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La Escaramuza | 04/06/2024

El límite de nuestra resistencia

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

Debe haber algún límite cuando una nación percibe el desastre como la única salida posible y su Gobierno ha perdido toda objetividad, o en su defecto ha sido devorado por un arrebato de alucinaciones que le impiden ver que sus posibilidades históricas se han agotado; para bien o para mal, en beneficio de unos y en detrimento de otros, lo que pretendió hacer cayó bajo el peso de una visión revanchista y el velo encubierto de un racismo a la inversa que echó por tierra cualquier proyecto de nación que uniera en vez de fragmentar, que construyera en vez de destruir.

Llegamos al ocaso de un proyecto en el que muchos creyeron, al final de un discurso que pensamos se presentaba como un renacer de la nación agotada en el horizonte de una democracia anquilosada, y lo único que vimos con más decepción que asombro fue más de lo mismo; peor aún, el MAS elevó a la centésima potencia todos los vicios y defectos de la democracia que tanto denostaba, corrompió todo lo que pasó por sus manos y nos deja un país en bancarrota, una moral pulverizada, un país fracturado, dividido, enfrentado y al borde del abismo.

La pregunta es: ¿cuánto más podemos seguir en estas condiciones? ¿Qué más tiene que suceder para que Bolivia se precipite al abismo de los proyectos fallidos, de esos que expulsan cientos de miles de ciudadanos a campos de refugiados, a esas sociedades devastadas que producen millones de pordioseros cuyo final termina en las esquinas más transitadas de las grandes urbes continentales y las mujeres a la sombra de la explotación?

Cuando un Gobierno pierde la perspectiva de la realidad y se inventa un mundo a su medida, cuando las razones empiezan a ser asumidas como provocación y las reacciones naturales de la gente común les huele a complot, a sabotaje, a traición o lo que fuere, es un claro síntoma de que el estado está en poder de hombres que se han extraviado en los laberintos del poder, de la ambición, de la corrupción y el desenfreno, es decir, los menos habilitados para llevar adelante una nación, los peores.

Todo indica que estamos en un Estado patológico y que la espiral de las paranoias gubernamentales no va a disminuir por ninguna razón, es decir, no solo experimentamos el momento más oscuro de la historia moderna de la nación sino, además, la más peligrosa por la sobredosis de insanidad en todos los órdenes de la realidad política, social y económica que ha generado el MAS en casi dos décadas de gestión. Si Melgarejo nos dejaba asombrados, los Evos y sus símiles nos aterran.

Los hombres de mi edad vimos pasar varias crisis de magnitud temeraria: la debacle del Estado del 52 y la hiperinflación de la UDP, el quiebre del sistema de partidos y la llegada de Evo Morales y el MAS al poder, la crisis de 2019 y la subsecuente huida del caudillo y muchas más de menos profundidad; sin embargo, nunca experimentamos una crisis que a su paso deja solo los escombros de nuestros derechos, despojos de nuestras libertades y sobre todo, los remedos de una institucionalidad que a propósito de su fallido Estado plurinacional pulverizó la institucionalidad y con ella los valores y las normas que le dieron sentido a la República de los Libertadores.

Hoy con más fuerza que nunca los bolivianos nos preguntamos qué hicimos para merecer lo que estamos pasando; lo triste de todo esto es que no encontramos respuestas a no ser que terminemos aceptando que hay momentos en la historia en que uno se merece lo que tiene; creo que semejante disyuntiva no calza en la cultura política nacional. En su remplazo lo que sí calza es nuestra capacidad de detener a quienes se creen invencibles y eternos.




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