Tan
desconcertante como conmovedora fue la gala –hace cuarenta años- en la que
Gabriel García Márquez recibía el Premio Nobel de Literatura ataviado con una
guayabera blanca (confeccionada en Yucatán por el mismo sastre que, se cree,
había elaborado una similar para Fidel Castro). Se supo entonces que el
escritor no intentaba ahorrarse el alquiler de un frac de diseñador, ni
pretendía provocar a los miembros de la Academia Sueca. Se vestía así, para
mostrar “el traje nacional del Caribe”.
Esta prenda podría apreciarse como un souvenir folclórico. Sin embargo, se trata de una vestimenta de etiqueta que puede llevarse en ocasiones solemnes como… la ceremonia de entrega de un Premio Nobel. Generalmente confeccionadas en lino, portan mayor o menor elegancia según la cantidad de alforzas y el ancho de sus pliegues.
Pero no es de este ropaje de lo que quiero hablar, sino de los códigos que pueden acarrear ciertas prendas de vestir, usadas por algunos personajes de la política que aprovechan la palestra para enviar un mensaje (que se lee de distintos modos) a través de ellas. Aunque la confección “a medida” de ese mensaje, se salga del humilde presupuesto.
A diferencia de artistas extravagantes como David Bowie o Prince, que no tenían roperos sino baúles de disfraces; o de otras celebridades -que invierten valiosos minutos siguiendo las pasarelas de Milán o París con las últimas colecciones del Pret-a-porter-, nuestras figuras políticas visten simbología. Una simbología hecha de materiales finos como la seda o la baby alpaca.
Evo Morales lució, durante su toma de mando, un saco con aplicaciones de aguayos y textiles aymaras hilados a mano, elaborado por la couturier Beatriz Canedo. Una diseñadora de alta costura y de gran reconocimiento internacional.
Como leí en algún periódico español, “el siempre imprevisible mundo de la política ha reunido a perfiles tan dispares y alejados como una modista que ha tenido taller en la Sétima Avenida de Nueva York junto a nombres como Ralph Lauren, y un presidente bregado en las luchas del movimiento campesino”.
Luego llegó la emblemática chompa que dio la vuelta al mundo y que marcó la famosa “Evo fashion”. El mensaje había calado. Él no era como los demás mandatarios. Un verdadero hito político a partir de la sofisticada ropa.
La hija de Gustavo Petro eligió también cuidadosamente su vestuario para la tarde de la toma de posesión de su padre como presidente de Colombia. La hermosa Sofía vistió un atuendo morado, en clara alusión al movimiento feminista del cual es miembro, diseñado exclusivamente para ella por Diego Guarnizo que, según leo, tiene presencia obligada en el Colombiamoda…
Camila Vallejo, otrora diputada por el Partido Comunista chileno, de estilo hippie, optó por un cambio de look para su presentación como ministra del gobierno de Gabriel Boric. Luciendo un traje de dos piezas con blazer palo de rosa, su outfit fue lo más comentado esa mañana en la que Vallejo canjeaba su discurso callejero por uno invocador de estabilidad. Se transformaba entonces en vocera del gobierno y en “ídola fashion”, como empezaron a llamarla sus leales seguidores.
Tenemos entonces que aun para algunos representantes de la izquierda –naturalmente asociados a causas que tienen que ver con personas que no pueden costear costosos vestidos-, la apariencia sí importa. Y hay que invertir en ella.
Para unos cuantos líderes la moda puede convertirse en una declaración ideológica o política. Pero esas declaraciones se tornan más genuinas cuando expresan una aspiración menos fashionista y más empática, como las que hace Rigoberta Menchú en sus sencillos huipiles artesanales guatemaltecos.
O las del carismático Nelson Mandela. El político y activista es reconocido por su lucha contra el apartheid, pero su imagen física no puede disociarse de las coloridas camisas estampadas, que comenzó a usar apenas convertido en el primer presidente negro de Sudáfrica en 1994. Mandela quería diferenciarse de sus antecesores; estas camisas lo identificaban con su pueblo. Uno que no podía permitirse lujosos atuendos, pero sí las “madibas” que, presumo, se encuentran en cualquier esquina.
Hay indumentaria que puede volverse icónica. Y, dependiendo de factores climáticos, culturales y tradicionales muy particulares, hasta convertirse en piezas que distingan a sus portadores. Aunque a veces gastar tanto en bordados finos o en ternos de la mejor alpaca esté más cerca de una revolución de la moda, que de otras revoluciones.
Daniela Murialdo es abogada y escritora