No miren arriba (Don’t look up), es una película que describe las peripecias de un par de científicos que han descubierto un cometa, y tienen irrefutable evidencia que aniquilará a la humanidad al chocar contra la Tierra en un plazo de seis meses. En la trama (Rodrigo Ayala, https://brujuladigital.net/cultura/no-miren-arriba-pelicula-del-siglo-xxi), los científicos llevan sus datos hasta la presidente de Estados Unidos, pero ella minimiza el tema pensando en sus intereses electorales. Intentan denunciar la gravedad del tema en los medios de comunicación, pero son vencidos por la frivolidad de la televisión basura, potenciada por las redes sociales (nadie quiere hablar de temas desagradables que contravengan su visión de vida). Cuando el cometa empieza a ser visible desde la Tierra, el gobierno organiza campañas para pedir a la gente “que no mire hacia arriba”. Finalmente, abrumada por la evidencia, la presidenta decide enfrentar el tema, pero, cediendo a intereses de las grandes multinacionales, toma la peligrosa opción de explotar la potencialidad “económica” (minera) del asteroide cuando llegue a la Tierra. El cometa llega y el planeta es destruido.
La actitud que denuncia y describe la película –un interesado negacionismo de la realidad, refleja lo que a diario recibimos de los voceros, oficiales y oficiosos, del gobierno respecto a la economía. El más reciente ejemplo, es la fantasiosa trama que presenta Miguel Angel Marañón (https://www.paginasiete.bo/opinion/2022/1/7/superavit-comercial-320023.html), para explicar la asombrosa reacción que la economía habría tenido para lograr 1.729 millones de dólares de superávit comercial a noviembre de 2021.
Parte destacando que los datos “rompen el récord de la actividad manufacturera, alcanzando a $us 5.022 millones, vale decir el 50,5% del total de nuestras exportaciones”. Atribuye el logro a la política económica que se aplica en el país; nos recuerda que el modelo “primero fomentó la demanda interna mediante los bonos sociales, políticas salariales y otras medidas que mejoraron los ingresos de los bolivianos”; que “el uso de las reservas y el acceso al crédito [permitió crear] activos productivos, plantas industriales, termoeléctricas, caminos, etc.”; que “la segunda parte del modelo incentiva la oferta interna (producción), facilitando el crédito mediante fideicomisos y otros, con tasas de interés de 0,5% para sustituir importaciones, […], sin olvidar la fortaleza de la moneda nacional que mantiene su poder adquisitivo haciendo que los bolivianos inviertan, ahorren y gasten en bolivianos”; finalmente, el superávit, “fortalece el sistema financiero y la economía nacional, pero también tiene influencia en el aspecto social” porque el desempleo bajó del 12% en 2020, al 5,2% en 2021: “el dinamismo en exportaciones hace que las empresas dedicadas a este rubro demanden trabajadores, sin olvidar el efecto multiplicador en otros sectores de la economía.”
En síntesis, el señor Marañón nos pide ver un logro (¿milagroso?) que no es fruto de la suerte o de la casualidad, “como seguro saldrán a decir nuestros eternos analistas económicos.”
No puedo hablar por los analistas económicos, pero desde mi posición de ciudadano capaz de sumar y restar, rechazo las inferencias falaces a las que recurre el columnista.
Primero, el superávit se debe básicamente a la exportación de “manufacturas” que subió en 2.409 millones de dólares entre noviembre de 2020 y noviembre de 2021. Pero el 90% de este aumento está en cinco rubros en dos sectores: oro metálico, joyería de oro, y estaño y plata metálicos, con 67%; y productos derivados de soya y de girasol, con 23%.
Segundo, en ningún caso hay aumentos significativos en producción, por lo que el mayor valor de las exportaciones solo refleja el aumento de los precios en los mercados internacionales.
Tercero, sin aumento en volúmenes de producción, es absurdo asociar la caída del desempleo o el fortalecimiento del sistema financiero al superávit comercial; menos sugerir que el uso de las RIN creó la capacidad productiva en los rubros mencionados.
Cuarto, los cinco rubros que explican el superávit comercial están, en realidad, en el ámbito de las actividades extractivo-rentistas más que en el de la manufactura diversificada: no tienen relación con la demanda interna, ni efectos multiplicadores –significativos en algún grado, con el resto de la economía.
Quinto, que “los bolivianos inviertan, ahorren y gasten en bolivianos”, ciertamente no implica que gasten “comprando lo boliviano”: la fortaleza del boliviano penaliza la creación de valor y empleo frente a la competencia desleal del contrabando que, hasta donde sabemos, anularía el mentado superávit comercial si apareciera en las cifras de las importaciones.
Hacia el final de la película, en una gran concentración de ciudadanos llamados por el gobierno para pedirles que no miren arriba, una persona levanta la vista, ve el cometa, y grita: “nos han estado engañando”, lo que origina el desbando general, aunque tardío. En Bolivia seguimos contemplando nuestros ombligos mientras los políticos “nos la charlan”.
Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo