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Ojo en tinta | 17/12/2024

¿Es el tilín un verdadero tilín? ¿O es un corajudo con cara de opa?

Javier Medrano
Javier Medrano

Mucho se discute si el primer funcionario público del país es un presidente débil y, en extremis, negligente para ejercer el cargo, o es un ganador por no haber perdido ninguna batalla política frente a sus contrincantes: metió preso al gobernador electo del principal departamento de Bolivia; tiene a Evo Morales contra las cuerdas por estupro y trata y tráfico de personas; está sorteando una de las crisis económicas más profundas de toda la historia de Bolivia (carencia de divisas, de carburantes, de un desabastecimiento permanente por culpa de una brutal organización criminal de contrabandistas); debajo de sus narices se quemaron más de 11 millones de hectáreas, pero a él no le pasó nada.

Le hacen paros, bloqueos de semanas organizados por líderes regionales cruceños o el sector evista del MAS; le bloquean medidas en el Congreso; no tiene respaldo en la calle; y sus ministros son sencillamente una burla.

Pero él sigue ahí. Con autogolpe incluido. Con Evo en medio de balaceras.

¿Entonces quién es el Tilín de esta historia?

A Mesa le dijeron ¡buuu! y renunció. ¡Dos veces!

Todas las encuestas y sondeos hunden al mandatorio prácticamente en el lodo y la miseria política. Casi nadie lo apoya. Está sólo en su torre de cemento con sus pocos ministros aliados. Con sonrisa burlona y ojos ratoniles inaugura obras, pero no son de su propiedad, sino de gestiones pasadas. Habla de industrialización y no ha tendido una sola cañería. Es humo y carcaza.

Otros, no sé si responsable o irresponsablemente, hablan de una carta que él quisiera jugar en todo su raquitismo: un autoritarismo furtivo que le permita patear la mesa democrática y prorrogarse. Gravísimo. Se rompería el orden institucional y democrático de este país que tanto nos está costando a los bolivianos honestos preservar.

Es el principal responsable de la crisis económica en toda su integridad. Fue ministro de economía durante la gestión del pedófilo Evo Morales y fue el dueño de la política económica nacional. Firmaba cheques a diestra y siniestra. Aprobaba obras elefantiásicas. Derrochaba el dinero de las arcas públicas como tiznado en preste. Nadie podría ser más responsable de esta hecatombe que él mismo creó, incubó y protagonizó. Nadie más.

Pero él sigue ahí. Impávido.

Más allá de las odiosas comparaciones, allá por los 90, el jefe mafioso norteamericano John Gotti fue conocido en el lumpen como Don Teflón. El apodo se debió a que ningún juez ni fiscal podían lograr encarcelarlo por delitos de toda clase y monta. Siempre salía bien parado y con su traje elegantísimo y un peinado a prueba de huracanes, saludaba a la prensa neoyorquina. Todo le resbalaba.

Pero, un día, por fin la justicia le puso los grilletes y terminó muriendo en la cárcel. A nadie le dura mucho tiempo su cubierta de teflón. ¿O acaso estaremos frente al primer caso de teflonismo político en Bolivia?



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