Si entendemos como izquierda y derecha a la representada en los gobiernos del mundo; es decir, la que “ejerce” de manera efectiva el poder en el planeta, entonces en principio llegaremos a la conclusión de que no existe mucha diferencia en su enfoque respecto a la emisión de gases de efecto invernadero.
China, el país socialista más grande del mundo (y uno de los pocos que quedan), las lidera, Estados Unidos la potencia capitalista más importante del mundo va en segundo lugar y la India, una potencia emergente está en tercer lugar. Aunque también es verdad que, si Estados Unidos sigue modificando sus políticas respecto al tema, como efecto de los vientos políticos de los últimos años, es probable que la distancia entre el primero y el segundo se achique notablemente.
Un ejemplo más cercano es el de Bolivia, en los últimos años. Actualmente somos el segundo país con mayor pérdida de bosques tropicales primarios en el mundo, solo por detrás de Brasil, país que posee unas ocho veces nuestro territorio.
En los últimos años se desarrollaron en diversos ámbitos algunos conceptos y normas interesantes, como el del “Buen vivir” o la “Ley de la madre tierra” (lo digo sin ironía), pero evidentemente esas construcciones finalmente carecieron de relevancia, en un contexto en el que la minería ilegal y la expansión indiscriminada del comercio y la ocupación de la tierra coparon prácticamente todo nuestro territorio. Y esas constataciones refuerzan la idea de que la diferencia entre las dos vertientes ideológicas respecto a la relación del hombre con su contexto natural es solo retorica.
Si repasamos la organización de los otros seres vivos existentes en el planeta (cuyo número disminuye de manera trepidante) podemos encontrar muchas especies en los que la distribución de los recursos es desigual (los leones machos comen las mejores partes de las presas, los chimpancés de mayor jerarquía son los que comen primero, etcétera). Sin embargo, dudo mucho que el nivel de desigualdad en la distribución de riqueza generada en el planeta, sea superada por alguna otra especie. Según datos proporcionados por Oxfam, el 1% de los seres humanos tiene más riqueza que el 95% del restante.
El origen de la izquierda se centra en la idea de que los seres humanos deberían distribuir entre sí los recursos de manera equitativa (en el entendido de que a diferencia de los animales tenemos “conciencia”), aunque es verdad que esa consigna tampoco es comprobable en la realidad cotidiana de la China o de Corea del norte. En estos tiempos el auge de la ultraderecha ha puesto de nuevo en boga la idea de que la desigualdad es “natural” y que, precisamente debido a nuestras raíces animales, la “conciencia” no tiene posibilidades de lograr la utopía de la igualdad.
Pero más allá de las disputas ideológicas y conceptuales, lo que está claro es que ninguna otra especie animal pone en riesgo su hábitat, es decir, su supervivencia (y además en un plazo relativamente corto) por el uso, la distribución y la acumulación de los recursos que usa. Solo los seres humanos estamos destruyendo a pasos agigantados nuestra biodiversidad y cambiando las condiciones climáticas a tal punto que pronto no podremos tener una vida normal.
¿Cómo se puede explicar semejante inconsistencia estructural? ¿Hay realmente una vocación suicida en la humanidad, tal como proclaman algunos teóricos ultraconservadores?, ¿Cuál es el mecanismo que motoriza esa lógica desquiciada? Una respuesta sencilla nos la proporciona, no un teórico marxista, y tampoco un líder populista de izquierda del tercer mundo, sino, más bien, un pensador reconocido como uno de los más agudos y brillantes de la época, me refiero al israelí Yuval Noah Harari, que en ningún caso puede estar sospechado como izquierdista o subversor.
En su libro Sapiens; de animales a dioses, el escritor describe cómo el sistema bancario tiene la capacidad de prestar más dinero que el que tiene en existencia (10 a uno en algún caso); es decir que tiene la capacidad de prestar “dinero imaginario”, que al retornar al banco se ha convierte “en real”, en la medida en que para generarse ha tenido que tener un impacto sobre el entorno en el que vivimos (fabricando cosas, construyendo infraestructura, cortando árboles, etcétera).
Ese círculo, en el que el dinero y, por tanto, el impacto sobre el planeta se acrecienta sin fin, es el que explica por qué hay un 1% (que ha este ritmo dentro de poco será un 0,1%) que tiene igual de riqueza que otro 95%, pero también explica por qué la destrucción de la naturaleza y la emisión de gases parecen imparables.
El “regular” las actividades humanas que alteran el medio en el que nos reproducimos no es un postulado dogmático; es una necesidad elemental de sobrevivencia. Y en ese marco, y dado el contexto en el que estamos, vale la pena preguntarnos: ¿El cambio de ciclo político que estamos viviendo y que se concretara en la segunda vuelta electoral implicara modificaciones reales en la actitud que el Estado boliviano tiene frente a los recursos naturales? ¿Tomarán forma en la realidad las críticas que durante años se han hecho al gobierno del MAS en esta temática? ¿se abrogarán las leyes incendiaras? ¿se pondrá freno a la minería destructora que envenena el agua, la tierra y las personas? ¿se fortalecerá en los hechos nuestras áreas protegidas?
Rodrigo Ayala es gestor ambiental y director de cine.