En horas de la tarde del 15 de enero de 1981, en una casa del barrio de Sopocachi, se reunía la Dirección Nacional Clandestina 5 (DNC5) del entonces Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), para evaluar la situación del país luego de las medidas económicas que, con evidente afectación de los intereses populares, había adoptado la dictadura de García Meza y Luis Arce días antes.
Uno de los asistentes, Gregorio Andrade, salió de la reunión con dirección al parque Uruguay, siendo detenido en el lugar, junto con otros miembros del MIR, tres de los cuales permanecen desaparecidos hasta el día de hoy. Tres miembros de la DNC5 (Pedro Mariobo, recientemente fallecido, Walter Delgadillo y José Pinelo) no pudieron asistir a la reunión por diferentes motivos y sí lo hicieron José Reyes, Arcil Menacho, Ricardo Navarro, Gonzalo Barrón, José Luis Suárez, Jorge Baldivieso, Ramiro Velasco, Artemio Camargo y Gloria Ardaya.
Hacia las cinco de la tarde, los reunidos escucharon el ruido de frenazos violentos de vehículos y, cuando se asomaron a la ventana a ver qué sucedía, evidenciaron que la casa estaba siendo tomada por asalto por los famosos paramilitares que actuaban impunemente en aquella época. Pese a que estaban desarmados, y así se los hizo saber Reyes a los asaltantes, los ocho varones fueron brutal y cobardemente asesinados; la única mujer se escondió debajo de una cama al lado de la cual cayó el cuerpo agonizante de Artemio Camargo, echando espuma por la boca. En su agonía protegió a su compañera. Fue la razón por la que el grupo que perpetró el asesinato no buscó debajo de esa cama; de otro modo, Gloria también sería hoy una mártir de la democracia.
Al día siguiente, el 16 de enero, el gobierno entregó un comunicado oficial inventando que se había producido un enfrentamiento, como consecuencia del cual murieron 9 personas, 8 terroristas y un agente de seguridad. Denunciaba que se encontró en la casa de la Harrington granadas de fabricación cubana, dinamita y profusa panfletería; y que se evidenció que el grupo pensaba eliminar físicamente a miembros de las Fuerzas Armadas, industriales y empresarios. Presencia y El Diario de la época informaron que los obispos católicos Jorge Manrique y Alejandro Mestre, hicieron patentes sus dudas respecto a la versión del gobierno. La Iglesia, consiguió que los cadáveres de los asesinados fueran entregados a sus familiares.
Algunos años después, varios de los autores intelectuales y materiales de semejante barbaridad, fueron condenados en el juicio de responsabilidades iniciado contra la dictadura, gracias al tesón y esfuerzo de personas y organizaciones que se agruparon en lo que fue la “Parte Civil” del juicio, destacando Cristina Trigo de Quiroga, Olga Flores Bedregal (viuda de Marcelo Quiroga Santa Cruz y hermana de Carlos Flores Bedregal, respectivamente, desaparecidos hasta el día de hoy) y Loyola Guzmán por ASOFAMD. Fue fundamental la participación de varios abogados como Juan del Granado y Freddy Hurtado.
¿Qué consuelo podía significar en aquellos momentos decir a las viudas e hijos de los asesinados que, al momento de su muerte, sus familiares asesinados habían nacido a la vida eterna? ¿Qué consuelo podría haberles dado decir que abonaron con su sangre la democracia que hoy vivimos? Seguramente ninguno, porque, como una amiga escribió a raíz de la muerte de su esposo hace muy poco, no hubieran querido tener angelitos en el cielo, sino tenerlos en carne y hueso en esta tierra.
Sin embargo, no se puede desconocer el inmenso aporte que, al perder sus vidas, esos ocho compañeros y amigos dieron a este país y a la democracia que hoy quiere expropiarse para eternizar a un partido en el poder.
Las libertades de organización, libre expresión y pensamiento, información, libre tránsito, elección de gobernantes y representantes; las posibilidades de reclamar mejores sueldos y mejores condiciones de trabajo y de vida; los reclamos por la igualdad de género, respeto a los pueblos indígenas, etc., etc., hoy son posibles en gran medida gracias a su esfuerzo desinteresado, que llegó al extremo de dar la vida por sus ideales.
No fueron los únicos, es cierto. Sólo dentro del MIR deberíamos mencionar, entre otros, a Jorge “Chichi” Ríos e Ignacio Soto, vilmente asesinados por la dictadura de Pinochet; o Carlos Bayro, igualmente asesinado por la dictadura de Banzer en Bolivia.Y no solo los muertos, sino también quienes sufrieron persecución, cárcel y tortura como, por ejemplo, Nabor Rendón, dirigente de la FUL de Chuquisaca, a quien quiero recordar hoy de manera especial.
Si uno tiene amigos que le ayudan desinteresadamente en las noches más oscuras que pasa a lo largo de su vida, cómo no agradecer a todos estos seres humanos y a todos quienes hicieron posible salir de la oscuridad el resplandor de la democracia en este país. Y, como homenaje a su memoria y agradecimiento a su sacrificio, debemos defender la democracia que no es propiedad de nadie sino patrimonio del pueblo boliviano.
Descansen en paz y gocen de Dios, queridos amigos. ¡Gracias eternas por su sacrificio y ejemplo!
Carlos Derpic es abogado.