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En voz alta | 05/09/2025

Lacrimosa por la partida de Félix Muruchi Guzmán

Gisela Derpic
Gisela Derpic

Conocí a Félix Muruchi Guzmán en 1995, al empezar a trabajar como directora de Acción Cultural “Loyola” (ACLO), en Potosí. Aquel joven delgado, de estatura más bien baja y facciones agradables claramente indígenas, me causó una grata impresión. Al estrechar con fuerza mi mano en el primer saludo buscó mis ojos con los suyos, franca y abiertamente.  Me demostró que esas son, en efecto, señales de franqueza y honestidad.

Ingeniero agrónomo nacido en el norte de Potosí, en Aymaya, provincia Rafael Bustillos, se había sobrepuesto a las adversidades ocasionadas por el abandono paterno y a la interminable cadena de necesidades del grupo familiar compuesto por una madre y ocho hijos, de quienes fue padre en los hechos. Hasta el final.

Postgraduado en agroecología en el Perú, cuando el postgrado no había comenzado el descenso al foso de la mediocridad en el cual sigue resbalando, Félix era una prueba de que “querer es poder”.

Ganó ser responsable de planificación de la institución por su sólida formación profesional, capacidad y entrega para el trabajo y cualidades de líder del equipo. Su nombre sonaba con fuerza entre los especialistas en desarrollo rural y los encargados de las instituciones de financiamiento internacional. Brilló especialmente con el Proyecto de recuperación de las bases productivas en las comunidades del cantón Potobamba, provincia Cornelio Saavedra. La cosecha de aguas y el terraceo derivaban en el incremento de la productividad y se aspiraba a disminuir la emigración mejorando la calidad de vida de la gente.

Ese primer día de trabajo en ACLO, alguien conocido como de izquierda murmuró sobre Félix: “Es movimientista”. En tono de denuncia, cual si ser del MNR fuera un delito. No era cierto, ni que fuera militante del MNR ni que serlo fuera un delito. Él nunca se afilió a partido político alguno. Simpatizaba y mucho con la Ley de Participación Popular promulgada en 1994, en el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, y lo decía sin tapujos. 

Es que Félix Muruchi era de quienes se encargan de observar por sí mismos la realidad y dan crédito a sus ojos. Después reflexionan sobre los datos recogidos y forman criterio propio. No se dejó manipular en aquellos escenarios donde, a título de despertar conciencia, se adoctrina a las personas hasta convertirlas en meros objetos repetidores de las supuestas verdades de unos iluminados.

Félix pensaba por sí mismo y era crítico. Siguiendo esa ruta se entusiasmó con la Participación popular, seguro de que era una oportunidad para que los municipios, con asignación de competencias y recursos, promovieran de verdad soluciones a los problemas para la satisfacción de las necesidades de la gente a lo largo y ancho del país.

De Félix aprendí el abc de la planificación de proyectos de desarrollo. Fui una directora haciendo pasantía con él. Me compartió sus hallazgos acerca de la depredación del medioambiente a causa de prácticas agrícolas ancestrales.

“No sólo los ricos afectan a la naturaleza, los pobres también”, me dijo. Me confió sus objeciones al retorno al pasado comunitario como opción para los indígenas. Creía en la persona, se sentía igual a todas, apostaba a la potencialidad de cada una. Era un humanista. Veía con los dos ojos y lo que veía lo decía. Era honesto.

En 2003, al hacerme cargo de la Prefectura de Potosí, estuve consciente de la importancia de conformar el equipo con las personas más calificadas según los diferentes perfiles. La imagen de Félix vino hacia mí: era el indicado para ser el director general. Lo invité a ser parte de esa desafiante experiencia y, aunque por entonces estaba trabajando en el interior del país, aceptó.

Fue un pilar de la travesía que durante 590 días hicimos en medio de una época de turbulencia política mayor.

A todas sus cualidades sumaba su cultura indígena, de la que bebió desde sus abuelos, lo que hacía de él un interlocutor pleno con los actores sociales y municipales de las diferentes regiones departamentales.

Su contribución en la coordinación de la gestión institucional, en la facilitación del diálogo en el Consejo Departamental y en la limpieza de las contrataciones, fue una de las claves de los logros alcanzados en esas circunstancias de tan extrema dificultad financiera.

Lo que hizo durante ese tiempo ha quedado en la memoria de los testigos directos desde todos los niveles de quehacer de la prefectura, quienes hoy lamentan su partida prematura, producto de la embestida silenciosa e incesante de una diabetes que requería cuidados especiales que él no atendió en su inflexible opción por el cumplimiento de sus deberes. 

Después Félix fue director de Pastoral Social y de ACLO, en Potosí. Supe que se jubiló y se marchó. En los últimos años apenas hablé con él. Al hacerlo coincidimos en la preocupación por el desastre causado por el MAS en el país y en el deseo de que suceda un cambio. Ansias de democracia.

Félix Muruchi, colega y amigo, partió de este mundo el 2 de septiembre. Descansa en paz. Se lo ha ganado.

Gisela Derpic es abogada.



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