Trump arrancó su segundo mandato con desidia y mucha inquina hacia todo y hacia todos. No hay nada nuevo debajo de esa conducta torpe y mafiosa: este billionario bufonesco construyó su imperio con amenazas, juicios virulentos, un ejército de abogados y una marcada conducta radicalmente antiética e inmoral. Su victoria, para muchos, se basa en esa indolencia hacia las olas migratorias que revientan en las playas del territorio norteamericano y, que son, por supuesto, miel para la américa profunda, racista y armada hasta los dientes. Para los correligionarios de esta “nueva derecha”, limitar la migración al máximo, aumentaría los salarios y daría trabajo a los estadounidenses marginados. Por lo menos esa es su impresión. Equivocada, por supuesto.
Son diversos los estudios que sostienen que esa mirada condenatoria hacia la migración no tiene un correcto asidero. Lo que sí es correcto es entender que se trata de un fenómeno complementario entre dos corrientes adversativas: las migraciones, propiamente tal y, las resistencias hacia esas mismas migraciones.
En esta reivindicación de las identidades nacionales o regionales se apoyan estas políticas contrarias a la migración y, especialmente, hacia la inmigración; es decir, hacia el temor de que la gente se quede a vivir en sus barrios, comunidades o países de manera ilegal. ¿Es tan poderosa esta percepción en el mundo, que provoca esta reacción virulenta hacia estos gentíos en el mundo entero? La respuesta es muy clara: No. Y es no porque el flujo migratorio en números globales se mantiene desde hace por lo menos 30 años. Un 3,5% aproximadamente. Es decir, que, de 100 habitantes del mundo, entre tres y cuatro no viven sus países de origen. Hay una grandilocuencia y una hiperinflación de números migratorios que inflaman posturas.
Si vemos las tasas de migración hacia China, Brasil y Japón, por ejemplo, sus indicadores son bajísimos. Son países que reciben menos del 1% de desplazamientos. Pero si vemos Europa –Francia y Alemania, en particular– , y Estados Unidos, los índices están por encima del 18%. La cifra provoca esa reacción negativa y refuerza estas corrientes derechistas y ultraderechistas con percepciones altamente racistas.
Pero entonces, porqué se habla tanto de esta problemática, ¿o termina siendo agenda política en Europa y Estado Unidos? Porque cambiaron los núcleos de concentración. Es decir, hay crisis focalizadas en determinadas naciones que provocan estos desplazamientos humanos extraordinarios. Es el caso de Siria, Ucrania, Palestina, Venezuela que provocan olas migratorias a determinados países, ya sea fronterizos o transfronterizos.
Italia, que recibe flujos migratorios de África, por ejemplo, en sus playas y no quieren que se asienten en sus territorios, por lo que exige a la UE que se repartan esos migrantes hacia Francia, que también recibe olas de argelinos y hacia Alemania, que también recibe una mayoría de ciudadanos turcos. El grave problema de estos escenarios europeos es que, además, son poblaciones con culturas, idiomas y visiones diametralmente opuestas a los países que los reciben. Y es ahí donde está el nudo gordiano.
¿Pero es así? ¿Debe leerse así? No, a primeras lecturas. Las deportaciones masivas de migrantes indocumentados, lo que incluye nuevos centros de detención, redadas en los lugares de trabajo y, posiblemente, la movilización del Ejército para ayudar en las expulsiones tendrá un costo arriba de 80 mil millones de dólares, por año. Una cifra descomunal para enfrentar un solo tema, que no necesariamente es crítico para Estados Unidos.
La ecuación básica de la administración Trump es si se detiene a la comunidad empresarial norteamericana para contratar ilegales, estarán obligados a enlistar en sus empresas mano de obra americana. Y ahí está precisamente la trampa.
Cuando hay menos trabajadores disponibles, los empresarios tienen que esforzarse más para competir por ellos. Baste un dato revelador: con el aumento de la migración en 2022 y 2023 post pandemia, hacia el país del norte, ese flujo de mano de obra ayudó a frenar la inflación, permitir a las empresas cubrir los puestos vacantes y ser más competitivos. Sin esa nueva mano de obra, en algunos casos los empresarios simplemente habrían producido menos, haciendo subir los precios.
Los migrantes, además, añaden mano de obra a una economía y también demanda de bienes y servicios, lo que crea puestos de trabajo terciarios para otras personas. Además, los trabajos que realizan, como laburar en plantas de envasado de carne, permiten que más trabajadores nacidos en el país pasen a ocupar puestos como supervisores, vendedores y gerentes.
Entonces, el ojo de la tormenta no serían las olas migratorias, sino los intereses empresariales que estarían utilizando la migración para degradar los salarios y las normas laborales norteamericanas, al utilizar la mano de obra ilegal como chivo expiatorio, mientras se ignora toda una serie de políticas que en realidad mejorarían las condiciones de todos los trabajadores.
Un ejemplo concreto de esta distorsión es el trabajo en la construcción. La llamada Hermandad Unida de Carpinteros y Ebanistas de Estados Unidos, que representa a los trabajadores de todo tipo de obras de construcción, lleva años peleando por la eliminación de la intermediación laboral, que promueve la explotación laboral de ilegales.
Sin embargo, en lugar de pedir que el gobierno tome medidas enérgicas contra los migrantes, el sindicato ha respaldado medidas que crearían una vía hacia la legalización de quienes viven en Estados Unidos sin autorización y potenciar mucho más la oferta laboral. Las redadas en los lugares de trabajo y las deportaciones argumentan, solo conseguirán que los migrantes estén menos dispuestos a defender sus derechos, erosionando las normas para todos los demás trabajadores norteamericanos.
Así que, amigo lector, sólo pregúntese ¿cuánta mano de obra ilegal –mexicana, salvadoreña, guatemalteca, boliviana, en fin– fue parte activa para construir cada metro cuadrado de los rascacielos, condominios, urbanizaciones de lujo y el mantenimiento diario de kilómetros de canchas de golf de Donald Trump? Cientos de miles.