El “annus mirabilis” de Italia, con la conquista de la Copa Europea de Selecciones, las victorias en la velocidad olímpica y el galardón mundial en un concurso de repostería, ha alcanzado la cumbre con la asignación del Nobel de Física a Giorgio Parisi.
La primera vez que supe de Parisi fue un día -recién cursaba el primer año de la carrera- en el que me detuve a observar por curiosidad las notas de los exámenes del segundo año. Me llamó la atención, además del elevado número de reprobados, que la resolución “oficial” del examen no la hiciera el profesor de la materia, sino el alumno que obtuvo la máxima nota: Giorgio Parisi.
Ya graduados, por el año 1972 coincidimos en algunos seminarios de física teórica, donde él ya era una estrella, incluso entre los profesores más respetados.
Unos veinte años después, en ocasión de una pasantía mía en la Universidad de Roma, interactué con Giorgio en un ambicioso proyecto de investigación. El trabajo que se me asignó no pudo confirmar la brillante hipótesis de la investigación, de modo que con esa presentación terminó nuestra interacción.
Si bien Parisi ha navegado con originalidad en muchos mares de la física moderna, desde las partículas elementales hasta los “big data” y la computación paralela, dejando huellas en cada campo, su mayor contribución, reconocida también por la Academia Sueca de Ciencias, ha sido en la mecánica estadística de los sistemas desordenados, en particular de ese complejo sistema llamado “vidrios de espín”.
Considero que poner orden en el caos es la actividad más sublime del ser humano y la más cercana a su esencia de estar hecho a “imagen y semejanza” de Dios. En efecto, según el Génesis, la creación del universo fue el resultado de una “separación” de lo que estaba mezclado y confundido: la tierra de las aguas, la luz de las tinieblas, el día de la noche, el varón de la mujer. De hecho, el concepto filosófico de la creación de la nada no pertenece a la cultura ni al lenguaje semítico. Consecuentemente, el pecado implica reintroducir el desorden en el mundo, creado bueno y ordenado por Dios, de modo que empecinarse en buscar el caos en lugar de orden es la actividad más oprobiosa del ser humano. Dejo al lector las aplicaciones a la realidad política boliviana actual.
Para documentar mejor esta columna, he repasado en la web algunas entrevistas del profesor Parisi, anteriores al premio. Algunas de sus respuestas merecen ser compartidas.
Ante la trillada pregunta de cómo conciliar la ciencia con la religión, Parisi, hombre creyente, de izquierda y fanático de bailar “salsa”, primero cuestionaba que esa pregunta estuviera dirigida casi siempre a científicos y no a personas de otras disciplinas, como futbolistas, bailarines, políticos o chefs. Luego, distinguía los diferentes ámbitos en los que se desenvuelven ciencia y religión: la primera con los métodos e instrumentos del mundo físico, la segunda en el ámbito trascendente, sin que haya posibilidad de examinar cada una de ellas con los métodos de la otra.
Otro aspecto de interés que se destaca en sus entrevistas es que no basta nacer genio para alcanzar el éxito: se necesita estudio, trabajo, dedicación y una pizca de suerte. De hecho, Giorgio cuenta que en tres ocasiones él y sus colaboradores estuvieron a un pelo de alcanzar un resultado relevante, pero que, por diferentes causas, no lograron “ver” lo que tenían entre manos, mientras otros grupos sí lo lograron y se quedaron con la autoría del descubrimiento.
Finalmente su compromiso social, particularmente con el medio ambiente y los jóvenes investigadores, se manifiesta mediante campañas por más fondos y más becas, con el fin de evitar la fuga de cerebros que sufre su país.
Francesco Zaratti es docente e investigador emérito en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, escritor y consultor en temas energéticos.