La
reciente visita del papa Francisco a Canadá ha puesto en evidencia el deterioro
de su ya frágil salud y ha avivado los rumores en torno a su inminente
renuncia. No sabemos si esos rumores se volverán realidad, pero, indiscutiblemente,
este papa a algo no renuncia.
Primeramente, Francisco no renuncia a ser valiente y humilde, al reiterar el pedido de perdón de la Iglesia a las víctimas del genocidio cultural producto de las políticas gubernamentales de colonización a las que instituciones católicas colaboraron activamente. Eso sucede cuando se subordinan los valores evangélicos a la colaboración acrítica con los gobiernos, un pecado en el cual todas las religiones suelen caer fácilmente.
Asimismo, Francisco no renuncia a quitar privilegios a la Curia y a instituciones religiosas. El reciente Motu proprio “Para tutelar el carisma” quita al Opus Dei una serie de privilegios concedidos por Juan Pablo II, como la “prelatura personal” del Papa y el derecho a que el Prelado sea obispo, entre otros. Siempre hubo dudas y chismes acerca de las razones de esos privilegios, pero lo cierto es que ahora el Opus Dei dependerá, como cualquier otra congregación, del Dicasterio del Clero, al cual deberá rendir cuentas. Sin embargo, creo que el mayor beneficiario de esa medida será el propio Opus Dei, en la medida en que emprenda un camino de purificación para deshacerse de su excesivo poder y de sus privilegios mundanos para recuperar el carisma de la obra.
Finalmente, Francisco no renuncia a “mirar hacia adelante” en temas polémicos de la moral sexual y matrimonial, que pertenecen al ámbito de la ética progresiva, pero cuya doctrina representa una barrera que separa a muchos bautizados de la Iglesia. En particular, la moral sexual referida a la concepción y a la regulación de la natalidad ha transitado en los últimos 50 años de la controvertida encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI (1968), que cosechó disensos y críticas, incluso en el seno de la jerarquía de la Iglesia, hasta la tajante “Evangelium vitae” de Juan Pablo II (1995), que reafirmaba la doctrina más conservadora al respecto.
Lo valioso de las encíclicas mencionadas es la defensa del derecho a la vida y a la procreación frente a políticas, impulsadas por las grandes potencias y sus organismos internacionales, de imponer el control de la natalidad en los países pobres mediante coerciones que también Bolivia ha sufrido. Comparto con aquellas enseñanzas que la pobreza no es consecuencia del crecimiento demográfico, sino todo lo contrario. De modo que, antes de imponer políticas antinatalistas, sería mejor ocuparse en reducir la pobreza.
Ese concepto no ha variado con el papa Francisco, pero algo se mueve en torno al otro concepto de “paternidad responsable” que implica concebir los hijos que una pareja está en condiciones de criar y educar en el mundo de hoy, y no del siglo XIX.
La pregunta, que a mi venerable edad resulta totalmente desinteresada, es: ¿de qué métodos (no abortivos, se entiende) dispone una pareja para elegir responsablemente ese número ideal de hijos? La respuesta de la Iglesia sigue siendo la defensa de la eficacia de los métodos “naturales” que, como se sabe, de eficaces y naturales no tienen mucho. Más aún, ¿no será que promoviendo esos métodos se alienta una especie de “paternidad irresponsable”, porque se obtiene un resultado que no se quiere?
Un reciente seminario de expertos, impulsado por el propio papa Francisco, ha debatido sobre “condiciones y circunstancias prácticas que harían irresponsable la elección de engendrar” y ha abierto una ventana que puede ayudar a reconciliar a la Iglesia con parejas cristianas marginadas de los sacramentos por querer ser responsables.
Francesco Zaratti es físico, especialista en hidrocarburos y escritor