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En riesgo de extinción | 25/07/2023

La fuerza de los miedos

Roger Cortez Hurtado
Roger Cortez Hurtado

Interpretar los estados de ánimo o sentimientos colectivos puede ser una de las pretensiones más difíciles de realizar; siempre, bajo un alto margen de error. Si entenderlos, o simplemente captarlos, a escala individual resulta incierto o complejo, intentarlo con grupos masivos multiplica, la mayor parte de las veces, las posibilidades de equívoco. Las ciencias humanas (sociales) y sus instrumentos, incluyendo el uso de encuestas y estadísticas basadas en big data, puede ayudar, pero están lejos de proporcionar certezas.

Se me ocurren estas ideas al intentar componer una idea de conjunto sobre cuáles pueden ser las bases para explicar con un mínimo de solidez, la prolongación o agonía de un régimen y un estado general de cosas, caracterizado por un decadentismo exuberante. Da la impresión que solo es posible explicárselo a partir del estiramiento del umbral de tolerancia social con los excesos, abusos y latrocinio de funcionarios, de todas las escalas y niveles, que rompe diariamente las marcas conocidas, que caen en tropel, una tras otra.

Pasan varios años desde que fueron cayendo las esperanzas e ilusiones, de modo que puede darse por descontado que, inclusive los creyentes más fieles de las políticas oficiales, saben que, en alguna medida, sus operadores, del más elevado al más humilde, están atrapados en inacabables concursos de mediocridad e incompetencia. Algo que ayuda a amortiguar el rechazo ante esta situación es que nos bombardean diariamente las noticias de que no existe organización alguna, empresarial, deportiva, religiosa, educativa -para simplemente mencionar el inicio de la lista- que se salve de iguales o peores fallas.

La indiferencia y resignación general nace, ciertamente, de la despiadada competencia por el copamiento de excedentes, que compromete a todo tipo de grupos privados de interés -es decir la enorme gama de expresiones corporativistas que se han fortalecido a la sombra de un estado que se funda y depende de ellas-, ahora que casi todas las fuentes de ingresos, legales y tradicionales, están estancadas o en franco retroceso.

Mujeres y menores son las primeras víctimas de la laxitud e indiferencia ético y moral, lo que se refleja en la proliferación de actos de violencia y crueldad extrema, tratados por la Policía, fiscales y jueces de la manera más desastrosa, que también se manifiesta en la multiplicación de oscuros episodios en los que mueren testigos e informantes de actos corruptos, ahora, metódicamente absueltos por corrompidos tribunales.

La maquinaria de las organizaciones sociales, concentra el apañamiento de la impunidad, porque la complicidad, garantizada a punta de billetes y privilegios, es la regla, cuando los representantes pueden mantenerse vitaliciamente en esas posiciones. 

Si tenemos necesidad de alguna reforma normativa de gran alcance, es prohibir que los dirigentes de cualquier espacio o esfera, privada o pública, permanezcan en esa posición, más allá de uno o dos mandatos, porque su permanencia equivale al envilecimiento de toda la asociación, cuyos miembros prefieren evadir las dificultades y responsabilidades que significa asumir el mandato de custodiar los intereses colectivos. El caudillismo, encarnado en la perpetuación de los representantes, es garantía de que, hasta los más honrados y consecuentes, terminarán por corromperse.

Este comportamiento y tendencia es parte fundamental del abatimiento que permite la subsistencia y arraigo de las peores formas de abuso, pero, hoy por hoy, la mayor potencia que permite pasar por alto el gran desbarajuste que nos atrapa, parece ser la extensión de diverso tipo de miedos y, especialmente, del espanto que provoca la posibilidad de que el deterioro económico, el retroceso de la capacidad adquisitiva, el paulatino pero implacable aumento de precios, termine por descontrolarse.

Si quien preside el país llegó a ese puesto, bajo el supuesto de que sería el mejor preparado para frenar el estancamiento, resulta que su fórmula de aumentar la deuda, la dependencia, económica y política del país, de devastación de la naturaleza, las instituciones y la autonomía social, aumenta las posibilidades de una crisis integral. Al frente no tiene opositores políticos; los antiguos y los nuevos, sólo rumian fórmulas agotadas y reaccionarias.

Es el peor momento para encogerse y ocultarse por los miedos e incertidumbre. Necesitamos, sin mayor demora, apelar a todas nuestras reservas de valor, creatividad e imaginación para remediar los abismos que están cavando los que hemos ungido como conductores y representantes.



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