A solo semanas de que los jueces de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) emitan su veredicto final sobre la demanda de Bolivia contra Chile, para que este último le ceda un acceso soberano al mar al primero, el periódico La Tercera decidió publicar las minutas de la última negociación secreta entre ambos países. Entre el 12 de agosto y el 21 diciembre de 2011, dos exministros de ambos gobiernos conversaron en Mendoza, Buenos Aires, Arica, Calama y Santa Cruz. Las ofertas que fueron y vinieron son de poca monta, lo cual explica, en parte, el naufragio de las tratativas.
Los enviados, Walker San Miguel por Bolivia y Jorge Bunster por Chile, no superaron los límites pétreos de sus predecesores en la faena. Chile quería evitar que Bolivia presentara la ya conocida demanda ante el Tribunal de La Haya u optara por denunciar el Tratado de 1904 ante la Corte Internacional de Arbitraje. A su vez, Bolivia esperaba alcanzar una solución de “medio camino”; es decir, dar un pasito adelante en pos de un horizonte marítimo, o dicho de otro modo, poner un adoquín en la ruta hacia un corredor soberano al norte de Arica. Como San Miguel y Bunster entraron al clásico callejón sin salida, Bolivia decidió nadar hacia La Haya.
Analicemos este fallido intento de aproximación. Chile puso una condición, la de siempre, no ceder ni un milímetro de territorio. Bolivia se dio por satisfecha con la sola idea de sentarse a escuchar promesas. ¿Qué me das?, preguntaría San Miguel. Bunster le puso sobre la mesa el siguiente paquete: un nuevo puerto industrial por Mejillones, una playa para uso recreativo, la de Las Machas, al norte del Chinchorro en Arica; una franja del aeropuerto de la misma ciudad; el control de la carretera Tambo Quemado-Arica y del ferrocarril Arica-La Paz; además de pagar un valor ponderado por las aguas del Silala. Ambos negociadores se citaron en Arica para sentir bajo sus plantas la arena de Las Machas y viajaron a Calama para echarle un ojo bilateral al Silala.
La playa que Chile quería prestarnos por 99 años es casi una afrenta. “Nadie se puede bañar ahí”, dicen los prospectos turísticos en tono desalentador. Los únicos ganadores iban a ser los chilenos, que en más de un siglo no pudieron hacer de Las Machas un lugar digno de visitarse.
Ah, y tal vez algún surfista boliviano o un buscador de selfis con una carpa. He oído a un par de comentaristas desinformados que baten palmas con la sola idea de tener el comodato de Las Machas, a unas horas de su casa. San Miguel se habrá dado cuenta en cambio que aquella no era una parada a “medio camino”, sino un timo.
Si pronto la CIJ obliga a Chile a negociar “de
buena fe”, tendremos que aprender de este ensayo en 2011. No le podemos pedir a
Chile que renuncie a su territorio. Esa es su línea infranqueable. Lo que sí
podemos esperar es que perfeccione la oferta Bunster. Eso es que Bolivia
controle todas las vías de transporte hacia el Pacífico, en una franja que sin
dejar de ser chilena otorgue una soberanía marítima, no territorial, a Bolivia.
Se trata de descomponer y delegar. En ese corredor deberían regir las leyes
bolivianas en todo lo referido al transporte de bienes y personas. Los demás
componentes, como el control militar, el ondeado de banderas, el sistema de
salud y educación y las cañerías de agua, se pueden quedar en manos de ellos.
Ah, la yapa: las conversaciones San Miguel-Bunster demuestran otra vez que
entre Bolivia y Chile sí hay un asunto pendiente.
Rafael Archondo es periodista