Enrique Velazco y
Gonzalo Chávez mantienen un interesante debate en la prensa sobre la Teoría
Monetaria Moderna (TMM). Velazco la defiende y dice que “no es populista” sino
“un claro avance respecto al pensamiento económico ortodoxo” que “puede ayudar
a corregir muchos de los errores cometidos” en materia de desarrollo. Chávez
hace una revisión del famoso libro de Stephanie Kelton, la nueva Biblia de la
TMM, y enfoca su crítica, no en los fundamentos teóricos de la teoría, sino en su
aplicabilidad en “economías pequeñas, como la boliviana”. Velazco contraataca
entonces acertadamente y apunta que Chávez no logra poner en juicio la idea conceptual
de la TMM y solo cuestiona aplicaciones específicas.
Con las restricciones de espacio que una columna impone, espero contribuir en este debate mostrando que la TMM es conceptualmente errónea, definitivamente populista y el refrito de peligrosas ideas marxistas.
Veamos. La TMM esencialmente argumenta que, en un país con moneda soberana y tipo de cambio flexible, el déficit fiscal no importa pues el gobierno puede gastar sin límite usando papelitos (billetes) emitidos por el Banco Central. El gobierno, por lo tanto, no necesita cobrar impuestos para pagar sueldos, construir hospitales, otorgar bonos, etc. Para la TMM, el gasto público no tiene límites y los impuestos solo sirven para controlar la demanda. Si el público empieza a gastar mucho usando los billetes emitidos por el Banco Central, el gobierno sube los impuestos para evitar que la inflación se dispare. Visto así, el déficit fiscal no solo que no importa, sino que es beneficioso. Mientras más gaste y más dinero imprima el gobierno, más riqueza se podrá crear.
La idea es tremendamente seductora. La promesa de conseguir algo a cambio de nada (o como dice Chávez, “la alquimia de convertir piedra en oro”) es tan tirada de los pelos como atractiva. ¿Cómo la justifica la TMM? Usando identidades contables sin entender lo que realmente cuentan. Para hacerlo fácil, imagine una economía cerrada al comercio internacional. El producto o PIB de esa economía será, por el lado de las fuentes, igual a la suma del consumo privado (C), la inversión (I) y el gasto fiscal (G). Es decir, por definición, PIB=C+I+G. Por el lado de los usos, el PIB se utilizará para el consumo (C), el ahorro (S) o el pago de impuestos (T). Es decir, por definición, PIB=C+S+T.
Si uno junta estas definiciones (C+I+G=C+S+T) y manipula algebraicamente la ecuación, se llega a que G-T=S-I, que dice que el déficit fiscal (G-T) es igual a lo que la TMM llama el “ahorro neto del sector privado” (S-I). Esta última ecuación es el Santo Grial de la TMM: si la parte izquierda (el déficit fiscal) es positiva, entonces también debe serlo la parte derecha (el ahorro neto del sector privado). Ergo, el déficit fiscal es tremendamente beneficioso porque financia el ahorro neto del sector privado. El gobierno, por lo tanto, debe gastar a manos llenas y generar déficits (más aún considerando que puede crear dinero de la nada) para dinamizar la economía. Pareciera entonces que los liberales testarudos nos equivocamos de medio a medio al recomendar reducir el déficit fiscal con medidas de austeridad, ya que eso solo aplicaría los frenos de la economía.
Pero esto es a lo que se llega cuando se interpretan definiciones contables tautológicas al antojo del cliente. Fíjense que la definición de “ahorro neto del sector privado” (S-I) que usa la TMM, es ahorro neto de inversión (no de deuda) y, por lo tanto, es un concepto irrelevante.
Me explico. En una economía (nacional o individual), el beneficio del ahorro es precisamente que se convierte en inversión y esta es la que genera el crecimiento y la creación de riqueza. Que el ahorro privado sea mayor a la inversión en un determinado período (que S-I sea positivo) no significa que tendremos remanentes que podrán ser usados para invertir aún más, como opina Velazco. Significa simplemente que el ahorro privado está compensando el desahorro fiscal.
Es fácil verlo si movemos las fichas de la anterior ecuación para tener S+(T-G)=I. Esta expresión nos dice que la inversión en la economía se financia con la suma del ahorro privado (S) y el ahorro fiscal (T-G). Claramente, si el ahorro privado (S) es mayor a la inversión, es porque el ahorro fiscal (T-G) es negativo. La conclusión correcta, entonces, es que la inversión en la economía hubiera sido mayor si el sector público no hubiera tenido un déficit. Ergo, el déficit fiscal no es beneficioso por definición.
Este error interpretativo de la contabilidad nacional se suma a otros referidos a la definición del dinero a los que me referiré en otra oportunidad. Y aunque muchos economistas han señalado repetidamente sus fallas, la TMM ha tenido un crecimiento innegable en términos de seguidores sobre todo en el ala de izquierda del partido demócrata.
Esto no extraña porque en el fondo es un fenómeno muy populista. ¿Qué puede ser más populista que prometer algo a cambio de nada? Pero lo más peligroso de la TMM es que es un refrito de pésimas ideas marxistas. De hecho, mucho de esta teoría tienen su origen en el pensamiento del economista marxista polaco Michael Kalecki.
Si uno cree en la TMM, la inevitable consecuencia es creer que el gobierno es la fuente de la riqueza a partir del gasto, el déficit y la impresión de papelitos. Toda creación de riqueza a manos de individuos emprendedores es, por lo tanto, puesta en duda. Esto es a lo que los socialistas de hoy apuntan cuando dicen “esto no lo creaste tú sino la sociedad” y, por lo tanto, la sociedad tiene el derecho de quitártelo para redistribuir. Así se llega a la centralización del desarrollo en manos del Estado y a la paulatina restricción de libertades individuales.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).