El presidente Luis Arce está ante una encrucijada decisiva para el rumbo
que puede tomar la economía del país. O se aferra a las fórmulas que
aparentemente permitieron un desempeño positivo de prácticamente todos los
indicadores económicos, pero que respondían fundamentalmente a una coyuntura
internacional favorable, o adopta decisiones que si bien pueden ser contrarias
a los esquemas aplicados durante los últimos 14 años, se ajustan a una realidad
global compleja y desafiante y a condiciones internas que revelan una
preocupante fragilidad.
Nada será tan fácil como antes. El tiempo del diagnóstico se agotó e intentar descargar las responsabilidades sobre el gobierno de transición dejará de tener efecto político. Si bien la gente observa con optimismo lo que viene, porque nada puede ser peor ni más dramático que lo ocurrido el año pasado, la temperatura puede variar de un día para el otro y modificarse también el tono de cierta tolerancia que se refleja en la insinuación de algunas exigencias.
Por ahora hay algunas “distracciones”. La contienda municipal anima el debate público, aunque en medio de un rebrote descontrolado del COVID-19 que ha provocado miles de nuevos contagios y decenas de fallecimientos en un período muy corto. La población advertirá pronto que el descontrol ya no tiene que ver con lo que hizo o dejó de hacer el gobierno anterior, sino sobre todo con decisiones que influyeron para un relajamiento más o menos generalizado de las restricciones.
Los hospitales resultan insuficientes una vez más, hacen falta médicos y no hay un manejo ordenado de los recursos en los tres niveles de administración del estado. Es muy poco o casi nada lo que se observa en materia de acciones del Ministerio de Salud, salvo el reiterado anuncio de que pronto llegará una vacuna para resolver todos los problemas. Incluso ésta que pudo haber sido una noticia alentadora tropieza con la suspicacia de la gente porque las referencias internacionales no parecen del todo confiables. Además y por si fuera poco se sabe que la cobertura de vacunación será paulatina y que las previsiones para Bolivia son que se llegará a un porcentaje óptimo recién a mediados de 2023.
Como por lo general ocurre después de un desastre o una pandemia como la que vivimos, hay cambios de paradigmas. La gente ya no piensa igual y descifrar sus actitudes, sus ilusiones y expectativas se convierte en una tarea más ardua. Es posible que la elección haya representado la inclinación natural del votante a recuperar el bienestar y la estabilidad del pasado más o menos inmediato, pero eso choca pronto con una realidad que definitivamente no es la misma.
El mundo demorará en volver a la normalidad, al juego de intercambio que conocimos hasta hace un año atrás y los países deberán acomodarse rápidamente a las nuevas tendencias. Bolivia no es un país que se caracterice por atraer inversión extranjera directa y en los tiempos que corren las áreas que habían despertado alguna atención en el pasado, como hidrocarburos y minería, no generan el mismo interés, y nuevas oportunidades como la del litio precisan de un entorno de seguridad jurídica que, desde hace tiempo, Bolivia no ofrece a los inversionistas.
Las deudas del Estado con el sector privado, sobre todo en áreas que generan mucho empleo como la de la construcción son altas y los recursos escasos para ponerse al día y reactivar obras de infraestructura que permanecieron paralizadas durante gran parte del año pasado.
La pandemia ha dejado víctimas fatales también entre las empresas pequeñas y grandes. Son innumerables los negocios que han cerrado por la dramática caída del consumo durante la cuarentena y los que sobrevivieron lo hicieron a costa de reducir al mínimo su personal. La incertidumbre impide que la reactivación sea inmediata. Hay menos dinero, más cautela en la inversión y el gasto de los hogares, y un drástico cambio en las prioridades del consumo. A eso, debe sumarse la dificultad que tendrán los bancos para canalizar más recursos hacia el crédito.
El pago del bono contra el hambre es un mero paliativo de impacto temporal, una vacuna contra la desesperación, pero no una solución a los problemas estructurales. El modelo de sustitución de importaciones, un espejismo que se pretende rescatar de las ruinas de esquemas ya superados, difícilmente podrá prosperar en un escenario global y regional competitivo y sin duda más “despiadado”.
Como advierte el exministro de Economía Oscar Ortiz en un articulo difundido en la prensa, “el retorno a un estatismo de empresas inviables, el incremento de impuestos, la prohibición de exportaciones y regulaciones de carácter confiscatorio, no nos conducirán a la reactivación, sino que nos encadenarán a un modelo que nos aleja del desarrollo sostenible y nos atrapa en una ilusoria economía de consumo informal”.
No es fácil elegir entre dos caminos y mucho menos cuando de esta decisión depende el tomar un rumbo, acaso más difícil y políticamente más costoso, pero racional y anclado en la realidad global y regional, u optar por una vía más nostálgica e ideológicamente condicionada que profundice los problemas y aleje peligrosamente las soluciones de fondo. Ya se verá.
Hernán Terrazas es periodista.