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La Escaramuza | 25/01/2024

El Estado Plurinacional

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

La conmemoración del décimo quinto aniversario del Estado Plurinacional reunió un ampuloso número de grupos culturalmente diferenciados, se trató sin duda de un acto en que en nombre de toda la sociedad boliviana se congregaron los que el régimen masista ha dado en llamar originario-campesinos y otros añadidos como los jerarcas de la COB. La variedad apuntaba a remarcar el carácter pluricultural del Estado.

En principio no fue un acto que pudiera representar el sentimiento de toda la nación. Se trató de un evento político-partidario, notoriamente sobrecargado de la ideología masista y claramente pensado en el escenario de la pulseta entre las dos fracciones oficialistas, algo así como una demostración de fuerza. El acto estaba diseñado para mostrarle al adversario cuál de ellos poseía mayor capital étnico y cultural a despecho –por cierto– de toda la ciudadanía que no encaja en ninguna categoría de este tipo.

Este proceder no es ajeno al espíritu del régimen masista. El Estado Plurinacional se creó básicamente para borrar la historia colonial y republicana considerada racista, excluyente y explotadora, e instalar un horizonte hegemónico “nuevo” basado en dos elementos centrales: una naturaleza originario-campesina y una estructura pluricultural. Todo el accionar del Estado en consecuencia debía girar en torno a estos principios ordenadores, que son, a la sazón, los que se rememoran cada 22 de enero.

Ambas características, sin embargo, están muy lejos de ser buenos argumentos. Primero porque el concepto de “originario” es meramente figurativo, no existe un solo grupo social, pueblo o nación que pueda considerarse originario. Ningún grupo social, ninguna cultura, ninguna sociedad de las existentes actualmente es producto autogenerado, todos son la derivación de una larga travesía en la historia que surgieron hace miles de años. Se cree que los primeros pobladores de América llegaron durante el período Paleoindio, cruzando el Estrecho de Bering que conectaba Asia y América del Norte durante la Edad del Hielo, hace unos 20.000 años. Estos grupos migraron hacia el sur colonizando diversas zonas del continente que luego serían sometidas por los conquistadores europeos en el siglo XVI. Resulta más propio decir por tanto que somos más originarios de Asia que del Tawantinsuyo (y si retrocedemos algunas decenas de miles de años, de África).

Una cosa similar pasa con el concepto plurinacional. Ni en países como el principado de Mónaco, el más chico después del Vaticano, puede encontrarse una composición social que no sea pluricultural. En Mónaco, en 2.02 hectáreas, residen 38.000 ciudadanos con esa nacionalidad, de  ellos solo 8.000 son nacidos en el principado, el resto de sus ciudadanos proviene de culturas y grupos sociales inmigrantes, esto supone que hasta el más pequeño de los países actuales es absolutamente diverso.

No existe un solo país que no pueda considerarse pluricultural y en todos hay (en unos más que en otros) una clara diversidad étnica, lingüística y cultural, de manera que el calificativo “Pluricultural” como parte sustantiva del nombre que se pretende darle a la República es absolutamente banal e innecesario. Para hacerse una idea cabal solo hay que imaginar Estados Unidos, un país que cobija prácticamente todas las culturas del planeta, sin duda es la nación más pluricultural en la actualidad.

Las evidencias históricas y antropológicas muestran que la creación del Estado Plurinacional solo fue un artificio político-ideológico motivado en principio por la demanda histórica de suprimir el racismo y la discriminación que eran, sin la menor duda, una lacra que arrastraba el país desde la fundación de la república. La inclusión social, particularmente de lo que se conocía como las minorías étnicas era, hasta finales del siglo XX, una asignatura pendiente que no podía esperar mucho tiempo más, empero, lo que se suponía debió ser el inicio de un proceso inclusivo en el horizonte de la equidad e igualdad cultural, se transformó en una vendetta implementada bajo la forma de una progresiva racialización de la política, así, al final del día, el MAS repetía y ampliaba el error histórico que tanto daño le hizo al país, la primera víctima fue, sin duda,  la población mestiza.

Álvaro García Linera (el más connotado racista contemporáneo) sostiene en respuesta a una publicación oficial del INE  (el INE  había determinado que más del 70% de la población se consideraba mestiza)  que en Bolivia no hay mestizos. La radical negativa tenía como objetivo reforzar culturalmente diferencias de orden étnico que la categoría “mestizo” borraba de un plumazo en la medida en que reconocía que en Bolivia convivían mestizos aimaras, mestizos quechuas, mestizos guaraníes, mestizos mojeños, mestizos de tez blanca, medio blanca, cobriza, negra etc.

Al final del día de lo que se trataba era de eliminar el mestizaje por su filiación de clase, es decir, borrar la “clase media” que cobija por igual a todas las culturas del país, suponía administrar un país conformado casi por exclusividad de indígenas. En un acto patéticamente furioso García Linera ordenó eliminar la categoría mestiza del diccionario masista y los protocolos del INE, de esta manera pretendía inventar un país de indios poseedores de 36 culturas y una enorme proporción de ciudadanos “don nadie” sin filiación social posible. La solución a este “vacío de identidad” (los masistas son expertos en crear vacíos) vino por un adjetivo calificativo muy simple: todos los que no eran originarios-campesinos eran q’aras. Curiosamente los festejos del 22 de enero último mostraron muy pocos q’aras, excepto (claro está) los funcionarios públicos obligados a asistir.



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