A fines de la década de los 60 los generales René Barrientos
Ortuño y Alfredo Ovando Candia ejercieron la co-presidencia de la República.
Dicen que la suya fue una relación difícil y que, para evitar problemas e
intrigas, decidieron compartir la silla presidencial y zanjar así sus
diferencias. Las imágenes de entonces los muestran pasando revista a tropas, recibiendo
cartas credenciales a embajadores y encabezando juntos las reuniones de
gabinete.
Barrientos era general de Fuerza Aérea y Ovando de Ejército. Todo bien por aire y tierra, pero la tensión entre ambos nunca desapareció del todo. El “general del pueblo” murió en 1969 un accidente aéreo, cuando el helicóptero en el que viajaba cayó a tierra segundos después de despegar de la localidad de Arque; Ovando falleció por enfermedad en 1982, a los 62 años. La leyenda sigue rodeando al aviador y el olvido ha ido borrando el rastro de su camarada.
La historia de Bolivia no registra otro caso de co-presidencia. Hubo triunviratos efímeros, pero nunca más dos personas ocuparon la misma silla en Palacio de Gobierno y tampoco se dio que la relación entre un Presidente y Vicepresidente haya sido tan estrecha y de tareas compartidas que los hubiera hecho indistintos en el manejo del gobierno. Es más y precisamente por una cuestión de mando hubo relaciones complejas como la del expresidente Hugo Banzer y su vicepresidente Jorge Quiroga, o de plano rupturas radicales como la de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa. Y es que es muy difícil “compartir” el poder.
Pero, cuál es la situacion hoy de Luis Arce, Evo Morales y David Choquehuanca? ¿Quién tiene el control? Formalmente debiera ser el que resultó elegido por más del 55% de la población, pero varias señales de los últimos días indican que no necesariamente es asi.
Es posible que hasta cierto punto, Luis Arce defina los grandes trazos de política de su gestión, un dibujo todavia incierto luego de un mes de mandato, pero no tiene control alguno sobre dos de los pilares de cualquier gobierno: el manejo Legislativo y la coordinacion de los movimientos sociales.
En un gobierno de poderes tan claramente definidos, por lo menos puede hablarse de una distribución inédita de roles. El de Arce, más técnico, tiene que ver con el manejo de esas instancias del gobierno. La estructura misma del Ejecutivo muestra que los movimientos sociales tienen representación social en áreas clave y que se van a manejar con relativa autonomía. La lucha contra el narcotrafico, por ejemplo, es una tarea reservada para líderes cocaleros y la gestión del ámbito laboral un terreno donde prevalece la lógica fabril.
En la Asamblea Legislativa no hay hombres ni mujeres del Presidente. La mayoría son actores impuestos por organizaciones sociales o por el instrumento político, es decir por Evo Morales.
El exmandatario ha tomado todos los recaudos necesarios para la preservación de su espacio de poder y lo ejerce sin rubor en los propios salones de la llamada Casa del Pueblo. Morales tiene acceso irrestricto a todo: es dueño del partido, cabeza de los cocaleros y quiere mantener un papel preponderante en la administracion de la politica internacional.
A más de un discurso de orientación filosófica, que fue considerado una señal de búsqueda de reconciliación, el vicepresidente David Choquehuanca no ha estado visiblemente activo, aunque sí incómodo frente a las imprudencias y comedimientos del jefe partidario. La presencia de Andronico Gutiérrez en la presidencia del Senado parece haber dejado a la segunda autoridad del Estado más como un sabio consejero que como un gestor legislativo relevante. Ya se verá si esto cambia.
La teoria del golpe de Estado, promovida por los asesores de Evo Morales, sostiene que la suya fue una presidencia violentamente interrumpida y que, por tanto, es una víctima que debe gozar de consideraciones especiales y de las potestades que le permitan ocupar un espacio decisivo de control detrás del trono y a cargo del poder real.
Desde su retorno de Buenos Aires, Morales ha querido dejar en claro que las prerrogativas del Jefazo son prácticamente las mismas o incluso mayores a las del Presidente. Por eso organiza para sí multitudinarios actos de masas que son como un desagravio y reingresa a la Casa del Pueblo prácticamente en hombros de unas bases que, aparentemente, mantienen lealtad y obediencia.
La parafernalia que rodea a Morales contrasta con la pretendida sencillez de Arce, pues mientras aquel se muestra arrollador, este opta por pasar casi desapercibido, utilizando vuelos comerciales para realizar sus giras nacionales, “porque volar en el avión presidencial es muy costoso”. Arce será, además, un presidente sin residencia presidencial, porque como su colega mexicano, Andrés Manuel Lopez Obrador, eligió seguir en su vivienda particular. La idea seguramente es potenciar un perfil propio y más austero, que le ayude a construir una imagen diferente, el sello personal para una gestión en crisis.
El peso politico de Evo Morales se hará sentir sobre todo durante el proceso de seleccion de candidatos a alcaldes y gobernadores. Las asambleas departamentales lo esperan siempre con una terna, pero al final él tiene la última palabra. La idea es que esos espacios tambien sirvan para consolidar su poder paralelo.
Arce es un presidente con partido, no el presidente del partido y sabe que la corriente tecnocrática que encabeza no tiene ningún peso en las definiciones electorales. Esa es una diferencia no menor en la politica.
¿En qué medida esta dualidad de poderes influirá sobre las decisiones de la gestión? Es prematuro sacar algunas conclusiones, pero está claro, por ejemplo, que el cronograma de las urgentes definiciones económicas está ajustado al calendario electoral y el propósito es no dar argumentos a los adversarios que impliquen derrotas en regiones clave.
En cuanto a la política internacional, hasta ahora lo único que se ha hecho es restablecer relaciones con los amigos ideológicos y borrar todo vestigio de carrera diplomatica en las representaciones bolivianas. La tarea inmediata es darle continuidad de la iniciada en el falso exilio: instalar en el mundo la tesis del golpe y la recuperación democrática, aunque la presidencia de Arce constituya un desmentido a todo ello.
Morales no es un político retirado, ni mucho menos. Ni está en su chaco ni puso un restaurante para hacer más llevadera su jubilación política. Quiere ser un protagonista paralelo, con todos los riesgos que ello implica porque, tarde o temprano, se verá que en la disputa por el poder no hay silla doble.
Hernán Terrazas es periodista.