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19/11/2023
La madriguera del tlacuache

El perro bailarín

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

Meses atrás, y por razones conyugales, me tocó acompañar a los dos autores (no, no soy bígama: uno de ellos es mi esposo; el otro, un buen amigo) en la creación y publicación de su libro “Salir del paso” (que, editado por Plural, trata de las guerrillas de tres décadas en Bolivia). No pretendo escribir una reseña, pues ya se han escrito unas cuantas y muy buenas (como las de Sonia Montaño, Óscar Ortiz, y Carlos D. Mesa). Pero no puedo dejar de referirme a la presentación de la obra en La Paz, por lo insólita.

Presumo que ninguno de los asistentes al auditorio de la Asociación de Periodistas de La Paz –que terminó abarrotado– imaginó que esa velada experimentaría lo mismo que los personajes de “La rosa púrpura del Cairo”, de Woody Allen, al ver a algunos protagonistas del libro salirse de sus hojas e instalarse en la testera para dar su propio testimonio.

Julio Acasigüe fue uno de los personajes que escapó de las páginas. Su presencia en la sala era, tal vez, la más inquietante. El acápite del que escapó está dedicado a la “Comisión Néstor Paz Zamora” –de la que Acasigüe era miembro–, y cuenta, entre otras cosas, la incidencia del secuestro del empresario Jorge Lonsdale.

En una presentación ordinaria, de un libro ordinario, los autores hablan de las motivaciones de su escritura y del proceso creativo, y agradecen la colaboración de correctores y la donación de bibliografía. En esta, el agradecimiento más significativo no vino de los escritores, se lo hizo Julio Acasigüe a Gregorio Lanza, también en la testera. Dirigiéndose a la audiencia, Acasigüe expulsó un “Gracias a él ahora estoy con ustedes”. Como advirtió que la gente empezaba a hiperventilar, se apresuró a explicar que en la mañana del 5 de diciembre de 1990, Lanza, en su calidad de diputado, había frenado el fuego cruzado entre los secuestradores y la Policía. Acasigüe es uno de los tres sobrevivientes del operativo en la casa de la calle Abdón Saavedra, en la que estaba retenido Lonsdale, por la comisión que llevaba el nombre del hermano del presidente de Bolivia de entonces, que había instruido la operación de rescate…

Terminada esa “exposición”, nuestro ajayu volvería a la estabilidad. Finalmente era solo la presentación de un libro y había que escuchar al resto de los comentadores. El encargado de devolver la calma a nuestros espíritus sería Ricardo Calla. Nadie mejor que él: ingenioso, intelectual, poeta.

Calla se presentó con un: “Buenas noches, yo soy el perro bailarín”. Eso provocó una risa nerviosa del público. A continuación, y como una coda a su gracioso saludo, dijo que ese era el apodo que Álvaro García Linera le había puesto allá por 1989 (como respuesta al rechazo de Calla al naciente Ejército Guerrillero Túpac Katari), en una clara alusión a los canes que la guerrilla peruana colgaba, moribundos, con carteles con los nombres de sus enemigos. Y confirmó que, más adelante, el EGTK había colocado una fuerte carga de dinamita en su casa.

Esto no se mencionó la noche del evento, pero pocos años después del atentado, un idealista Grillo Villegas le pedía a Jenny Cárdenas –cantante de voz ronca y (¡ay!) esposa de Ricardo Calla– que cantara la canción que él y Óscar García le habían compuesto a la mexicana Raquel Gutiérrez mientras ella estaba en la cárcel por los mismos cargos que su pareja de entonces, Álvaro García Linera. Los dos, exintegrantes del grupo armado que había hecho volar parte del inmueble de Ricardo y Jenny. Ambos, en su grandeza, aceptaron la invitación del músico, que imagino, no conocía el trasfondo. 

Y oímos a un siempre claro y valiente Pedro Portugal contar lo “impropio”. Sobre la base del testimonio del combatiente Aniceto Reinaga (que coincide con algunas referencias del texto), Portugal mencionó que el trato en Ñancahuazú había sido racista. Que los indígenas del foco guevarista eran vistos con desconfianza como posibles traidores. Uf.

Tras una aclamación casi unánime, prorrumpió de entre el público una contrariada (y algo contradictoria) Loyola Guzmán.

Loyola –que retuvo el micrófono más tiempo del otorgado al resto, mientras el ecuánime moderador transpiraba–, expresó su disidencia con la obra protagonista de ese 9 de octubre (coincidentemente la fecha en la que murió el Che Guevara). Por si le hubiese faltado realismo al acto. Guzmán, exmilitante de la Juventud Comunista, luego de unirse al ELN y conocer a Guevara en el campamento de Ñancahuazú, fue apresada a partir del hallazgo de una foto de esa reunión con él.

Guzmán resintió que “Salir del paso” se refiriera al foco guerrillero de Ñancahuazú como algo improvisado, cuyos promotores estaban desesperados. Defendió sus modos y rechazó la idea de que se hubieran sumado al Che solamente porque eran fans, sin saber con certeza a qué se metían.

Terminada la presentación del libro –que como alguien bromeaba pareció más una terapia de grupo–, me puse a escuchar “Raquel”. Y sentí un golpe de optimismo. Recordé que la ex-EGTK le había pedido perdón a Ricardo Calla por el atentado. Aunque no todos transitan hacia el Paraíso; a algunos de los exguerrilleros todavía les cuesta sacarse la ametralladora de la cabeza (como le espetó Mario Monje al Che) y no alcanzan esa nobleza. Quizás no han conseguido motivos para pasar del tormento. Qué tal Raquel/No tengas miedo/porque sigue tu vida/Consigue motivos. Hola Raquel…



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bk-cuadrado
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