No debe ser muy grato para quien, en
condición de ministro de Economía, “administró” la bonanza proveniente de los
ingresos por la venta de gas y, años después, en calidad de Presidente, tener
que gobernar con los despojos que quedaron luego de, precisamente, aquella
fiesta. Es que, como se sabe, administrar la abundancia no tiene mérito alguno:
prácticamente –considerando, sobre todo, el cómo se lo hizo– cualquiera podría
haberlo hecho; básicamente, la economía trata de la administración de la
escasez. Los grandes economistas en función pública son aquellos que, a pesar
de la situación álgida se dieron maneras de sacar a flote la nave de la
macroeconomía, con mayor o menor costo social, motivo por el cual no siempre
son reconocidos como se lo merecerían.
Generalmente son otros los que enmiendan los desaciertos cometidos por anteriores funcionarios, pero a Arce le toca afrontar las consecuencias de su propia (indi)gestión como ministro de Morales Ayma. Es su oportunidad para que se muestre como economista y deje atrás su rol de cajero –que eso es lo que fue–.
Alguna señal ha dado: a la manera de un alcohólico anónimo que reconoce que es un enfermo, el señor en cuestión ha admitido que estamos en la lona; o sea, que los tiempos de alfombras persas y “economía blindada” se acabaron. Con ello, uno de los rasgos del populismo, el hacer creer, propaganda mediante, que vivimos en el país de las maravillas, pese a las evidencias en sentido contrario, es contradicho por el propio Presi.
Ciertamente, una autoridad debe transmitir, en la medida de lo posible, una sensación de confianza, incluso, políticamente, disfrazar algún indicador para no generar pánico; pero también debe tener la suficiente sabiduría como para sincerarse cuando la situación se torna insostenible, como es el caso.
Consciente del momento que atravesaban el mundo y su país en particular, Winston Churchill ofreció “sangre, sudor y lágrimas” (también ofreció esfuerzo) al asumir como Primer Ministro del Reino Unido y cumplió. A un costo altísimo, Inglaterra fue uno de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. A su término, el votante británico no lo hizo ganador de la siguiente elección: creyó, ese momento, que Churchill servía para gobernar en tiempos de guerra y no para hacerlo en tiempos de paz.
Es célebre también la frase de Víctor Paz Estenssoro “Bolivia se nos muere”, para, acto seguido, aplicar un plan de ajuste estructural, “relocalización” incluida que, tal como predijo, fue una coyuntura que duró 20 años, en los que en su vientre chapareño se gestó el populismo cocalero, otra coyuntura agotada en dos décadas de jauja con recursos públicos.
El haber “tocado fondo” que el Presidente confesó respecto a la producción de gas, luego extendido a “hasta ahí nomás alcanza nuestro bolsillo”, es, según se vea, un gesto de sinceramiento que no condice con el populismo o una admisión de su propia incapacidad como ministro, primero y como Jefe de Estado, luego. O ambas cosas a la vez.
Este tocar fondo no sólo se verifica en la producción gasífera; se extiende a la gestión estatal en general, a la moral de los funcionarios (corrupción galopante), a la criminalidad (narcotráfico, contrabando, trata), y por si faltara algo –un algo que no tiene que ver con el Gobierno, pero es un reflejo de cómo anda las cosas– al fútbol.
Hay excepciones privadas, de las que nos colgamos todos, como la de los fondistas Garibay y Camargo. Pero, en general, estamos fondeados. La próxima coyuntura podría tener como eje “Educación, educación y más educación”. Amén.