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Vuelta | 13/01/2021

La Pachamama no tiene la culpa

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Tal vez sea la inexperiencia o la improvisación en algunas designaciones, pero algo no anda bien en el gobierno. Han pasado más de dos meses desde que Luis Arce asumió la presidencia del Estado y no se advierten cambios significativos en los tres temas de mayor urgencia: salud, economía y educación.

El rebrote del COVID es alarmante y afecta en mayor o menor medida a todo el país. El gobierno sostiene que se reportan más casos porque hay más pruebas, una explicación ligera y poco convincente para una situación que es suma de varias evidencias de descontrol.

Como hace poco menos de un año, las carencias son prácticamente las mismas. Hospitales colapsados, falta de equipamiento e insuficiente número de profesionales. Si a ello se añade el relajamiento inexplicable de las restricciones y cierta indisciplina social, el cuadro es alarmante.

La vacuna, como lo demuestran referencias de diferentes partes del mundo, es importante pero en una primera etapa la cobertura servirá a lo sumo para inmunizar temporalmente a grupos muy específicos, lo cual está bien pero no debe ser manejado públicamente como una solución definitiva.

Hay diferencias entre una y otra marca de vacuna que hacen sospechar sobre su eficacia y dudas comprensibles porque ninguna ha seguido el itinerario de pruebas que son necesarias para garantizar, además, que no generan reacciones secundarias muy negativas en la salud de las personas.

La compra de vacunas es importante, pero no inmuniza contra los síntomas de descontrol. El gobierno debería dar el ejemplo e insistir sobre la necesidad de extremar previsiones de seguridad y evitar que el riesgo se multiplique en frentes como el del reclutamiento de conscriptos o las inscripciones para el examen de ingreso a las normales.

Es inaudito que en medio de la pandemia haya aglomeraciones en las puertas de ingreso a los cuarteles o en otras instituciones. En último caso, no cambiaría nada si se difiere el reclutamiento para otra fecha o se habilitan ventanillas virtuales para registrar a los futuros maestros.

La lógica de la negación prevalece sobre la sensatez. Incluso el expresidente Evo Morales asegura que no contrajo el COVID, cuando en realidad se ha convertido en otra víctima del virus y el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, afirma que se “avanzó mucho en la lucha contra la enfermedad”, justamente cuando el número de contagios alcanza los picos históricos más altos.

A pocas semanas del reinicio de las labores escolares, todavía se duda entre la educación presencial y la virtual. Todo indica que los alumnos no pueden volver a clases en medio de la escalada de casos, pero tampoco se hizo mucho para garantizar la continuidad del proceso educativo por otras vías. La mayoría de las escuelas y colegios públicos en Bolivia no cuenta con internet y no todos tienen los recursos suficientes como para tener los megas necesarios en una jornada de clases de varias horas.

Aunque el 65%, casi siete de cada 10 bolivianos está conectado y prácticamente todos tienen acceso a un teléfono inteligente, no se aprovecha esa enorme ventaja para dar un salto cuantitativo y cualitativo en la educación a distancia. El Estado en sus tres niveles de administración, la cooperación internacional, las organizaciones no gubernamentales y el sector privado, podrían participar de este esfuerzo porque a fin de cuentas la “pobreza educativa” los afecta a todos.

Los medios de comunicación estatal se ocupan más de la promoción gubernamental que del servicio público y no existe todavía una estrategia de uso pedagógico de estos canales para compensar el vacío. Tampoco se han realizado ajustes en los contenidos programáticos, de modo que respondan a una realidad completamente diferente. Es obvio que las formas de enseñar también deben cambiar y no se ha capacitado a los maestros en esa dirección.

La reactivación económica continúa en suspenso. No se advierte mucha creatividad en las decisiones y el regreso al pasado se hace imposible cuando las condiciones internas y externas son distintas y desalentadoras. La gente ya se cansó de escuchar que la culpa es de otros, cuando lo que necesita el enfermo son decisiones que ayuden a lograr su paulatina recuperación.

Los bonos tendrán un efecto temporal y el entusiasmo que provocaron decaerá a medida que las necesidades se multipliquen y escaseen las respuestas. Las presiones también irán creciendo. Los choferes realizaron un paro de 24 horas y amenazan con medidas más radicales si no se les reprograman sus deudas con la banca. Si el gobierno acepta reprogramar las deudas a unos tendrá que hacerlo con otros y la estabilidad del sistema financiero resentirá las consecuencias. A eso deben sumarse otros sectores que, como es tradición, gestionarán sus demandas en el primer trimestre. Los maestros y los agobiados médicos  también pedirán lo suyo  y así sucesivamente.

Las cosas no pintan bien para un gobierno que todavía improvisa, que parece sorprendido y hasta prematuramente abrumado por la magnitud de los desafíos, al extremo que el presidente llegó a decir que los problemas son por no haber cuidado y alimentado a la madre tierra. Por eso, en este caso, el presidente Arce está equivocado: la Pachamama no tiene la culpa de nada.

Hernán Terrazas es periodista.



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