El inexorable fin del ciclo del gas está enviando señales inequívocas de que la hora de la verdad para YPFB está cada vez más cerca. ¿Cuáles son esas señales?
El déficit de combustibles líquidos sigue creciendo en volumen y en gasto. Las razones son conocidas: menor producción de gas, crecimiento del consumo de combustibles, subsidiados e importados sin control de calidad, y el contrabando.
Las recientes filas en los surtidores no son un fenómeno transitorio, sino que están destinadas a alcanzar la misma “normalidad” del mercado de dólares, en un contexto de mínimas reservas y crónica escasez de billetes verdes.
Las deudas de YPFB son tales y tantas que ya no permiten el clásico “bicicleteo”, mientras los ingresos siguen en caída libre y los cobros se hacen más complicados. Cada sector busca pescar en río revuelto: “cisterneros” y “etaloneros”, cada uno por su lado, logran posicionar sus intereses por encima de los de YPFB y del país.
Según algunas proyecciones, de no darse un golpe de timón en la política energética, antes de 2030 YPFB –¿la COMIBOL del futuro?– deberá importar gas para el consumo interno. ¿Con qué dinero? ¿Con el del litio?
Sabemos cómo se llegó a ese punto de no retorno: fue la insana política energética, llamada “nacionalización de Evo Morales”, que se concentró en monetizar las reservas de gas sin reponerlas. El gobierno actual sigue pecando de pensamiento, obra y omisión, manteniendo subsidios que devoran los magros ingresos del sector, sólo para aparentar que su “modelo” funciona, con base en un único indicador, la INE-inflación.
Confiar en recursos energéticos no renovables es insostenible y lo es más si esos recursos están acabándose a pesar de los esfuerzos anacrónicos que hace YPFB para reactivar la exploración.
Ante este panorama desolador, algo se tiene que cambiar ya. Pasando del análisis a la propuesta, van tres sugerencias para “salir del paso”, parafraseando el título de un imperdible libro recién publicado.
En primer lugar, con miras a garantizar el mercado interno, en conformidad con los arts. 11 d) y 85 de la ley 3058 de Hidrocarburos, hay que resolver racionalmente el dilema de si queremos gas para Bolivia o dólares de la exportación a Brasil. Si de prolongar la agonía del ciclo del gas se trata y en función de la certificación de las reservas, eternamente postergada, debemos dosificar, mediante un modelo matemático, los volúmenes de exportación al Brasil para que no falte gas a los bolivianos en los próximos 15 años.
Al mismo tiempo, para hacer un uso racional del poco gas que nos queda, necesitamos un plan de transición energética que planifique el reemplazo del gas subsidiado quemado en las termoeléctricas (casi un 40% del consumo interno) por electricidad generada con fuentes renovables, oportunamente combinadas para asegurar continuidad a lo largo de todo el día y el año. Para lograrlo habrá que incentivar las inversiones privadas y mixtas en plantas solares y eólicas y fortalecer el sistema hidroeléctrico y la transmisión.
Finalmente, con el fin de reducir el consumo de combustibles fósiles, ante la evidencia de un desabastecimiento crónico de diésel, el gobierno debería, entre otras medidas, dar incentivos para convertir toda maquinaria estática de diésel a electricidad; entregar diésel a las cooperativas en proporción al oro producido y entregado al BCB; permitir a los agroindustriales que se abastezcan de agro-diésel mediante plantas propias; acelerar la electromovilidad urbana mediante créditos blandos para adquirir coches eléctricos, infraestructura adecuada para viabilizar la conversión y un plan de reciclaje de los autos a gasolina en las provincias. El tiempo se acaba para YPFB.