Los banqueros de la ira
Sloterdijk define la ira como una energía política y social, una fuerza histórica que organiza movimientos y que, al acumularse, puede ser aprovechada en calidad de capital, pero ¿qué sucede cuando esta potencia social es capitalizada para fines personales? Veámoslo con un ejemplo.
Para doña Juana, la política no fue importante hasta que se quedó sin dólares para comprar mercancía para su tienda y amenazaron con demoler su casa porque se había construido producto de un fraude gestado por un loteador clandestino. La frustración y la ira son legítimas y se transforman en un motor colectivo de sobrevivencia cuando en la calle doña Juana se encuentra con varios vecinos con las mismas inquietudes.
Fue don Ricardo, el presidente de la junta barrial, quien convocó a todos con su megáfono y quien con los recientes acontecimientos adquirió notoriedad por su labor organizativa. Los vecinos cerraron calles, quemaron llantas, se enfrentaron a la policía y algunos fueron detenidos. Finalmente, los líderes del barrio fueron convocados a una “mesa de diálogo”, y llevaron su pliego petitorio. En los pasillos, alguno que otro agente gubernamental intentó dividir el movimiento ofreciendo dádivas a los organizadores; unos cayeron, otros no.
Luego de mucho sacrificio, el barrio ganó la lucha y volvió a su cotidianeidad. Al poco tiempo, don Ricardo fue cortejado por distintos partidos políticos mientras los vecinos enfatizaban en las reuniones quincenales que “no les utilizarían como escalera política”. El afán fue temporal; los cargos en la función pública atraen como la miel y algunos cayeron ante las propuestas partidarias.
Estos vecinos cooptados, uniformados con la bandera y la polera de funcionarios, vieron cómo las marchas se convirtieron en otra cosa. Ahora las protestas se hacían para resguardar el empleo; las consignas ya no representaban los derechos colectivos, sino los afanes clientelares. En una alquimia perversa, la ira dejó de ser un impulso legítimo por la vida y pasó a ser una moneda intercambiable.
En consecuencia, en el barrio emergió una otra versión de la ira, la que se alimenta de la herida de traición y desencanto, la que denuncia la deslealtad de don Ricardo; la que cuestiona a la nueva élite gubernamental encarnada por algunos vecinos, que no lucharon más por el bache de la calle o la falta de luz, sino por hacer tranza con las nuevas empresas familiares de imprenta, de maquila, de consultoría, de encuestas, de todo para el Estado como cliente.
Esta ira barrial producto de la traición fue vista con codicia por el partido contrario. Para convocar a los vecinos, retrataron a esta ira como si fuera una estrella de rock. La ira encontró su meme en una motosierra que se enciende mientras se grita que se debe recortar el Estado y terminar con la nueva élite gubernamental. El barrio aplaudió eufórico, mientras el nuevo representante agitó una melena desordenada al viento.
Esa versión de la ira rockstar atrae porque aparenta ser honesta, porque no tiene miedo de utilizar obscenas o malas palabras para llamar la atención mientras se ríe grotescamente. Esa emoción se presenta como otra “revolución”, la de los heridos, la de los traicionados que vieron cómo su sangre dejó de abonar la justicia y empedró el camino de funcionarios corruptos y ególatras sin remedio.
Es fácil enamorar con el espíritu adolescente de la ira, con la pinta del rudo en motocicleta. Enganchar con retórica identitaria y polarizar; bloquear y marchar en camionetas para no tener que debatir; colarse en las demandas de otros para desvirtuar estrategias de luchas legítimas con su presencia.
Hasta ahora este es el mediocre y pobre recurso de los banqueros de la ira; no ofrecen nada más, ni siquiera una chispa en el horizonte, porque no diseñaron una propuesta, porque no saben cómo hacerlo y no les interesa. La ira nos alerta sobre la urgencia de cambio, nos dice que algo pasó el límite, pero para seguir no es una emoción que nos permita construir. Se necesita empatía, solidaridad, responsabilidad. Se requiere activar la memoria larga que habla de rotación, autogestión y autodeterminación; se requiere fortalecer una ciudadanía que exige y participa de un enfoque de gobierno abierto, que está despierta y que no permitirá un fraude nunca más.