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Columna de columnas | 05/03/2023

El ojo del pueblo

César Rojas Ríos
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El gran tema de nuestro tiempo: ¿Evo Morales se sobrepondrá a su situación de desterrado del poder y se superpondrá finalmente al presidente Luis Arce? Esta es la cuestión a la que le dedica su reciente columna Pedro Portugal Mollinedo (PPM), titulada “¿Sobrevivirá el MAS a las sillas voladoras?” (Página Siete, 01/03/2023).

PPM no se toma a la ligera el tema de las sillas y Evo Morales, una en 2020 que le fue arrojada en Lauca Ñ, y esta otra en 2023 en Qhonqhota, donde Martín Choque Condori tiró la silla donde el ex presidente debía sentarse durante un acto cultural. Recurriendo al historiador británico H. A. Carr y su teoría catártica, entiende que detrás del hecho está el desahogo ostensible de un sentimiento “de frustración y desengaño”. Recurriendo a otra teoría, la de la ventana rota, que plantea que si hay una ventana rota y no se arregla, el resto acabarán siendo destrozadas, podemos predecir que vendrán más sillas y desplantes (como el que acaba de sufrir en la efeméride de El Alto, donde no fue invitado) cuanto más afianzado esté en el poder Luis Arce. O sea, seguirán volando las sillas a través de la ventana rota.

Lo siguiente que observa y destaca PPM: el despotismo de Evo Morales durante su gobierno se enseñoreó sobre la organización indígena, “un nuevo patronazgo, arbitrario e implacable cuando se trataba de descabezar dirigencias, nombrar delegados y designar mandamases, decisiones generalmente en contra de las decisiones explícitas de los ayllus, sindicatos y organizaciones de base. Esta operación se incrementó a partir de 2010”. Y agrega: “el pueblo así escarnecido baja la cabeza... hasta el momento oportuno. Cuando el opresor está débil, en su ocaso, es que el rencor se expresa”. El rencor indígena y popular se estaría expresando; porque el poder de Morales, coagulado durante su gobierno, hoy correo sanguíneo hacia Luis Arce –el Jefazo de ayer deviene en el jefecito de hoy–.

La reflexión de fondo: Evo Morales, mientras tuvo el poder, el pueblo le consentía y asentía todo. Pero entiéndase bien: solo mientras tuvo y retuvo su majestad, el Poder Estatal. Por tanto, el pueblo idolatra no al caudillo (lo pasajero), sino los privilegios, los recursos y las posibilidades que exhibe, como un cofre de ensueños inimaginables, el Estado permanente –una experiencia que la viven todos quienes por una luna fugaz fueron pequeños virreyes de una repartición del Estado y que terminado el reinado sufren en las sombras inclementes del eclipse estatal–. El ojo del pueblo solo mira y se encandila con quien se encumbra en el Poder, sea por fortuna, por virtud o por cinismo, lo mismo da, siempre y cuando tenga las llaves del dispensario. Y se inclina ante él, no por adoración y menos por admiración, sino para que de manera mancomunada hagan del vicio una virtud.

¿Una democracia de calidad puede fructificar con semejante paladar social? Nuestro pueblo es una masa electrificada por una misma ambición que se refleja en la frente del monarca de turno: aprovecharse sin pausa ni sosiego del poder estatal. Y cuanto más poderoso y arbitrario el monarca, la cosecha para su esponjoso séquito resulta más opulenta y suculenta. También más enviciante. 



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