El MNR, el partido de la llamada Revolución Nacional (1943-1994) en Bolivia, no tuvo un comandante, sino cuatro capitanes. Dicho cuarteto fue la línea de combustión esencial del motor partidario. Sin este ensamble diseñado para cuadriga, este fenómeno histórico de medio siglo de duración hubiese sido distinto. Al repasar sus cautivadoras personalidades, cabe preguntarse si las direcciones políticas, sobre todo en contextos de alta tensión revolucionaria, no funcionan siempre sobre la base de cuatro puntas de lanza a ser descritas acá.
1. Víctor Paz Estenssoro fue la descollante figura parlamentaria que puso contra las cuerdas al gobierno de Peñaranda tras la masacre de Catavi (1942). Paz era frío y calculador, un maestro de las intrigas y salidas inesperadas, un hombre sin apegos emocionales ni amistades estables. Nunca dudó en liquidar a sus enemigos con ferocidad implacable. Además de demoler a Falange mediante la primera red de campos de detención en el país, maquinó su reelección presidencial hasta averiar la continuidad del conjunto y ya casi en el ocaso de su vida, mandó a “fregar” a Guevara (1979) manipulando a militares y diputados. Un baño de sangre.
Al mismo tiempo era quizás el mejor relacionado internacionalmente. Desde Londres donde fue embajador (1956-1960), tejió una nutritiva red de contactos que lo puso, alguna vez, bajo reflectores globales como cuando visitó a Kennedy (1963) en la Casa Blanca o recibió a De Gaulle, al Duque de Edimburgo, a Chirac o al Papa polaco.
2. Hernán Siles Zuazo, en cambio, era el perfecto subjefe. Esforzado constructor de lealtades, sabía cultivar las relaciones humanas. Generoso hasta el límite de la auto-inmolación, siempre optaba por el perdón. Siles aborrecía la violencia y ante los conflictos, prefería ayunar a disparar. Nunca aceptó que la vida pública implicara violar los derechos humanos. Lo acusaban de no ser un revolucionario, a pesar de haber organizado el 9 de abril. Quizás el reproche era cabal, Siles era sobre todo un demócrata, quizás uno de los primeros en Bolivia. Era nuestro Gandhi. También fue un gran goleador electoral. Jamás perdió una elección siendo candidato, quizás por haber sabido sintonizar con el pueblo que también abomina la crueldad.
3. Walter Guevara Arce era el intelectual brillante del cuarteto. Escribió la Tesis de Ayopaya con el único objetivo de alinear al MNR al marxismo suave y modernizador, y alejarlo de cualquier veleidad nazi-fascista, acusación repetida en los primeros años. Guevara nunca negó sus ambiciones. Se sabía inteligente y por eso esperaba conducir los destinos del país. Solo pudo hacerlo por tres meses (1979). No era hombre de acciones, sino de palabras y razonamientos. Operaba mal en una barricada y tampoco anhelaba la vida clandestina. Además de su esfuerzo por colocar al MNR en el cauce ideológico apropiado, destacó como internacionalista con su mirada puesta en el mar.
4. Juan Lechín Oquendo era pura acción. Leía poco y escuchaba más. Eso lo hizo refractario a la claridad ideológica, buceaba a gusto en la ambigüedad. Guillermo Lora lo sentía su discípulo, aunque siempre le puso las peores calificaciones. Sí, fue un mal alumno del POR o del trotskismo, que no siempre son lo mismo. Lechín repetía las ideas de Lora para enfrentar a los otros tres caudillos del movimientismo. Así se dotaba de una identidad de izquierda. Don Juan era además, o sobre todo, un bohemio arrabalero. Le gustaba el terciopelo, las bebidas caras y las parrandas, pero más que nada en la Tierra, las mujeres. Eso hizo de Lechín un caos, una madeja tan inconexa como seductora. Cuando más quemaban las papas, se fue como embajador a Italia. Cuando más apremiaba la resistencia contra García Meza, apareció en la tele junto a Arce Gómez para pedirle a los obreros que se rindieran. Aunque le gustaba portar documentos falsos y cruzar secretamente las fronteras, no rehuía a una mundana seducción pasajera. Pese a ello, se fue de la cúpula de la COB solo cuando él quiso. Sin su aporte, el MNR no hubiera dejado de ser un club de la clase media.
¿Es este universo cuadrado el recipiente práctico de los arquetipos partidarios individuales?, ¿son esos los ingredientes básicos de una directiva revolucionaria convencional? Al parecer toda transformación profunda requiere de un astuto maquinador, un viabilizador altruista, un rectificador filosófico y un agitador pendenciero ¿Podemos reconocer esos mismos roles en otras revoluciones?, ¿es su dispersión por muerte o defección el origen de las más abrumadoras derrotas?
Rafael Archondo es periodista.