“Los pasos de los grandes líderes son como truenos que hacen retumbar la historia". Con estas palabras empieza Richard Nixon su libro Líderes: ahí retrata con pinceladas certeras a estos poetas de lo concreto que lucharon a brazo partido porque su visión de la historia acabara por modificarla. No sólo soñaron, sino actuaron. Sudaron. Se convirtieron en una fuente de sucesos que marcó un antes y después. Un tajo profundo en la carne de la historia.
¿Qué los impulsa? Una gran causa, un sueño, una visión que les hace ir más allá de ellos mismos y arrastrar a los demás. Seducidos y conquistados por unas ideas, convencen y conmueven a los pueblos para poner en práctica sus ideas. Estas dos potencias abrazan a un líder: como el poeta, sueña; como el intelectual, posee una visión; pero no se mueve en el mundo de las palabras y los conceptos, sino, inspirado por esas fuerzas interiores, busca cambiar la realidad. Y fijarle una dirección.
Y como quieren parir grandes novedades necesitan poder: alquimia que les permite transformar sus ideas en acontecimientos. Si el escritor hace preciosas las cosas que toca, el líder hace concretas las cosas que sueña. De ahí que como los viejos sioux viva con los oídos pegados al ras del suelo: vigila el impacto de los resultados que desencadena, sopesa las consecuencias de sus actos para no fracasar. Para triunfar. A un verdadero líder no se Lo mide por su oratoria de fuego, sino por su utilidad: o sirve o no sirve.
El verdadero líder no es Hamlet: rehuye paralizarse por la duda. Está para tomar decisiones y una vez que las toma, no vive preso de la posibilidad de errar, sabe que es inevitable equivocarse; pero tiene "la confianza de que se equivocará en los casos de importancia secundaria y no en los principales". Se ve que tampoco es la mujer de Lot: no tiene la vista vuelta al pasado, la fija siempre en el horizonte, tratando de ver con más claridad que otros.
Los líderes tienen grandes amigos, pero también enconados enemigos. En unos y otros dejan huellas imborrables. Aunque están conscientes de que las más duras batallas no son contra los dirigentes de los demás partidos políticos; sino "contra esas elocuentes, superficiales y destructivas ideas que inundan las ondas, hechizan a los intelectuales y degradan el discurso público". Palabreríos que llenan de ardores las cabezas, pero mantienen fríos los estómagos.
Y sí, para que un país se convierta en una gran nación requiere de recursos; pero necesita con mayor urgencia que el pueblo, habiendo logrado en las urnas separar el trigo de la paja, permita que un líder de cuño baje a la arena de la historia; porque sólo con grandes hombres se consiguen grandes acciones, "y los grandes hombres poseen esa grandeza porque tuvieron la voluntad de acometer grandes acciones". [P]
César Rojas Ríos