en muchos años de inestabilidad política, la economía comienza a resentir las consecuencias.
Castillo no fue un buen administrador, de eso no hay duda ni siquiera entre quienes votaron por él, pero de ahí a que el péndulo político se haya dirigido nuevamente hacia el centro o la derecha, hay una gran distancia.
Tal vez por eso, la insistencia de los grupos “alzados” por adelantar una elección que podría serles favorable si continúan imponiendo en la agenda su discurso de reivindicaciones históricamente no atendidas.
La aristocrática Lima de pronto cambió de piel y muy cerca de los centros empresariales, en el barrio del Olivar, de las carpas instaladas por los marchistas emergieron los rostros de quienes, hasta ese momento, figuraban únicamente en las imágenes icónicas con las que se muestra el lado incaico y turístico del Perú.
Más allá de la polémica que se ha generado sobre una supuesta influencia del MAS y en especial de Evo Morales en el sur peruano, ningún tipo de iniciativa o campaña prosperaría tanto de no existir algunas condiciones que motiven a la gente a salir a las calles dejándolo todo y durante tanto tiempo.
Tal vez sea tiempo de concluir que el modelo conocido de la derecha regional –a excepción del de Uruguay, que es caso aparte– sigue un curso de desaparición irreversible en unos lugares más rápido que en otros. Por ahora, parece haber más campo para una suerte de reinvención de la izquierda –nuevos líderes y un discurso más democrático y de centro– que para el fortalecimiento de una “derecha” más concentrada en la crítica que en la propuesta o en extremos de conservadurismo –Brasil– por completo ajenos a una agenda de cambios que trasciende las diferencias exclusivamente ideológicas.
La primera condición para la construcción de cualquier proyecto político alternativo a los existentes que predominan en la mayor parte de América Latina es reconocer que los proyectos populistas o de “izquierda” no están debilitados, sino que han comenzado a corregir ciertos errores que los alejaron de sus bases y que permitieron una fugaz y engañosa recuperación de actores de otra tendencia.
La narrativa del llamado bloque democrático ha perdido eficacia incluso en la propia Venezuela, donde ya nadie habla de Guaidó, de López o de otros líderes que representaron la posibilidad de un cambio y que, más allá de su valentía para enfrentar a un enemigo de peso, no consiguieron volcar la situación a su favor.
Tal vez, solo tal vez, la salida pase por pensar que no es mirando atrás como se pueden gestar los nuevos proyectos. Por escribir todos los días el epitafio del adversario, no nos dimos cuenta que era la vieja derecha la que tenía los días contados. Comenzar de cero es mejor que creer en el espejismo de sensaciones político-térmicas que pronostican victorias ilusorias. Y es que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.