La esposa de Juan Domingo Perón, Eva Perón, se ganó el corazón de las clases populares y barriales gracias a una política demagoga de entregar grandes dádivas, bonos sociales insostenibles en el tiempo. La caja de Estado ya no pudo soportar semejantes gastos indiscriminados, mientras la plebe no dejaba de contarle canciones en su honor.
Siempre vestida con los mejores trajes, joyas y lujos, desde balcones y autos caros, hizo populismo. A quién no le gusta que le regalen dinero, bonos, asistencia gratuita y una infinidad de ayudas, que a la postre terminaron por quebrar economías y gobiernos. Fue el inicio del descalabro argentino. El Peronismo y sus labias.
Luego vino la esposa de Néstor Kirchner, Cristina, que comenzó su camino en el sur de Argentina, en un auto viejo haciendo campaña. Hábil, embustero y mañoso; Néstor alcanzó la Presidencia iniciando un de los ciclos más corruptos de la historia argentina, dejando a Carlos Saúl Menen empequeñecido en sus corruptelas. Había llegado un modelo muy sofisticado, cuyo objetivo fue sonsacar la mayor cantidad de dinero de las arcas públicas, sin dejar de hacer obras sociales, entregar bonos y diseñar toda una sarta de beneficios sindicales, gremiales y políticos, de una envergadura realmente fantástica. Se robó a granel y se entregó dinero, también, a granel.
Obviamente, después le tocó el turno de gobernar a su esposa, ganando las elecciones en 2007, consolidándose como una de las figuras más relevantes de la política en Argentina de los últimos años. Amada y odiada, al mismo tiempo. Fue Presidenta dos veces y Vicepresidente con el mandato de Alberto Fernández, a quien le inició una guerra sucia y brutal desde el primer día.
En 2022 fue condenada por corrupción y ahora está con arresto domiciliario por el lapso de seis años y la justicia –recientemente– le exigió que devuelva la cifra descomunal de 540 millones de dólares de sus actos de robo descarado el Estado argentino.
La hermana de Javier Milei, Karina, fue puesta en evidencia con la filtración de varios audios reclamando coimas a un laboratorio de medicinas. Fue la tumba electoral de Libertad Avanza, perdiendo no sólo escaños en el Legislativo, sino lo más importante de una administración: la credibilidad y la confianza.
Acá, incluso, entra la lectura de que, al final, son verdaderos clanes familiares los que se apoderan de los Estados e inician una serie de tropelías: los Perón, los Menem, los Kirchner y ahora, los Milei, en el caso argentino.
En Nicaragua está el clan familiar de los Ortega. En Cuba la mafia organizada de los hermanos Castro. En Venezuela la familia Chávez y sus hijos multimillonarios, y ahora los clanes de Diosdado Cabello y Maduro. Todos son verdaderas pandillas consanguíneas.
Se imagina usted, amable lector, lo genial que sería pensar en un partido o agrupación política sin hermanos y hermanas, nueras y suegros, sobrinos y tíos, clientes y agregados. ¿O cualquier entenado de por medio? No se trata de meritocracia porque es otra falacia, sino del estricto cumplimiento de la ley que prohíbe esta clase de irregularidades bajo el concepto de nepotismo.
Ese mal concepto o herencia maldita de pensar al poder como una forma de heredar la dinastía a otros familiares o a una cofradía es francamente insultante. Bolivia, por lo menos, en lo que a nosotros nos concierne, siempre se ha manejado bajo esta idea de caudillismo, lo que ha provocado una serie de distorsiones políticas, corruptelas a granel y una brutal desinstitucionalización del país.
Desde los municipios –como es el caso de Santa Cruz de la Sierra o de Cochabamba, que cuando se ausenta el alcalde, su hijo asume el cargo por ser concejal– hasta otras instancias públicas, como sindicatos, gremios, federaciones, donde “la familia” es la que manda.
Las monarquías son el mejor ejemplo de decadencia, corrupción, endogamia y de una sarta de tropelías y abusos de poder social, político, económico y, hasta, incluso, cultural y religioso. Por supuesto.
Otros países como Estados Unidos también han caído en estas distorsiones. Ahí está el clan familiar de los Kennedy, Bush, Clinton y ahora los Trump. Todas dinastías de poder y cuyos descendientes heredan sin ningún valor o logro profesional –por último– las riendas del poder para su usufructo irrestricto.
Los estudiosos –antropólogos, para ser más precisos– lo llaman “familismo amoral”. Se trata tan solo de un nombre un poco rebuscado a un fenómeno político social que se cumple casi de manera tribal.
Primero está la familia, el compadre, el compañero de partido, el compatriota (si es que existe), la comparsería, y luego, tal vez, al final, está la ley.
Así estamos.
Javier Medrano es periodista y cientista social.