Personaje de escasas luces intelectuales pero dotado de un extraordinario talento para la manipulación emocional, el señor Edmand Lara, a la sazón Vicepresidente de Bolivia, ha hecho de las suyas a menos de un mes de haber asumido el cargo. Ya lo vino haciendo durante la época electoral, con la diferencia de que ahora sus acciones “hacen estado”, es decir que tienen carácter de autoridad.
Lo hace munido del teléfono móvil, a través de la aplicación Tik Tok, desde la cual lanza diatribas, insensateces, chismes, confidencias personales, quejas, chantajes, y todo tipo de ridiculeces 24/7 en un ejercicio enfermizo por llamar la atención, victimizarse y autoelogiarse; cosa que sin el dichoso dispositivo no pasarían de ser cotilleos de lavandería. Ciertamente, un público carente de pensamiento crítico, incondicional del “influencer”, se encarga de expandir tales bellacadas y, al hacerse noticia, los medios las reproducen con algo de reserva profesional.
En tal sentido, el sujeto se parece a los adolescentes y jóvenes −en ellos es frecuente y hasta comprensible− que padecen de dependencia de las redes, particularmente de Tik Tok y son propensos a una especie de síndrome de abstinencia en caso de que se les privara durante diez minutos del aparato o que de pronto, se quedaran sin “megas”, pudiendo derivar, inclusive, en transtorno del sueño o enfermedades neurológicas más graves, debido a la compulsión por estar enganchados a la red.
El problema es que el individuo al que nos referimos no es adolescente ni joven, en el sentido biológico de la palabra −y desde hace tres semanas ejerce nada menos que el segundo cargo del Estado, primero en la línea de sucesión a la Presidencia−. Es que, sencillamente no califica, psicológica y mentalmente, para asumir tan delicados cargos y lastimosamente no hay en nuestra normativa constitucional un mecanismo “express” para destituirlo por incapacidad manifiesta para ostentarlos.
Desde el minuto uno de la posesión, el blanco elegido de sus dardos tiktoqueriles ha sido el Presidente, a quien lo tiene entre ceja y ceja −¿envidia, desesperación, “venganza”?−. Afortunadamente, dichas calenturas no han hecho más que afirmar la autoridad del Primer Mandatario. Es decir que la figura más reconocible de la oposición es el propio desertor del verde olivo.
También desde entonces, por la propia exposición (presencia) que incumbe al puesto, el susodicho combina lo virtual con la acción efectiva, aunque siempre mediada por la dichosa aplicación, para “performatizar” su proyección política, llena de caprichos como el de vestir el uniforme policial −manifiesto acto de corrupción por falsedad material e ideológica, además de traer a la memoria horrorosos recuerdos de tiempos de golpes y contragolpes; o, al menos, un acto de muy mal gusto−.
De ahí a la mentira más abyecta hubo poco trecho. Afirmar que el video que puso en su cuenta para contar su desdicha marital, cuernos de por medio, era producto de un “hackeo”, cuando todas las pericias coinciden en que el mismo era auténtico, es decir que fue el propio Vice quien lo produjo y publicó, lo pinta de cuerpo entero: estamos ante un chantajista, manipulador y mentiroso compulsivo que juega a ser la víctima en sus delirios tiktoqueros.
Y, para rematar (re−matar), convoca, entre líneas, a las FFAA a una aventura golpista. Si bien tiene su propia entidad, no tengo duda de que, por detrás, hay hilos que los mueven: basta con ver quiénes baten palmas a cada provocación suya. Y el opasitor no lo niega.
Puka Reyesvilla es docente universitario.
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