Hace 15 años, cuando Chile ya producía
70.000 toneladas anuales de carbonato de litio, Bolivia no solo se mostraba
despreocupado, sino seguro de que la industria global de autos eléctricos no
tendría futuro sin el litio boliviano. El Gobierno nacional señaló en reiteradas
ocasiones que nuestro país poseía la reserva más grande del mundo, por lo que
no hacía falta apurar el paso ante el avance de los otros dos países que
conforman el llamado “triángulo del litio”: Chile y Argentina.
El tono triunfalista predominó por más de una década. El Gobierno de Evo Morales aprobó un crédito de 500 millones de dólares del Banco Central de Bolivia, apostó por la fabricación de baterías de litio y prometió exportaciones por encima de 30.000 toneladas de carbonato de litio a partir de 2015. También publicitó que existían conversaciones avanzadas y alianzas estratégicas con China, Japón, Corea del Sur, Francia y otros, para la transferencia tecnológica e industrialización en suelo boliviano. Cuando tomó la posta el Gobierno de Luis Arce, las autoridades redoblaron la apuesta y prometieron acelerar la producción mediante la técnica de “extracción directa del litio” (EDL), que se emplearía por primera vez en el mundo para operaciones a escala comercial.
Muchos denunciaron y mostraron pruebas sobre la falsedad de todo esto y, a la luz de las noticias de estos días, los bolivianos sabemos que todo fue un sueño. Una prueba devastadora del colapso se refleja en los planes de negocio para el año en curso. Mientras Bolivia planea exportar el “oro blanco” por un valor de 44 millones de dólares hasta finales de 2024, Chile espera superar la cifra del 2023, que alcanzó 6.060 millones de dólares. Mientras Bolivia oficializó que exportará 4.000 toneladas de carbonato de litio, el país vecino prevé superar 200.000 toneladas en exportación. Las cifras nacionales no solo son insignificantes, sino que son una evidencia concreta de que el proyecto del litio nació muerto.
Un problema de fondo es la falsedad de que Bolivia posee la mayor “reserva de litio” y, en consecuencia, tendría control estratégico del mercado global. Según un anuncio del presidente Luis Arce en 2023, la reserva nacional incluso habría aumentado de 21 a 23 millones de toneladas con los últimos descubrimientos en los salares de Coipasa y Pastos Grandes, dejando supuestamente así en segundo lugar Argentina, con 19,3 millones de toneladas, y a Chile, con 9,6 millones de toneladas.
Sin embargo, como aclara la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe dedicado a este tema, se debe diferenciar entre “recursos de litio” y “reservas de litio”. Lo que tiene Bolivia es lo primero y refiere a depósitos de litio conocidos, pero no explotados, o depósitos que se cree que existen, pero que no están evaluados técnica, comercial ni económicamente. En cambio, las “reservas de litio” son las que pueden extraerse con la tecnología disponible y tienen estudios de viabilidad económica. Para pasar de “recursos” a “reservas de litio” hacen falta estudios especializados en términos económicos, mercados, ingeniería, métodos de extracción y condiciones legales; todo esto más allá del conocimiento geológico que se tenga sobre los depósitos potenciales.
Esta es la razón por la que Bolivia ni siquiera aparece en el ranking mundial de los países con mayores “reservas de litio”.
El fracaso del litio boliviano es la expresión de una penosa realidad plagada de muchos otros problemas, aparte de la absoluta incompetencia del modelo estatal e ineptitud de los políticos a cargo del Gobierno. El precio del litio está de bajada en el mercado mundial debido a que las tecnologías alternativas están avanzando a pasos agigantados. Las proyecciones apuntan al auge inminente de las baterías de ion de sodio, cuya principal ventaja parece estar en la abundancia y bajos costos de la materia prima. El mundo de las energías alternativas está encontrando nuevas soluciones para sustituir las baterías de litio y reducir la dependencia de los países del “triángulo del litio”. El mercado global está mostrando señales de cambios constantes, tanto en términos de descubrimiento de nuevas reservas, precios y avances tecnológicos.
Ahora que el fracaso del litio es un hecho, al igual que la promesa de que el declive de la renta del gas sería apalancado con la renta del litio, es hora de plantearnos: ¿cómo pagaremos en el futuro la deuda externa contraída por el Gobierno con la promesa de captar ingresos multimillonarios por el litio?, ¿acaso se necesitan más fracasos para archivar el modelo de Arce de “industrialización con sustitución de importaciones”?, ¿acaso hacen falta más fracasos para reconducir las políticas en curso, que solo aplazan artificialmente la llegada de la crisis económica?