Uno escucha hablar sobre el héroe y piensa de inmediato en Batman, Superman o el Hombre Araña, o en Los Vengadores. Pero estos nos son los personajes que tengo en mente cuando hablo de héroes o heroínas. No haría el ridículo tomando en serio a personajes tan cursis y sin mayor imaginación que sus músculos. “No habrá heroísmo ni aventura, aunque el sujeto se pase la vida correteando de león en león y de océano en océano”, como escribió Fernando Savater en La tarea del héroe. Ni luchando codo a codo contra el ángel exterminador o Kang el conquistador. Habrá heroísmo en el momento preciso que una persona se decida “a conquistar su propia plenitud poderosa”.
Arturo Yañez Cortes (AYC) escribe una encomiable columna sobre Amparo Carvajal Baños, titulada “Dña. Amparo, la indomable” (Correo del Sur, 16/7/2023). Destaca que “la defensora de Derechos Humanos Dña. Amparo Carvajal Baños nos está dando una formidable lección de dignidad y está poniendo en ridículo al poder”. Es evidente: el gobierno navega por un mar azaroso y decadente con rumbo cierto, pero sin mapas. Su historia se está convirtiendo en la crónica de múltiples naufragios. Pero en medio de ese mar, descompuesto y viciado, surge la figura moralmente imponente de Amparo Carvajal Baños en sus 45 días de resistencia. Ella ondea en esa azotea, ahora convertida en un emblema de rebeldía y coraje, las convicciones más firmes como si se tratara de una bandera asediada por una tormenta de ignominia. AYC continúa hilando la figura de Dña. Amparo como si tallara una estatua de mármol: “Octogenaria, débil, enferma y, en gran medida, solitaria, se enfrenta con más armas que su sola presencia a toda la maquinaria del poder y a sus sometidos, absolutamente prostituidos por su, precisamente, indigno sometimiento al partido”.
Pero Dña. Amparo ha conquistado “su propia plenitud poderosa”. Esto la levanta como una heroína, un majestuoso Illimani de carne y hueso, y hace ver a sus a quienes tiene enfrente, como sombras de un poder cada vez más desvencijado de moral. Ella nos muestra con meridiana claridad que nada es más noble que vivir para los demás; mientras en la vereda de enfrente, atestiguan con su comportamiento, día a día, que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno.
Dña. Amparo nos recuerda que “las personas verdaderamente valientes sólo actúan por la belleza del acto valiente, por el amor al bien o movidos por el sentimiento de honor”. Esto escribió Aristóteles hace más de dos milenios. Le hubiera gustado saber al sabio griego que, a 4.000 metros de altura, una señora de ochenta y cuatro años, debajo del cielo azul de La Paz, une en ella y en un mismo acto, la belleza del acto valiente, el amor al bien y el sentimiento de honor. Ella es un rayo de dignidad en una tempestad de formas políticas descompuestas, y todos debemos aprender a callar, porque tal vez al fin los bolivianos nos hacemos también dignos de escuchar ese himno de indomable coraje y convicción.