Las personas realizan alrededor de 2.000 toques a su celular diariamente. Están pendientes de algún mensaje familiar, una noticia de su interés, un video que les guste, un meme que les haga reír. Y listo, el dedo se prepara para compartirlo con amigos, parientes o en los diversos grupos que cada uno tiene en ese poderoso y hermoso instrumento de comunicación, que pone el mundo al alcance de nuestras manos.
Hoy, la humanidad está más comunicada que nunca, más informada que antes. Vivimos en la era de la hiperinformación, al punto de que la información ha pasado de ser un recurso de poder, como afirmaban políticos y teóricos de la comunicación, a convertirse en un elemento cotidiano, tan esencial como el agua, la carne o el huevo. La información es vida, es alimento.
El internet nos ha traído, en buena hora, un abanico de aplicaciones y plataformas digitales que facilitan, pero también hacen más superficial, nuestra existencia. Además, permiten encontrar grupos de amigos a través de redes sociales, cuya presencia es cada vez mayor.
Sin embargo, en esta vorágine de informaciones, conocimientos, experiencias, intercambios y debates, el periodismo es uno de los sectores más afectados. ¿Por qué? Hay múltiples razones, pero, a su vez, el vasto universo de las comunicaciones representa una oportunidad para fortalecer un periodismo responsable, profundo y comprometido. Comprometido con la verdad, la ética y los derechos humanos.
El periodista Gerson Rivero, en su muro de Facebook, se declaró “ex periodista”, angustiado por la crisis del oficio y por el auge de impostores, oportunistas y mercenarios que se hacen pasar por periodistas.
“Entiendo perfectamente eso de ‘reinventarse’ como periodista. Estoy oficialmente desempleado, como muchos colegas contemporáneos. Todos los medios tradicionales están prácticamente en la quiebra, y la aparición de nuevas iniciativas digitales debería brindar oportunidades a los periodistas profesionales, pero no es así.
Algunos lo han logrado. Hicieron el salto a tiempo a las plataformas digitales. Sin embargo, seré honesto: siento que muy pocos realmente hacen periodismo.
¿A qué me refiero? Al derecho básico de la audiencia a recibir información veraz, chequeada, contrastada y ecuánime. Pero la mayoría son mercenarios de poca monta, que sobreviven gracias al auspicio condicionado de alguien. No los juzgo. La vida es dura.
Sin embargo, la mayor parte del pastel se la llevan los benditos influencers, que en su mayoría solo ‘hablan huevadas’. Y lo digo así porque esa es la idea que se ha instalado en sus productores.”
No solo los influencers han encontrado su nicho, sino también un ejército de programas digitales de prensa creados con el objetivo de servir como instrumentos publicitarios y políticos de quienes los financian. Así, existen programas con gran audiencia que, disfrazándose de periodismo, en realidad operan como agentes de marketing del poder nacional, departamental o municipal. Lo hacen con diplomacia: amplias entrevistas a voceros, aparente independencia, pero sin críticas fuertes ni denuncias contra sus auspiciadores.
Joseph Conrad, en su magnífico libro Nostromo, reflejó una inquietud ciudadana cada vez más latente: “Es necesario que el hombre cuerdo deje traslucir alguna razón y sensatez en sus discursos, alguna vislumbre de verdad. Me refiero a la verdad real, que no existe en la política ni en el periodismo.”
Y es que la gran pregunta sigue en el aire: ¿los medios de prensa o los periodistas dicen la verdad? La duda es legítima. La verdad ha sido una de las principales víctimas de este proceso de transformación en Bolivia. Casi siempre, un hecho tiene dos lecturas o dos versiones informativas. Y cada vez que circulan en redes sociales noticias falsas, manipuladas o fake news, la verdad queda en entredicho, con historias escandalosas, sobrenaturales y grandiosas que muchos dan por ciertas.
En este escenario de dudas, manipulaciones y tinieblas, y más aún en un contexto electoral cargado de violencia, desinformación y guerras de todo calibre, los periodistas deben mantenerse firmes. No pueden ser instrumentos, voceros ni relacionadores públicos del poder, de los candidatos o de intereses transnacionales.
El periodista no es un mercenario ni un especulador. No es un manipulador ni un traficante de información. No es un mendigo que espera dádivas del poder político ni un estratega de marketing que negocia entrevistas exclusivas a cambio de contratos publicitarios. Tampoco es un influencer que hace de todo para ganar unos pesos y sumar likes, ni un agitador de masas que promueve la violencia, ni un militante de un partido político. El periodismo no es marketing, ni relaciones públicas, ni entretenimiento.
El periodismo honesto y responsable es uno de los mayores logros de la humanidad. Con sus errores y debilidades, sigue siendo un pilar fundamental en la vida de un Estado democrático y de un pueblo libre.
Ahí están los grandes desafíos que deben asumir los periodistas: revestirse con la armadura de la ética y ejercer su labor con valentía. Su trabajo solo tiene sentido si se enfoca en un periodismo con rostro humano, con sabor a pueblo, con olor a justicia y a derechos humanos. No puede ni debe ser neutral ante el odio racial, el fanatismo, la corrupción, el narcotráfico, la guerra, el terrorismo, la discriminación o las violaciones.
El periodismo tiene la capacidad de generar cambios. Como dijo Gabriel García Márquez: “Los periodistas tienen una poderosa arma entre sus manos que puede generar cambios, y esa arma es la información.”
Dicen que en las crisis surgen oportunidades. Los chinos, al parecer, acuñaron esa frase. Y en el caso del periodismo boliviano, se aplica perfectamente: es momento de rescatar el periodismo responsable y ético.