El exministro de Gobierno Hugo Moldiz Mercado acaba de
escribir un libro. Es la primera voz que sale de La Rinconada, donde, desde hace
cuatro meses, siete asilados del Movimiento al Socialismo (MAS) comparten
reclusión en la residencia diplomática de México en La Paz.
El escrito titula “Golpe de Estado en Bolivia”. Contra todo pronóstico, la portada no expone la imagen de un soldado apuntando al edificio del Legislativo o la fachada desportillada a cañonazos de Palacio. Muestra, más bien, la cara desvencijada del anterior Presidente. Exhibir al derrocado, antes que a los derrocadores, rinde tributo al subtítulo del impreso: “La Soledad de Evo Morales”.
Hugo sabe comunicar. En efecto, como anticipa la presentación gráfica, su bitácora de asilado habla de dos temas: la caída, pero también el aislamiento del caudillo. Gracias a esas horas fértiles invertidas por Moldiz durante la espera de su salvoconducto, contamos hoy con una relación pasable de los errores cometidos por el MAS en los 14 años de su largo gobierno, el más prolongado de nuestra historia patria.
Moldiz nos demuestra de inicio que se interesa y conoce todo lo que hace, hizo y hará la legación diplomática de Estados Unidos en La Paz. Como exministro del ramo y añejo incondicional de la Revolución Cubana, cumplió sus labores de forma sobresaliente. Lástima que no aporte ni una sola pista sobre la supuesta injerencia gringa en la caída de Evo. Todo lo anotado al respecto en golpe de Estado en Bolivia es dato sabido. No pues… que el embajador Goldberg se haya reunido con el gobernador de Santa Cruz no pasa de ser un apunte menor acerca de la rutina social de cualquier diplomático.
Dado que Moldiz no aporta pruebas sobre el “golpe” y se limita, como María Galindo, a decir que hubo reuniones para decidir el curso de la sucesión constitucional (cosa que sólo se puede hacer reuniéndose), vayamos mejor a morder la médula del libro: la autocrítica.
Nuestro autor es valiente al delinear las grietas estructurales que recorrieron los pilares del gobierno de Evo. La primera que registra es ideológica. Recuerda que Álvaro García Linera, el exvicepresidente, propuso en 2006 que el proceso de cambio debía enrumbarse hacia la construcción del capitalismo andino-amazónico. Moldiz insinúa que dicho propósito habría sido abono para las parcelas del enemigo.
El segundo sinsabor en esta larga marcha fue ver cómo el bloque social de obreros, campesinos, indígenas y clases urbanas empobrecidas fue reemplazado de pronto por el aparato del Estado. Según nuestro asilado, este canje trajo consigo una “ralentización” del motor revolucionario. Perdido el impulso, el MAS se habría limitado a rugir como una ágil maquinaria de campaña. Es el segundo reemplazo: la revolución, substituida por el afán proselitista, la sed de votos.
La combinación de ambos hechos habría dado paso a la “clasemedianización” del proyecto y la toma del volante por parte de una bisoña aristocracia tecnocrática. Raro, ¿no?, ¿cómo así los portaestandartes de la revolución se dejaron desplazar tan mansamente?
Pues he ahí lo que para Moldiz sería el cortocircuito mayor. Él afirma que al quedar desplazado el sujeto histórico por una cómoda burocracia, el “golpe” sorprendió a sus víctimas en estado de postración y desbande.
En efecto, cuando Jeanine Añez se ciñó la banda presidencial ya no había pueblo que se le pusiera al frente. Evo quedaba entonces huérfano con la única carta de la huida aérea. En el trayecto a Chimoré, cometió, dice Moldiz, el error de instruir la renuncia de sus eventuales sucesores, incluida Adriana Salvatierra, quien de no haber mediado instrucción superior, sería hoy la Presidenta inobjetable. Lo que ni Moldiz ni nadie puede aclarar hasta ahora es por qué se ordenó la cadena de renuncias, causante del vacío de poder que los Demócratas llenaron sin demora.
Dos datos más aportados por el texto. Moldiz convalida la idea, atribuida a la exministra Roxana Lizárraga, de que Eva Copa y Arturo Murillo se entienden. Con ello, trata de ensombrecer aquel paso hacia la pacificación del país.
Moldiz lamenta además que el MAS no haya transformado a fondo la mente de militares y policías. A estos últimos los acusa de sólo haber contenido y jamás dispersado a las tercas pititas y de haber cultivado una fingida lealtad a Evo. Son las zonas desconcertantes del libro. ¿Le faltó al MAS someter aún más a las instituciones y a su militancia?, ¿pecó de poco autoritario, de demasiado tolerante y democrático? Ay Hugo, ¿no era más fácil acaso acatar la voluntad del pueblo registrada el 21F y reemplazar a Evo por otro candidato como, de todas maneras, terminaron haciendo en 2020?
Rafael Archondo es periodista.