Articulación, resultados y expectativas, por un lado; bloqueo inmisericorde por el otro.
La anterior semana fue intensa para el turismo tarijeño. Comenzó el lunes 15 de diciembre con un encuentro de Turismo y Protección de Fuentes de Agua, convocado por la Federación de Empresarios Privados de Tarija (FEPT) y Prometa, apoyado por la Fundación Solydes y WWF.
280 representantes del sector elaboraron una agenda que debiera servir, por fin, para que exista una sintonía real entre estatales y emprendedores. Asistió el viceministro de Fomento al Turismo Sostenible, Andrés Aramayo.
Al día siguiente, el martes 16, se produjo el lanzamiento de la temporada alta de turismo en Bolivia, desde Tarija, impulsado por Carlos Hugo Molina. Asistió la ministra Turismo Sostenible, Culturas, Folclore y Gastronomía, Cinthia Yañez.
El viernes 19 se declaró el bloqueo general del transporte con la consiguiente suspensión de las actividades turísticas programadas (bodas concertadas desde el interior del país, fiestas de fin de temporada, tours turísticos, etcétera.), amen del corte de conectividad, que probablemente se intensifique a partir del lunes 22, día en que se publica esta columna. Más o menos el apocalipsis para el emprendedor que trabaja el conjunto del año preparando la llegada de la temporada alta, que tiene su epicentro en estas fechas.
La industria vitivinícola tarijeña y su hermana menor, la cadena del enoturismo, tienen su origen en una inversión estatal acertada (a despecho de los ultraliberales), la construcción de la represa de San Jacinto en 1989. Ambas se desarrollaron gracias a una esforzada labor del sector privado (a despecho de los ultraestatistas).
Las bodegas tarijeñas crecieron en una dura lucha contra el contrabando proveniente de la Argentina, poco o nada controlado por el Estado.
Lograron ganar el mercado nacional y han ido desarrollando diversos nichos en el internacional, merced a una calidad creciente e indiscutida.
La industria turística del valle central de Tarija comenzó ha desarrollarse intensamente desde hace unas dos décadas gracias a la visión de diversos emprendedores. El contraste entre el solitario bus que “esperaba” turistas cansinamente a principios de siglo, contrasta con las decenas que hoy recorren el paisaje cargadas de recién llegados de diversos ámbitos.
A ese crecimiento también contribuyeron los “chicos” organizadores de fiestas de fin de año y del Carnaval, que tuvieron la visión de convertirlas en eventos nacionales. Y, finalmente, las propias bodegas, grandes y chicas, que se volcaron a la actividad, entendiendo que se trataba de una extensión virtuosa de sus actividades. A ello también contribuyeron en diversas etapas entidades como Fautapo y Prometa.
Los bolivianos vivimos absortos por la política cotidiana (chicanera y miope en una muy buena parte de los casos) y ahora, comprensiblemente, nos encontramos lidiando con la crisis estructural a la que ya no es posible, ni deseable, seguir esquivando en sus efectos más cruentos. Sin embargo, seria una terrible miopía, de moros y cristianos, si es que en este momento de inflexión no tuviéramos la lucidez de avizorar los cambios que se están dando en el mundo, y, por lo menos, tratar de descubrir algunas pistas para poder amoldarnos a ellos, evitando caer en la marginalidad absoluta.
Queda claro que en una sociedad donde la IA y la virtualidad están dejando atrás las formas de generación de riqueza conocidas en los anteriores siglos, en la cual la creación de vida artificial es una realidad y donde la generación de alimentos por “impresora”, ya se esta practicando, a la espera de que la tecnología vaya abaratándose, la biodiversidad y el turismo, asociado a ella, serán elementos cada vez más valiosos.
Hoy en día, cualquier visión realista de una nueva y mejor forma de relacionamiento con el mundo tiene que estar ligada al fortalecimiento de los actuales sistemas de áreas protegidas y otras formas de conservación y uso sostenible. Bolivia debería estar a la vanguardia en el desarrollo de mercados de bonos y créditos de biodiversidad en el mundo.
Pero el hecho de que seamos uno de los países con mayor biodiversidad, en un momento histórico en que los desplazamientos en el mundo se abaratan e intensifican, debería servir para convertirnos en uno de los destinos turísticos privilegiados del orbe. Para ello por supuesto, se necesita un trabajo intenso que derribe barreras y desarrolle potencialidades; trabajo que tiene que tener como base una solida voluntad política y social.
Hace unos meses un equipo del New York Times, en un reportaje publicado en su edición central, que después fue replicado en medios como Clarín de la Argentina, califico al valle Central de Tarija, como la “toscana boliviana”. Demás esta decir que dicho equipo, no sufrió ningún bloqueo, ni conflicto al llegar, ni a Bolivia, ni a Argentina.
Rodrigo Ayala es gestor ambiental y cineasta.