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29/10/2020
H Parlante

La borrachera ganadora

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

Uno de los fenómenos colectivos más desconcertantes de nuestra vida presente y pasada es el hecho de que organizaciones o grupos antidemocráticos reciban la glorificación electoral del pueblo. La consagración en las urnas de una cúpula firmemente persuadida de la inconveniencia de preservar la vigencia de minorías resistentes o incluso de tolerar adversarios políticos dotados de continuidad o estabilidad en el tiempo, no es ninguna rareza en nuestro país.  Ocurrió en el pasado con el MNR, sucedió y sucede ahora con el MAS.

En diciembre de 2016, el MAS se reunió en magno congreso nacional. Unos meses antes había sufrido una apretada derrota electoral en el referéndum del 21F. Por decisión del electorado y por mandato de la Constitución vigente, Evo Morales estaba legal y legítimamente impedido de ser candidato en las elecciones de 2019. 

Entonces, renuente a acatar la voluntad popular expresada en el sufragio, el MAS tomó el camino de la anti democracia. Una de sus resoluciones congresales fue buscar todos los mecanismos legales para habilitar como candidato presidencial a su entonces único líder, el irreemplazable caudillo cocalero. Arrancó así su ebriedad totalitaria, el frenético impulso por torcer leyes y voluntades.

Entre aquel diciembre de 2016 y el 10 de noviembre de 2019, la conciencia democrática de los bolivianos tuvo que defenderse de la arremetida brutal del MAS, empecinado en imponer la repostulación perpetua de su ariete más tóxico.  Solo la renuncia y posterior inhabilitación de Morales como candidato vitalicio repusieron la vigencia de la Constitución y permitieron unas elecciones relativamente justas y equitativas. El MAS quedaba registrado en la Historia como el único partido que se atrevió a violar la Constitución, que impulsó con tanto ahínco en la década precedente.

La victoria de Lucho y David dio pie para pensar en que el MAS no solo se había recuperado de su borrachera antidemocrática, sino que lucía como un actor renovado, decidido a consagrar el respeto por los equilibrios y a sintonizar con el pluralismo, valor inherente al modo democrático de vida en común. Es más, hace una semana, en esta columna, fabulaba yo con la idea de que Arce fuera capaz de cometer parricidio con Evo Morales y animarse a gobernar por sí solo, proyectando a su partido como el gran constructor y estabilizador de una sociedad de iguales y de diferentes, al mismo tiempo.  Me disculpo, pequé de ingenuo, otra vez.

No hay incentivos. El MAS carece por completo de estímulos para curarse de su borrachera ganadora y la sed de venganza seguirá obstruyendo sistemáticamente sus reflejos. Y es que para cometer parricidio, el llamado “instrumento” requiere juzgarse a sí mismo con cierta severidad. No lo va a hacer.

Haciendo gala del análisis más precario, hoy, el MAS y el propio Luis Arce siguen porfiando en llamar golpe de Estado a la cobarde renuncia de Evo en noviembre del año pasado. Para anularse entre ellos, los militantes azules que aspiran a algún cargo público, se injurian mutuamente llamándose “pititas”.  A la menor crítica a sus primeras acciones abusivas, su reacción invariable es gritar “golpistas”.  A solo una semana del voto, el MAS ya quedó devorado por su narrativa perversa y no parece haber un solo resquicio de balance o auto corrección en sus filas.

Volvemos entonces al paradójico arranque de esta columna. Sucedió y sucede también que la preservación de la democracia quede en manos de una minoría, cuya misión en la vida podría ser seguir atesorándola a pesar de saberse menos vigorosa y contundente. En esa faena cuesta arriba, no podremos contar, claro, con quienes imploran de rodillas una Junta Militar en los portones de la Octava División del Ejército en Santa Cruz.  Ese grupo de nostálgicos de García Meza tampoco puede formar parte de la conciencia democrática. Es en los hechos su auténtica antítesis.   

La democracia es el único mecanismo de toma de decisiones que necesita defenderse de sus impulsores. Su funcionamiento pleno depende de factores de inhibición, de mástiles en los que nos amarramos voluntariamente para no escuchar el canto de las sirenas. Éstas están de regreso en Bolivia. Pulsan sus arpas con deleite, elaborando listas de odio, llamando a tapar los últimos agujeritos que podrían dañarles el blindaje. Nuestra democracia sufre el jaloneo de los malos perdedores, que repiten la palabra “fraude” y los malos ganadores que administran rituales de castigo y escarmiento.  Éramos minoría, lo seguimos siendo.

Rafael Archondo es periodista.



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