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H Parlante | 16/04/2020

Inventé un golpímetro

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

Tantos días de confinamiento tenían que dar algún fruto. En mi caso: un golpímetro. Una mañana plácida desperté medio popperiano y decidí aplicarme una buena dosis de racionalismo crítico en la cabeza. Entonces tomé una hipótesis muy apreciada entre las izquierdas latinoamericanas, sobre todo la bonaerense, y la sometí a una implacable prueba de falsación. Recordé que Karl Popper ya nos dio la receta a fines del siglo pasado. 

La desafinada hipótesis es: “En noviembre de 2019, se ejecutó en Bolivia un golpe de Estado que derribó a Evo Morales”.  El objetivo del racionalismo crítico es refutar, no convalidar. Sólo así avanza la ciencia, dicen.  Probar la falsedad de una afirmación es mayor proeza que darle fe. ¿Cómo alcanzar tal meta?  Pues repito: inventé un golpímetro. 

El aparato ayuda a realizar una revisión histórica de todos los cambios de gobierno de las últimas nueve décadas en el país para filtrar aquellas en las que no hubo elecciones. En la lista incluimos, sólo a modo de prueba, la caída de Evo con el único propósito de saber si su fisonomía coincide o no con los demás derrocamientos. Si se parece a un Golpe, lo es, pero si difiere notablemente, entonces nada: hipótesis descartada. 

Nuestro año de partida es 1934, porque en él se asoma el primer atisbo del regreso más reciente de los militares a la vida pública. Ellos acorralaron al presidente Daniel Salamanca en Villamontes y lo obligaron a renunciar. Asumió el mando, el vicepresidente José Luis Tejada Sorzano. A partir de ese episodio, ocurrido en plena Guerra del Chaco, el ruido de sables será incesante y a momentos, ensordecedor. Desde 1934 hasta 2019 hubo 21 cambios de gobierno en los que las elecciones estuvieron ausentes. ¿Fueron todos obra de un golpe de Estado?  No siempre, veamos.

¿Qué dijo nuestro golpímetro?  Dijo que siete fueron golpes clásicos, tres, golpes tácticos y siete, golpes internos o domésticos. Suman 17. Quedan como saldo cuatro momentos históricos que no encajan en ninguna de las tres categorías señaladas de golpe y, ay penita, pena, la caída de Evo está entre ellos.  

Antes expliquemos con qué gavetas funciona nuestro golpímetro. Un golpe clásico es aquel por el cual las fuerzas armadas barren simplemente con todo vestigio de gobierno democrático y lo reemplazan con uno dirigido por un tirano de uniforme. No lo vas a creer, pero quienes aplicaron esta herramienta de corte pinochetista fueron en Bolivia varios militares de izquierda. Es el caso Busch, Villarroel y Ovando. 

Ellos provocaron el desplome de Tejada Sorzano, Peñaranda y Siles Salinas, tres mandatorios constitucionales. Lo hicieron, sí, para aplicar políticas nacionalistas muy celebradas por los historiadores.

Esa es la primera categoría. La segunda es el golpe táctico. Son aquellos en los que los militares toman el poder para devolverlo a los civiles o para convocar a elecciones. Para no abundar mucho, que baste acá el ejemplo del general David Padilla Arancibia, quien convocó a las urnas en 1979. Le decimos táctico porque este golpe carece de una estrategia, solo aspira a ajustar un tornillo suelto dentro de la institucionalidad. 

Por último está el golpe interno o doméstico. Son las acciones armadas que dirimen un pleito dentro de los marcos del autoritarismo ya establecido. Por ejemplo, Torres golpea para ocupar la silla de Ovando, que ha renunciado. Banzer es el siguiente en esta lista. Un general depone a otro y la democracia no está en la agenda de nadie. 

¿Hay acaso, en nuestra historia, otro tipo de golpe de Estado que no hayamos considerado? Nuestro golpímetro es orgullosamente exhaustivo. Quedan, sin embargo, cuatro cambios de gobierno que no encajan en ninguna definición de golpe. Son las caídas de Hugo Ballivián en 1952, de Sánchez de Lozada en 2003, de Carlos Mesa en 2005 y la de Evo en 2019. ¿En qué se parecen?  En que los militares son fuerza pasiva o arrinconada. 

Su ausencia o pulverización (1952) hace que sean otras fuerzas no estatales, las que diriman el conflicto. Si asumimos, junto a Edward Luttwak (1969), que un golpe es “la infiltración de un segmento del aparato estatal, que luego se usa para desplazar y reemplazar al gobierno”, en ninguno de los cuatro episodios puede percibirse aquel acto de fuerza intra-sistema.    

Queda claro entonces. Nuestro golpímetro sólo registra 17 golpes de Estado entre 1934 y 2019 y en ninguno de ellos encontramos una activa participación de las masas, por eso se llama “de Estado”. Por tanto, Ballivián, Goni, Mesa y Evo se fueron porque no les quedaba otra opción y no porque hubiera algún golpista en su camino. Gracias Popper. 

Rafael Archondo es periodista.



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