La globalización para unos comenzó con el
descubrimiento de América en el siglo XV y para otros, con la aceleración del
desarrollo del conocimiento y la innovación tecnológica desde la segunda mitad
del XX. En cualquier caso, arrancó en la cultura o civilización occidental,
“conjunto poco definido de países, culturas, idiomas y religiones propias del
hemisferio oeste del mundo, en contraposición con las culturas o civilizaciones
orientales, las del este del planeta”, según la Enciclopedia de Humanidades.
Sus efectos afectan la vida de millones de personas, no sólo en el Occidente;
en especial, con la interconexión digital que propicia una dinámica “cultura
global”. No siempre para bien, como se evidencia por dos fenómenos relevantes:
la transnacionalización del crimen organizado y la arremetida del totalitarismo
con pretensión de expandirse globalmente.
El crimen ha innovado su modus operandi aprovechando la tecnología, provocando el desprestigio social del sistema penal garantista por su ineficacia. Las respuestas estatales ampliando los tipos penales y el endureciendo de las sanciones configuran una paradoja derivada de tal situación cuando las penitenciarías y los responsables de gestionarlas han pasado a formar parte de las redes criminales, pervirtiéndose por completo al servicio del enriquecimiento ilegal paralelo a la inseguridad ciudadana y la corrupción de los operadores de la función pública, elevados exponencialmente en un escenario de anomia creciente. Es el desmantelamiento de los estados de derecho para el reinado criminal.
Por su parte, el bloque antioccidental totalitario a cuya cabeza están Rusia, Irán, China y Corea del Norte, hoy disputa físicamente el dominio geográfico mundial, atacando como en Ucrania y mediante acuerdos y convenios con sus cómplices y amigos que en América van desde México en el norte, pasando por Cuba y Nicaragua en el centro, hasta Venezuela, Colombia, Brasil, Bolivia y Chile –en diciembre perdió a Argentina– en el sur, instalando en los territorios de estos países bases de operación militar, servicios de inteligencia y sistemas de captación de dinero. Es el desmantelamiento de los estados democráticos para el reinado totalitario.
Si se aguza la mirada se observa la mutación de la naturaleza y los alcances de la relación entre ambos fenómenos que pasó de la complicidad a la fusión entre crimen transnacional organizado y totalitarismo, sin división del trabajo, en renovación de la receta del poder eterno requerida por una minoría decidida a usufructuar de todas las fuentes de riqueza, lícitas e ilícitas, sobre la base de la opresión de la mayoría condenada a la miseria y la decadencia, hasta el final. Es el desmantelamiento de los Estados democráticos de derecho para la dominación global.
Como Hanna Arendt en su tiempo lo evidenció, los pábulos esenciales del totalitarismo son la propaganda y el terror. La primera viene desplegándose desde 1917 sin parar, con operadores que son y/o viven en países occidentales gozando de sus beneficios, en dos sentidos convergentes:
1) El vilipendio de Occidente negando los avances indiscutibles inaugurados en la modernidad con el proyecto liberal, alcanzados en materia de mejoramiento de la vida de millones de personas. No sólo eso, también devaluando sus valores, principios y categorías con el robo de las palabras para instrumentalizarlas al servicio del totalitarismo criminal, negando la igualdad de los individuos, la universalidad de los derechos humanos e implantando oxímoron como “democracias populares, de partido único y comunitarias”.
2) La apología de los supuestos portentosos éxitos económicos, tecnológicos y militares del bloque antioccidental, imposibles por su intrínseca incapacidad para generar riqueza y su inevitable dependencia de la parasitación de otros, fallos estructurales evidenciados largamente por los fracasos de proyectos similares, que se manifiestan actualmente en los profundos problemas económicos y sociales que afectan a las poblaciones rusa, china, iraní y norcoreana -para hablar de la primera línea de este bloque- con escaso o nulo crecimiento. Ucrania, la valiente, luchando de pie hasta ahora pese a no contar con toda la ayuda que debería prestarle el occidente, también es prueba de cargo contra el supuesto poderío ruso cacareado por Putin.
Propaganda eficaz, derivada en terror. Tanto que el Occidente se ha creído las imposturas, y el gigantesco fantasma de un enemigo poco menos que invencible, se ha convertido en una realidad temible, revelando las debilidades de los sistemas de inteligencia y análisis estratégico, cuando la verdad está al alcance de un clic. El terror ha aletargado a Occidente, lo ha dejado sin iniciativa. Es tiempo de que el hijo de la Libertad la defienda porque ella no se defiende sola; que la madre de la globalización recupere dominio sobre ella y la ponga al servicio de la democracia, aplicando todos los medios compatibles con los valores de ésta.
En suma, la consigna de Occidente, nuestra consigna, es globalizar la libertad.
Gisela Derpic es abogada.
@brjula.digital.bo